El libro «Diario de Máscaras», la escritora Luisa Valenzuela nos acerca a esos misteriosos artefactos que desde tiempos inmemoriales forman parte esencial de los rituales de Carnaval y cuya búsqueda la llevó a diferentes geografías del planeta, para constatar la imposibilidad de definirlos en su multiplicidad de sentidos y quedar atrapada en la inefable fascinación por ellos.
Valenzuela es autora, entre otras novelas, de «Hay que sonreir», «El gato eficaz», «Como en la guerra», «Realidad nacional desde la cama», «Novela negra entre con argentinos»; también cuentos, microrrelatos y algunos ensayos como «Entrecruzamientos».
Valenzuela se refiere a este libro, recién publicado por Capital Intelectual.
– «Nunca es el hombre menos sí mismo que cuando habla de su persona. Dadle una máscara y os dirá la verdad». Esta frase que citás de Oscar Wilde acentúa el aspecto revelador de la máscara…
– Valenzuela: El genial Oscar Wilde entendió de inmediato la ambivalencia vital de la máscara, que oculta y a la vez revela. Lo saben muy bien los actores, que al calase la máscara puede entrar en contacto mucho mejor con los propios sentimientos.
– En el libro emerge la viajera que encontró una llave -la máscara- para adentrarse en lugares muy disímiles y decodificar aspectos esenciales de una cultura ¿Tuviste esta percepción?
– Me parece muy perspicaz la metáfora de la llave. Yo la encontré en forma más bien inconsciente para enriquecer mi pasión nómada, para darle una forma. Otros usan la máscara para abrir distintas puertas: la del espacio sagrado, la de la alegría, la del misterio, al del secreto, la del arte, la del pavor…
– En ese adentrarse en los ritos del carnaval, en el misterio de sus máscaras ¿no hay una necesidad de llegar al hueso, de tocar de alguna manera lo Otro, con o sin connotaciones religiosas?
– En ese sentido podríamos decir que las máscaras ofician para mí como una forma de escritura. Porque como escritora, y desde la ficción, pretendo alcanzar el borde de lo inefable. Busco ponerle palabras a aquello que no parecería poder ser dicho. Las máscaras en su amplísimo poder polisémico, parecerían ser poderosos ayudantes. Y son ‘pharmacos’, al estilo griego: esos chivos expiatorios que pueden absorber el mal y alejarlo de la comunidad.
– ¿Encontraste elementos comunes en los carnavales de Latinoamérica? ¿Dónde hay una tradición más rica?
No hay duda que México es el más rico en ese aspecto. Y no sólo por los carnavales, también en cada fiesta patronal bailan las máscaras, en honor al Santo o en contraposición, desafiando el poder de los españoles o burlándose de él. A veces se vuelven muy violentas pero siempre respetando ciertos códigos. Los Tastoanes de Tonalá con máscaras monstruosas representan al indígena azuzando al español que los castiga con una vara de membrillo. O los indígenas de la morenada de Naolinco que con máscaras feroces pero llenas de humor se cascan con un palo durante las fiestas de San Mateo.
El elemento común que más me llamó la atención es la máscara de diablo. Aparece en la América Hispánica, en ese sincretismo inevitable cuando los misioneros inculcaron el cristianismo y los nativos lo interpretaron a su modo, asumiendo la figura del Malo con ironía, de manera festiva, porque no hay nada mejor que reír de los estigmas que el otro -a veces enemigo- pretende endilgarnos.
– Hay un capítulo acerca de las máscaras en el Chaco salteño, podes contarme sobre esa idea de que primero no encontraste las máscaras pero si la narración ¿Cómo se articula la palabra y la máscara?
Yo percibo esa articulación en forma directa. Cada una de mis máscaras es como un libro, brinda la apertura a otro entendimiento. Para los chané las máscaras son el alma de sus antepasados, que al morir el cuerpo van a refugiarse en el chuchán, ése árbol que por acá llamamos palo borracho y que en esta época estalla en intensas flores rosadas. El mascarero tras un secreto ritual, al talar el árbol rescata el alma y talla la máscara.
– En ese capítulo mencionás al cacique Máximo y la sensación de perdida por las tierras confiscadas, por los jóvenes en busca de nuevos horizontes, por las máscaras que se lleva el hombre blanco. ¿Cuál es el efecto de esa enajenación de culturas originarias?
– La llamada civilización avanza borrando los trazos de un contacto muy especial y diverso con el conocimiento. En el caso de los chané que pierden el monte, y la cultura que éste encierra, y los jóvenes que heredarían dicha cultura deben partir a buscar trabajo en otras latitudes, la máscara sagrada se transforma. Si en el tiempo del ritual debían ser destruidas después de las ceremonias, que coinciden con nuestro carnaval, el cacique Máximo especuló que, comprada por el hombre blanco, la máscara es también destruida porque pierde su poder metafórico y ritual. Por eso ahora los chané fabrican, para su venta, bellas máscaras de animales policromadas y conmovedoras, que no son destinadas al ritual.
– ¿Esos ritos ancestrales puede escapar a las vicisitudes del presente?
– En un corso en la ciudad de Tartagal años atrás vi la transformación de las máscaras del pin-pin en algo más actual pero que conservan su fisonomía característica y les sirve a los chané para burlase sobre todo del dominador, que somos nosotros.
En la región del Sibudoy, en la frontera entre Colombia y Ecuador, todavía tallan unas máscaras con muecas o sacando la lengua, que expresan el resentimiento y la burla que el indio no se animaba a exteriorizar frente a los colonizadores. Porque las máscaras suelen ser, también, una forma de rebeldía, de trasgresión.
– Otro aspecto es la relación entre máscara y mujer, Las máscaras como un invento femenino, que los hombres hicieron suyas, como los selk’nam en Tierra del Fuego o las maoríes que recuperan las máscaras de sus antiguas diosas.
– Me llama mucho la atención cómo, en muy diversas regiones del mundo, de Tierra del Fuego al África ecuatorial, el mito narra que las máscaras fueron inventadas por las mujeres para entretener e instruir a la tribu, pero más tarde los hombres, conscientes de su poder, se apropiaron de las máscaras y mataron a las mujeres conocedoras del secreto. Lo dicen antropólogos de la talla de Martin Gusinde, el padre José Mosé o Michael Taussig. Por eso me maravilló tanto encontrar en el centro de la isla norte de Nueva Zelanda a un grupo de mujeres aborígenes que estaba recreando las máscaras de las diosas desaparecidas del panteón maorí, a quienes Maui, el mítico héroe mortal, les había arrebato los poderes, condenándolas al olvido: la resurrección de un saber ancestral al que esas mujeres maoríes estaban abocadas con toda felicidad.
– En el relato surge la imposibilidad de definir a la máscara, de ver cómo se integra a escenarios diferentes o se singulariza en su propia realidad. ¿Cuál de todas te impactó más y por qué?
– La máscara, por antonomasia, es la ambivalencia misma. Y la multiplicidad infinita. Al respecto dos zonas son las más cercanas a mi corazón. México por un lado donde la máscara sigue muy viva en todo su esplendor y diversidad y Mali. En particular la etnia Dogón de Mali, en el África subsahariana, porque tienen una noción muy compleja y sabia de todo lo que la máscara representa, su simbología y su proximidad incuestionable con el lenguaje humano. .
– Desde distintas perspectivas en el texto aparece el viaje, la escritura y las máscaras ¿Cómo llegaste a enhebrar esta ecuación?
– Ese entramado afloró con toda naturalidad porque pude aunar mis pasiones y mi forma de conectarme con el mundo. Por un lado yendo de acá para allá, sumergiéndome en su misterio, el que las máscaras representan y ponen en acto. Al fin y al cabo, son intermediarias entre los seres humanos y las deidades. Entre lo profano y lo sagrado, son los más vitales de los objetos inanimados, las piezas de arte que sin querer ser arte bailan con nosotros. Además, este libro me sumergió en la vasta biblioteca al respecto que fui acumulando durante años y viajes. Este Diario permitió homenajear el centenar de máscaras que tengo frente a mí, extraña compañía, y recordar a aquellas que, cargada de asombro y a veces de pavor, admiré en mis incursiones por rituales, fiestas patronales y populares, carnavales de todo color y laya.