En «Las revolucionarias. Militancia, vida cotidiana y afectividad en los setenta», Alejandra Oberti aborda una investigación sobre el rol de las mujeres en las organizaciones político-revolucionarias de los años 70, como Montoneros y el ERP, en la que realiza un aporte revelador sobre ese mundo plagado de tensiones, donde los testimonios de las protagonistas acercan una mirada crítica y revisionista sobre esa controvertida época.
La socióloga, que inició la investigación en 1990, indaga en la relación entre vida privada, política e inserción de las mujeres en esas organizaciones, dominadas por hombres, y cómo debieron manejarse para formar parte de ellas.
Según Oberti, este libro parte de la pregunta: ¿Cómo las mujeres resistieron en esas organizaciones a la concepción misógina y sexista de las relaciones entre los géneros que tenían los hombres en ese momento?.
«Con lo que me fui encontrando a través de entrevistas y materiales de las organizaciones es que todo tiene muchos matices, tensiones, paradojas, distintas posiciones, cambiantes, y además, con la inmensa potencia que tiene el testimonio de las entrevistas para revisar ese pasado. Esos testimonios son una máquina de pensamiento, en algún sentido de revisión, para pensar, entender las cosas desde otro lugar», revela Oberti, directora de la carrera de Sociología de la UBA.
– ¿Cuál es el contexto en el cual la mujer logra ser aceptada en la militancia armada de ese momento?
– Por un lado hay un clima de efervescencia en todos los sentidos, la militancia política, la militancia en las organizaciones que piensan en una idea de revolución, en una transformación radical de las sociedad, pero también una fuerte efervescencia que produce transformaciones muy profundas en todos los ámbitos de la vida social y política. Eso ocurrió no sólo en Argentina, si no también en otros países de América Latina. En ese contexto, en que las mujeres están entrando masivamente al mercado laboral, a la educación superior y se empieza a hablar de liberación sexual, ellas se incorporan a muchos tipos de militancia, de actividad política y, entre otras, a la militancia en las organizaciones político-militares.
Por otro lado, en esos momentos de crisis que son las revoluciones, de apertura radical hacia un futuro nuevo siempre hubo una presencia de mujeres, en la Revolución francesa, rusa, siempre hay algo que se plantea del orden de la ruptura.
– En el caso de Argentina, ¿qué influencia tuvieron las figuras de Eva Perón y de las mujeres vietnamitas -que de un lado llevaban a su hijo en brazo y del otro, un fusil- en ese proceso de incorporación de las mujeres?
– En el caso del peronismo y las organizaciones revolucionarias peronistas, como Montoneros y otras, lo que hay es una figura femenina muy fuerte para el peronismo, y si bien el peronismo hace una apropiación más conservadora de esa figura, lo que hacen las organizaciones revolucionarias peronistas es una reapropiación de esa figura en clave revolucionaria.
En el caso del PRT, que no tienen una figura equivalente, hay un mirarse en mujeres de otras revoluciones, la mujer vietnamita, cubana. En el caso de la mujer vietnamita, se utiliza incluso la iconografía y es un poco disruptivo porque es una realidad social, política, muy diferente.
– Para los hombres ¿que significó la incorporación de la mujer?
– Para el peronismo, como digo al principio del libro, la mujer tenía que ser parte de este proceso revolucionario trayendo sus particularidades, integrándose en su igualdad, en su visión.
Luego, se producen situaciones que no están necesariamente previstas en ese deseo, en esa determinación de que las mujeres se incorporen a las relaciones cotidianas. Porque el ingreso de la mujer a una organización fuertemente militarizada altera las relaciones, ya que por ejemplo lo que tiene que ver con el manejo de las armas significa un acceso al mundo masculino, donde siempre las mujeres quedaban en una situación de inferioridad.
Además, el machismo no se transforma de un día para el otro, y estos militantes de izquierda no eran ajenos a la sociedad que los producía. Entonces fue una situación muy paradojal. Por otro lado, para las mujeres se producen una serie de tensiones y de cuestiones muy difíciles de resolver porque para igualarse a los hombres tenían que hacer cosas que les resultaban muy difíciles.
Y lo que tenemos entonces que mirar es que esta incorporación de las mujeres se da en el marco de organizaciones que se plantean transformar las relaciones personales, la vida cotidiana, porque hay un planteo de las organizaciones de izquierda en los ’70 de que hay que dar vuelta todo. Entonces hay que construir una idea de familia militante, pareja militante para la revolución. Esas figuras que se empiezan a extender hacen que esas relaciones más personales se vean totalmente transfiguradas, pero al mismo tiempo con una gran dificultad para resolver esas cuestiones positivamente.
Entonces, lo que termina sucediendo es que esa aparición en el espacio público de cuestiones de la vida cotidiana, como la crianza de los hijos, termina supeditado a una lógica casi político-militar, una situación llena de dificultades, de tensiones.
– ¿Cómo lo recuerdan las mujeres que entrevistaste que vivieron esa situación?
– Como una situación muy difícil, incluso para quienes esa experiencia fue una apuesta y lo recuerdan positivamente. Reconocen la inmensa dificultad de la situación que se planteaba con los hijos y las familias para la revolución, en base a esa idea de la familia revolucionaria, pero por otro, deben resolver una cantidad de cuestiones que aparecen casi como imposibles, como los embarazos en la clandestinidad.
Esto es muy interesante de ver en mujeres que atravesaron estas situaciones y que han podido contactar con otras ideas, vivencias, pensamientos a partir de los que pueden reflexionar y rescatar esa experiencia y mirarla muy críticamente.