por Mora Cordeu
«El periodismo narrativo es un género marginal en todo sentido», afirma la periodista Leila Guerriero, autora de «Zona de obras», una recopilación de ensayos, conferencias y columnas de esta maestra del oficio, empecinada en ir contra la corriente y urdir largas crónicas que perduran en el tiempo y resisten la pérdida de espacio en los medios.
Publicado por Anagrama, el volumen reúne textos que en su conjunto revelan las principales herramientas de la crónica o periodismo narrativo -«que son lo mismo», aclara Guerriero , como la importancia de descubrir lo que el otro no ve, la observación y la contaminación con otros géneros como el cine, la poesía o la novela policial. La única consigna es no inventar, ser lo más exactos posibles a la historia que se cuenta.
Leila Guerriero (Argentina, 1967) publica sus trabajos en medios de América Latina y España: La Nación y Rolling Stone, de Argentina; El País y Vanity Fair, de España; El Malpensante y SoHo, de Colombia; Gatopardo, de México; Paula y El Mercurio, de Chile, entre otros.
Ha publicado «Los suicidas del fin del mundo», «Frutos amargos», «Plano americano» y «Una historia sencilla». Ha sido traducida al inglés, alemán, portugués, polaco e italiano.
– Definís al periodismo narrativo como un arquitecto de la prosa, esa idea de construir, poner los cimientos, sobrevuela todo el libro ¿Tenés esa percepción?
– Creo que el libro tiene la intención de funcionar como si fuera el esqueleto desnudo del edificio, tratar de ver la escritura desde el grado cero, mostrar toda la cadena de montaje y los problemas que puede presentar en cada parte, las dudas que pueden surgir.
Uno cuando empieza a escribir se entrega a la escritura de una manera media incauta. Cualquier forma creativa se cobra esa inocencia en algún momento, por eso traté de mostrar un poco los cimientos, sin la decoración y con un andamiaje complejo. Un poco partiendo de la idea de lo que yo siempre creí del periodismo -sigo en la línea de los periodistas que admiro y han creído en eso-, y es que lo vieron como una forma de arte, y esto no quiere decir ficción.
– ¿Qué tiene el periodismo narrativo de particular?
– Es un género marginal en todos los sentidos, en Estados Unidos es sinónimo de sofisticación, una revista reina como el New Yorker es casi señal de pertenencia. En Latinoamericana esto no ha sido así, siempre ese periodismo ha estado en el borde, con los temas de los que se ha ocupado como la pobreza, la tragedia -creo que ahí hay un déficit, siempre estamos mirando una parte del mundo-, historias de poderosos también tendrían que ser contadas con el mismo nervio. No porque el género sea difícil sino porque hace falta una cantidad de curiosidades, que no tiene el lector de bestseller.
La sofisticación y el margen. Me gusta ese mundo revuelto de la crónica, esa mezcla de intelectuales de baja estofa, de rufianes, y un lector que puede leer una crónica o Anna Karenina. eso enriquece.
– En una época que hay tanta prisa ¿cómo la crónica puede detener el tiempo para mirar algo y después contarlo?
– El periodismo narrativo trabaja en un lugar que no es la noticia, a mi no me preocupa, con «Los suicidas del fin del mundo» (su primer libro) otra periodista, María Sonia Cristoff, que sabe mucho de la Patagonia y estaba haciendo un libro sobre pueblos fantasmas, entre ellos Las Heras (donde nació Leila), me preguntó: ‘A vos te perturba’, ‘No, hacelo’, le dije. Es el tipo de periodismo en el que pueden ir diez periodistas narrativos, mirar un sitio y establecer sobre ese lugar diez miradas que van a ser distintas.
Por supuesto los datos duros siempre están, todos coinciden en cuestiones básicas, pero el abordaje de la información es diferente. Lo que más me interesa es que el periodismo narrativo trabaja a contramano de la prisa y de la coyuntura. Me parece una mirada más reposada, que fija un momento -una especie de arqueología de la contemporaneidad-; el hecho de abordar estas temáticas con calma permite llevar a los lectores una capacidad de comprensión más profunda, más compleja, son textos poco reduccionistas. No son textos que se jueguen entre buenos o malos, blancos y negros. La gente en un perfil o en una crónica larga se vuelve contradictoria y ahí tiene que estar el pulso del buen periodista para no cargar las tintas, hacia un lado o hacia el otro.
– ¿Qué tomás en cuenta cuando comenzás a escribir una crónica?
-Cuando escribo me planto en un lugar en el que trato que el texto dé una idea de cancelación, que el lector sienta que la historia está totalmente contada. Para esto es imprescindible que el texto no tenga una fecha de vencimiento perentoria. Quiero que lo puedan leer dentro veinte años y -si bien mi gran cantera de historias es la Argentina- , me interesa mucho ese lector que pueda leer esas crónicas en España, en Colombia, en Chile… porque pienso que así como nosotros somos consumidores de ficción, no estamos pensando de dónde proviene la novela, es un dato más, no te impide entender la historia.
– ¿Qué significa escribir desde la precariedad en Latinoamérica?
– Es un continente que vive sin dictaduras, en democracia más allá de los conflictos -el narco en México, las pandillas en San Salvador, las crisis económicas-, un continente que vive en tensión…
Después de un tiempo de ejercer el oficio uno se debe preguntar para qué lo hace, por qué lo hace, creo que es un oficio que tiene vocación de servicio. Lo primero que pienso es a quien le podría interesar, me hago esta pregunta siempre.
Si uno hace los deberes en serio debe transmitir una experiencia, algo que he tratado de hacer: Qué parte de mí puedo dejar adonde voy a dar una conferencia como un valor para la gente que lo va a escuchar, ya sea un encuentro con estudiantes, con colegas, gente que va a una feria del libro, no a todos les interesa lo mismo. Quiero despertar el entusiasmo, hacer empatía.
– ¿Qué papel juega la primera persona en una crónica?
– Hace unos años un editor colombiano, Camilo Jiménez, me hizo un señalamiento interesante: estábamos hablando en el festival de la revista El Malpensante en una charla publica y me dijo: «Parece que tú reservaras la primera persona para las columnas, los ensayos, como si en tu caso funcionara como una bandera de humildad», como decir ‘yo pienso esto a Ud. le puede parecer otra cosa’. El libro intenta decir más que yo, no imponer un criterio, dudar junto al lector.
Siempre que me he plantado para escribir cosas sobre el oficio de lo que esto es un recorte -la violencia de género, la felicidad o la infelicidad-, es una autobiografía de la escritura. El sentido es compartir una experiencia, a lo mejor, muy mesiánicamente, es pensar que alguien que lo lea se pueda sentir menos loco o menos sólo.
Me encanta la cocina de la escritura, las notas de preguntas y respuestas que hace el Paris Review, cómo se queda la gente después de terminar un libro, qué les ha pasado durante largos períodos en que no se les ocurre nada, si han temido no volver a escribir, como te decía antes: Uno se arroja a la escritura de una manera un poco incauta.