por Juan Rapacioli
En su segunda novela, «Otaku», Paula Brecciaroli narra unos días en la vida de un aficionado a la cultura japonesa del manga y el animé, configurando una historia sin pretensiones que se mueve con ritmo cinematográfico donde sobrevuela la nostalgia y la complejidad del amor.
Publicada por Paisanita Editora, la novela presenta a Gastón, un hombre de 40 años que sigue viviendo con su padre, trabaja poco, casi no sale, le cuesta relacionarse con los demás, tiene un fastidio constante y una tristeza por un amor perdido, pero también un sueño: ser reconocido en el mundo del manga y el animé, historietas y series japonesas.
Paula Brecciaroli (Buenos Aires, 1976), psicóloga, coeditora de Editorial Conejos, autora de la novela «Brasil» y el poemario «Te traje bichos para que juegues», entre otros, habló sobre el origen de esta novela, que retrata con una cuidada prosa la intimidad de un hombre que busca darle sentido a su vida.
– ¿Cómo nació esta novela?
– Esta novela surgió porque estaba pensando en algún material que pudiera servir para un proyecto de folletín o historia por entregas. Creo que eso me llevó a recordar situaciones y personas que me crucé en la vida. Así fue que me acordé de un grupo de fanáticos de la ilustración japonesa que conocí hace mucho tiempo y me pregunté qué sería hoy de ellos. Entretenida en imaginar eso, me fui distrayendo del proyecto original.
Como no puedo, ni me divierte demasiado, escribir sobre hechos reales, empecé a pensar un personaje que pudiera encajar en ese ambiente del manga y el animé que recién empezó a hacerse más fuerte acá en los años 90. Le inventé un pasado y un presente deplorables que espero no hayan tenido ninguno de los fanáticos que conocí en la vida real.
– La historia tiene algo del cine argentino: ¿hay un trabajo en ese sentido?
– En realidad las historias van surgiendo a medida que voy escribiendo, sin buscar referencias, ni hacer demasiadas elaboraciones. Sí me interesa trabajar lo visual, plasmar algo de eso en el texto para que los personajes, las situaciones y los ambientes se vuelvan «visibles», trabajando como un testigo que espía todo. Pienso al narrador de la historia como una cámara que filma y sigue al personaje muy de cerca. En ese sentido podría vincular mi escritura a lo fílmico.
– La novela combina el humor con cierta tristeza, hay una nostalgia que sobrevuela en la existencia del protagonista…
– Cierto humor sobre lo trágico se metía involuntariamente en el relato. Es un personaje que me resultaba desagradable de escribir. Pero creo que sus métodos para sobrellevar la nostalgia por un tiempo pasado, la tristeza de la soledad, la incomprensión de la familia y la incapacidad de adecuarse a las expectativas sociales de un hombre adulto, terminaban resultándome graciosos o infantiles. Sus soluciones para todo son ridículas. Como cuando uno imagina resolver situaciones complejas de formas mágicas, aunque sepa que son inverosímiles. Creo que eso lo humaniza y en ese punto logra conjurar el desagrado que produce.
– Si bien es una historia chica, sin pretensiones, habla de un tema universal: la posibilidad del amor.
– Creo que la novela sin pretenderlo va llevando a eso y la posibilidad del amor surge como único motor para este personaje bastante apático. Pero creo que no es solo el amor de la chica que no volvió a ver, sino también el reconocimiento de los pares. Es un personaje que no puede relacionarse bien con su amigo, ni con las mujeres, ni con los integrantes de su familia. Se encuentra en una situación de desclasado, fuera de registro y sin ningún grupo de pertenencia. En ese sentido amplio, sí se trata de la búsqueda del amor.
– ¿La novela es también un homenaje al manga y el animé? ¿Cómo influyó ese género en tu vida?
– Mi relación con el manga y el animé fue mínima y transversal. Es algo que está muy relacionado a los amigos de cierta época en mi vida que se juntaban a ver capítulos, comentar series y películas y a hacer una revista que se llamaba RAN Robot Argentino Nipón. Yo andaba todo el tiempo atrás de ellos, compartiendo eso de rebote. Algunas cosas me parecían maravillosas pero nunca llegué a fanatizarme. Nunca conseguí ser fanática de nada y quizás por eso, siempre me fascinaron quienes sí podían hacerlo.