viernes, noviembre 22

LOS MONSTRUOS

por Jorge Boccanera
En el libro “Los Monstruos”, a cargo de los periodistas Vicente y Hugo Muleiro, un cúmulo de atrocidades y actos aberrantes dan el perfil de cinco represores con vocación genocida; engranajes de una dictadura que 40 años atrás puso en marcha un plan sistemático de secuestros y desapariciones para imponer el control social.
El libro, revela el perfil despiadado de los ex generales Luciano Benjamín Menéndez (“La Hiena de La Perla”), Antonio Domingo Bussi (“El Carnicero”), Ramón J. Camps, el capitán Jorge “Tigre” Acosta y el ex médico de la policía Jorge Bergés (“Menguele”), casi todos formados por la Escuela de las Américas, el integrismo católico y los cursos de contrainsurgencia franceses y condenados por delitos de lesa humanidad.
Vicente y Hugo Muleiro, ambos con una amplia trayectoria periodística, ya habían publicado en coautoría el libro “Los Garcas”; ahora propósito de “Los Monstruos”,  en una entrevista, Hugo Muleiro se explaya sobre el libro.
– ¿Qué rasgos predeterminan la condición de “monstruos”?
– El principal es la convicción de una supremacía para disponer del cuerpo y la vida de los otros, sus bienes, y en casos, hasta de espacios familiares de las víctimas. Rasgos potenciados por un entrenamiento al servicio de un sistema detalladamente diseñado.
– ¿Por qué la elección de estos cinco nombres?
– Es un grupo que consideramos representativo en varios sentidos. Hay cuadros del Ejército, un marino y un civil que alcanzaron posiciones destacadas, de decisión y todos implicados personalmente en torturas y asesinatos. Además, todos se declararon totalmente conscientes de que hacían su aporte a un proyecto de país.
– ¿La designación de monstruos o de psicópatas, no estaría de algún modo eximiendo a los represores de sus responsabilidades?
– Estamos de acuerdo y lo afirmamos expresamente: la ‘bestialización’ de los represores o su ubicación en categorías clínicas contribuye a diluir responsabilidades. Sin embargo, hay una tradición jurídico/biológica que acerca la denominación de “monstruos” a una tipificación no absolutoria. Creemos que, en un lenguaje político, esta palabra es de las pocas que puede resumir los crímenes cometidos. Citamos pericias judiciales que los definieron, desde el punto de vista médico, como personas en uso de sus facultades normales.
– En los mitos, el monstruo es un híbrido entre lo humano y lo bestial; aquí serían criminales desdoblados en hombres comunes.
– Sí, hay una traslación de esa dualidad. Y es difícil de asimilar. El doctor Bergés bajaba a las cuevas del terror y le decía a los guardias que violaran a las mujeres secuestradas pero no a las embarazas, porque las quería en buen estado para apropiarse de sus hijos. Luego iba a su casa y ayudaba a algún vecino si tenía algún malestar. ¿Qué ciencia puede explicar esto?
– Además, contrariamente al monstruo mitológico que era solitario, los represores que contaban con una red institucional y una base teórica que garantizaba y sustentaba su impunidad…
– Exactamente, por eso no aplica la figura del monstruo como nos llega de la mitología, sino como es nombrado a partir de la Edad Media y como queda asentado en la tradición jurídica y también en el habla popular. Mucho más porque, efectivamente, fueron parte de un sistema diseñado para someter al conjunto de la sociedad y se sabían parte de él. Cuando comienzan a avanzar los juicios, varios represores se quejan de no ser suficientemente acompañados y resguardados.
– Ustedes señalan que el caldo de cultivo de lo autoritario viene desde la Conquista española con una onda expansiva recurrente.
– Ciertamente. Una tradición hispana de laceraciones corporales es replicada en territorios colonizados. La Inquisición fue en España más prolongada que en otros países y el sometimiento de moros y judíos comprendía las hogueras. Los colonizadores se tomaron apenas 140 años para aniquilar al 80 por ciento de la población originaria.
– El perfil patético de estos centuriones queda delineado también en algunas frases; Camps señalando que “el empleo de la fuerza para doblegar la violencia no implica odio” sino “la búsqueda afanosa del amor” y Acosta dando cuenta de sus diálogos de tú a tú con “Jesusito”. que le dice a quién perdonar.
– Si, es el regodeo en el horror, combinado con la concepción de una supremacía: la colectiva, la de las fuerzas armadas como constructoras y salvadoras de un supuesto orden; y la individual, para someter los cuerpos y quitar la vida, pero también para perdonarla o redimirla. Es el papel que se atribuía Acosta. Él perdonaba vidas, hacía organizar encuentros con las familias de sus víctimas y pretendía encarrilarlas, corregirlas y reeducarlas. Claro que a la vez saqueaba otras casas y se llevaba cocinas y heladeras, libros y ropa.
– El antisemitismo también fue una marca de la dictadura…
– Se expresó rotundamente en los centros clandestinos de detención y tortura, con un ensañamiento indescriptible con las víctimas judías secuestradas, pero también en las calles, en los retenes y redadas en las calles. Hitler y el nazismo eran referencias constantes para muchos represores. Camps le dijo al periodista Jacobo Timerman, secuestrado y torturado, que se proponía eliminar en la Argentina a decenas de miles de judíos y sus familias, hasta borrar sus nombres.
– ¿Es posible creer que a partir de un dilema básico -el bien contra el mal-, pueda haberse amasado este espíritu perverso?
– Es que las acciones de estos monstruos desmienten la posibilidad de esa “ley moral” y diluyen la posibilidad de que los motivara una noción propia, por singular que fuera, del bien y del mal. La maquinaria matadora alimentó mesianismos y fanatismos y les dio espacio, pero en no pocos casos fueron mera coartada, como salvar a una civilización, cumplir mandatos divinos.
– ¿La suma de atrocidades reseñadas –una variada gama que incluyó la crucifixión, el linchamiento, el degollamiento- desarma la justificación de defender a ultranza un “orden natural”?
– Las apelaciones a un orden natural sirvieron y sirven para bloquearle el paso a una construcción jurídica opuesta a la criminalidad. Enmascaran la concepción sobre una presunta supremacía usada siempre por el poder para controlar, reprimir y justificar inequidades. Lo único verdaderamente naturalizado es la defensa de un orden injusto que incluso corrompe o tergiversa principios religiosos, morales y jurídico.
Fuente: Télam

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