por Claudia Lorenzón
En «Relatos reunidos» Griselda Gambaro (Buenos Aires, 1928) construye desde la ficción mundos en los que aborda los vínculos, los deseos, los sueños y las ruindades propias del ser humano, a veces a través de la alegoría, y otras a través de una mirada irónica.
El volumen, editado por Alfaguara, está integrado por 40 relatos divididos en tres partes: los inéditos incluidos en El odio es poca cosa y en Un cuento italiano, dos cuentos rusos; mientras que Lo mejor que se tiene reúne cuentos ya publicados con los que la escritora obtuvo, entre otros, el premio de la Fundación El Libro.
Relatos en los que a través de la figura de personajes bíblicos da lugar a lo fantástico o cuestiona la naturaleza divina; otros que remiten al cuento más clásico, o son una gran metáfora de la lealtad, el amor y la ambición caracterizan esta obra.
En otros, como «El odio es poca cosa», el relato sorprende al encarnar en un caballo la mansedumbre y la tolerancia hacia un amo iracundo, que dejará de inflingirle daño físico y podrá valorar la lealtad del animal solo cuando se sienta en la ruina, un texto con el que Gambaro logra un clima conmovedor.
La vejez, la soledad y la muerte también aparecen en esta antología. En «Es difícil organizar la pasión» un hombre de edad madura se enamora de una adolescente que se prostituye en una plaza. Después de muchos años de una convivencia monótona e indiferencia por parte de su mujer, el hombre recupera ese sentimiento que creía perdido, aunque solo llegue a ser una ilusión.
«No deseamos que nos comprendan en lo racional, sino en lo oscuro de nosotros mismos, como es preciso comprender también del mismo modo», dice Gambaro en «Escritos inocentes», y así resume el espíritu o la esencia de sus cuentos.
Autora de obras de teatro -«La malasangre», «Sucede lo que pasa», «El desatino», «Nada que ver»- y de novelas -«Una felicidad con menos pena», «El mar que nos trajo», «Ganarse la muerte»- así como de cuentos y ensayos, Gambaro acerca de su nuevo libro, antes de viajar a Tucumán para recibir un premio como dramaturga.
– ¿Por que eligió la alegoría como forma de escribir muchos de sus cuentos, algunos de los cuales remiten a lo bíblico?
– Creo que no elegimos la forma, sino que la forma nos elige a nosotros dependiendo del tipo de historia, porque no todos los cuentos tienen el mismo tratamiento y lenguaje. En cuanto a lo bíblico, no tengo un sentimiento religioso hacia la vida, no soy católica ni creyente. Tengo un sentido religioso de respeto, en el sentido de religar, de estar ligada al mundo: a las grandes cosas como pueden ser el cielo y las estrellas, y a las pequeñas cosas, como un bicho bolita o una hormiga.
– ¿Por qué escribió un cuento basado en el caso Barreda?
– No hace tanto que lo escribí. Recuerdo que me impresionó haber leído en el diario ciertos comentarios que elogiaban la figura de Barreda. Escribir ese cuento fue una reacción ante esa especie de admiración atroz que se tenía por la decisión de Barreda de hacer valer su hombría de esa manera.
– En ese y otros cuentos los hombres aparecen con su costado violento y sometiendo a las mujeres como en «Para desechar melancolía», donde la esposa es castigada por su marido que no sabe valorar las artesanías que ella hace, ¿es algo sobre lo que buscó escribir?
– No lo busqué porque creo que el camino para defender los derechos de las mujeres son otros. Pero realmente estoy más identificada con las mujeres y sus problemas porque son comunes al género. Por algún motivo los hombres son más violentos y eso es lo que ve uno a través de los periódicos y en las noticias donde los femicidios son diarios, podría decirse. En ese cuento no solo aparece la violencia, sino esta idea de que la dimensión del arte no se debe a los hombres, sino a las mujeres. Porque los primeros artistas que pintaron en las cavernas no fueron hombres, sino mujeres.
– Un cuento que me pareció muy logrado por el clima que encierra y la imaginación de la que surge es «Lugares», con ese hombre que vive solo en el desierto.
– Es bastante reciente. Es un cuento breve que en el fondo tiene una parábola o analogía sobre la felicidad, sobre lo que deseamos y tenemos, sobre lo que queremos conseguir a toda costa; hay un pequeño detalle, pero que es enorme: ese hombre tenía todo para ser feliz, pero le faltaba el agua y está en el desierto. Por eso tiene cierta ironía.
– Qué cosas la nutren en particular para su escritura?
– Creo que uno se alimenta de ver y observar lo que sucede a su alrededor, de observar los seres, los comportamientos, de tener curiosidad por el mundo circundante. Creo que no hay personajes puramente abstractos, que sean puras especulaciones mentales. Siempre el personaje va a tener un cable a tierra, va a hacer algo que uno observó. Siempre está la realidad en algún lado, después el resto es imaginación y escritura.
– Cómo surgen en usted los temas para cuento, novela o teatro?
– En mi caso, algo se tiene que presentar, como una búsqueda a ciegas, hay cierto desasosiego hasta que de pronto, de manera muy misteriosa, aparece una idea, una situación, y eso desencadena el cuento o la obra teatral. No creo que escriba más novelas, porque la novela es un trabajo de obrera (se ríe). El cuento o el teatro resultan más accesibles en cuanto al trabajo físico que implican.
– Teniendo en cuenta que en su obra alude constantemente a la condición humana ¿piensa que las miserias humanas de hoy son las mismas que hace 40 años?
– No creo que el ser humano sea peor hoy que ayer, lo único que pasa es que lo conocemos más, porque todo está más publicitado a través de los medios. Si uno analiza y tiene espíritu crítico es fácil detectar la naturaleza del ser humano, que además no es única, hay miles. Creo que sigue existiendo la devoción, la bondad y el amor junto con el odio y la miseria, sino tendríamos una civilización muy distinta. Nos basta retroceder en el tiempo para pensar en Europa, en la guerra de 1914, en el nazismo, en el fascismo y los campos de concentración, con situaciones aberrantes. Hoy siguen existiendo esas guerras, propiciadas por las grandes corporaciones que venden armas y obedecen a intereses económicos. Y los gobiernos no tienen interés en que seamos mejores. Por lo tanto es tarea nuestra, de cada uno, resistir y ser mejor éticamente.