viernes, noviembre 22

FILOSOFÍA EN MONEDITAS

Por María Casalla

Allá por la década del 60´, Jean Paul Sartre escribía que nuestra existencia se juega en términos de proyecto y que elegir eso que somos es una ardua tarea, siempre abierta, al abismo que supone la libertad. Decía que somos una pasión inútil.

Discépolo supo encarnar y dar letra como nadie a esa hondura existencial, y la vigencia de su filosofía no hace sino corroborarlo. Fue uno de los malditos de nuestra historia. Encarnó los sueños y frustraciones de una sociedad que evolucionaba en medio de una década célebremente trascendida como infame, al ritmo frenético de un mundo que estaba cambiando y despertando de una promesa de futuro que nunca llegó. «La tierra está maldita / el amor con gripe en cama / La gente en guerra grita, / bulle, mata, rompe y brama».

Discepolín nació en el barrio porteño del Once, el 27 de marzo de 1901, y murió el 23 de diciembre de 1951, en el departamento céntrico que compartía con Tania, su gran amor.

Huérfano de padres desde los cinco años, decía: «Tuve una infancia triste. No hallé atractivo en jugar a la bolita o a cualquiera de los demás juegos infantiles. Vivía aislado y taciturno. Por desgracia, no era sin motivo. A los cinco años quedé huérfano de padre, y antes de cumplir los nueve perdí también a mi madre.

Entonces mi timidez se volvió miedo, y mi tristeza desventura.» Abandonó tempranamente sus estudios en el Mariano Acosta («lo que perdí en el colegio, lo recuperé en la calle») para dedicarse al teatro bajo la tutela de su hermano Armando. A los dieciséis años debutó como actor en la compañía de Roberto Casaux. Tuvo también varias y célebres apariciones en el cine, donde llegó a actuar junto a Cantinflas.

El primero de sus tangos («Bizcochito») lo estrenará en 1924 en Montevideo. Le seguirán luego entre tantos otros, el fantástico relato de una época con su «Qué vachaché», «Esta noche me emborracho», «Chorra», «Soy un arlequín», «Yira… yira…», «Victoria», «Qué sapa, señor», «Sueño de juventud», «Alma de bandoneón», «Melodías porteñas», «Desencanto», «Tormenta», «Martirio» , «Infamia», «Uno», «Canción desesperada», «Cambalache».

En la última etapa de su vida estrenó «El Choclo» y, con música de Mariano Mores, «Sin palabras» y «Cafetín de Buenos Aires».

«Una canción es un pedazo de mi vida, un traje que anda buscando un cuerpo que le ande bien. Cuantos más cuerpos existan para ese traje, mayor será el éxito de la canción». Tuvo la suerte de que uno de los primeros cuerpos que le dieran voz a sus trajes fuera el del gran Gardel, lo que ayudó a su difusión y consolidación en el mundo artístico de su época.

Fue también uno de los primeros mártires espirituales del peronismo. Su apoyo a Perón y Evita, le costó el odio del gorilismo porteño que nunca le perdonó su apoyo incondicional y sin concesiones. En su programa de radio «¿A mi me la vas a contar?», unos meses antes de morir y unos días antes del arrollador triunfo de Perón, decía: «Mordisquito ¿a mí me la vas a contar? Bueno, mirá, lo digo de una vez. Yo no lo inventé a Perón. Te lo digo de una vez, así termino con esta pulseada de buena voluntad que estoy llevando a cabo en un afán mío de liberarte un poco de tanto macaneo. La verdad: yo no lo inventé a Perón, ni a Eva Perón, la milagrosa. Ellos nacieron como una reacción a los malos gobiernos.

Yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón ni a su doctrina. Los trajo, en su defensa, un pueblo a quien vos y los tuyos habían enterrado de un largo camino de miseria».

Poseedor de una hondura y una singularidad única, sus canciones ya forman parte del imaginario popular del argentino. Su tango Cambalache es uno de los manifiestos más lúcidos de una época que adelantaba el «despliegue de maldad insolente» en el que terminamos de convertirnos. «Había sido el perno del humorismo porteño, engrasado por la angustia», decía Nicolás Olivari. Un 23 de diciembre, murió distanciado de varios de sus viejos amigos y ninguneado por muchos de sus pares ¿Dónde estaría dios cuando se fue?.

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