por Hugo Chumbita
El 1° de enero de 1820, el comandante asturiano Rafael del Riego encabezó la sublevación del gran ejército de 10.000 hombres que se aprestaba a embarcarse en Andalucía para combatir la rebelión de las colonias americanas. Aquellas fuerzas se desviaron de su destino, apresaron a su general en jefe y provocaron el alzamiento revolucionario que se propagó por la península, obligando dos meses después al rey Fernando VII a reponer la Constitución de Cádiz de 1812.
Ello significaba establecer la monarquía constitucional, que garantizaba las libertades públicas y donde el gobierno efectivo dependía de las Cortes, una asamblea representativa cuyos diputados eran electos por el pueblo. Y el primer artículo de la Constitución establecía que “la nación española es la reunión de los españoles de ambos hemisferios”, reconociendo en principio la igualdad de derechos de los súbditos americanos.
Se iniciaba así el llamado “trienio liberal”, en el cual Riego tuvo un rol descollante como jefe militar y diputado, luego presidente de las Cortes. Este movimiento de base militar y popular, que coincidió con otro similar en Portugal, era la continuación de la lucha emprendida en 1808 contra la ocupación francesa, que adquirió un sentido nacionalista y democrático, reflejo de la revolución burguesa que había detonado en Europa; aunque en 1820 tropezaba con un contexto hostil después de la caída de Napoleón y la reacción de la Santa Alianza.
Tales acontecimientos tuvieron notable trascendencia en América, donde los ejércitos de San Martín, Bolívar y los rebeldes mexicanos libraban la guerra por la emancipación, y la contrarrevolución desplegada por los realistas en años anteriores mantenía sus bastiones en Lima, México y Caracas.
El nuevo gobierno constitucional en la metrópoli ofrecía la posibilidad de resolver el conflicto mediante un acuerdo que implicara la autonomía de estas regiones como partes del Reino español.
San Martín, en la etapa culminante de su campaña, aprovechó aquel giro político para entablar tratativas con los militares españoles, que no fructificaron pero le permitieron ocupar Lima. También Bolívar negoció un armisticio con el comandante de las fuerzas españolas que controlaba gran parte del territorio venezolano,
En México y Centroamérica, las reformas liberales, anticlericales y a favor de las “castas” que dictaron las Cortes metropolitanas para estas “provincias ultramarinas” descontentaron a muchos realistas, dividiendo las fuerzas que se oponían a los revolucionarios. Todavía parecía posible lograr un compromiso, aunque resultaba muy difícil establecer el grado mutuamente aceptable de autonomía, y en definitiva, a pesar de su proclamada defensa de las instituciones representativas, los liberales españoles nunca se avinieron a la emancipación de las colonias.
El plan conciliador que ofreció el general mexicano Agustín Iturbide no tuvo respuesta de las Cortes, y lo determinó a proclamar en 1821 la independencia de México bajo su fugaz Imperio.
En 1822, cuando San Martín solicitó ayuda para concluir la guerra en Perú, contando con la disposición favorable de los caudillos del interior Bustos, López y Quiroga, la Legislatura bonaerense dominada por los unitarios se negó, desautorizando al Ejército de los Andes, lo cual determinó que el libertador cediera su lugar a Bolívar.
El partido de Rivadavia no quería la victoria por las armas, y firmó un arreglo con los comisionados de las Cortes españolas que viajaron a Buenos Aires, proyectando un empréstito por 20 millones de pesos para que los gobiernos sudamericanos “ayudaran” al régimen constitucionalista. Manuel Moreno se opuso, alegando que era un intento de “comprar” la independencia, y aunque el acuerdo se ratificó, no encontró eco en los demás países y pronto perdió sentido.
En 1823 Fernando VII dio su contragolpe, apoyado por las tropas francesas de la Restauración, Riego fue enjuiciado, fusilado y decapitado, y se restableció el absolutismo en España; pero ya la guerra en América estaba ganada por los patriotas.