sábado, noviembre 23

CULTURA DE LA CANCELACIÓN

Si la literatura funcionó siempre como territorio para la indagación de lo oscuro, de pulsiones en cuya viscosidad se aloja lo perturbador o lo perverso, hoy esos límites no parecen tan franqueables y algunos autores aparecen más alcanzados que otros por esta nueva normatividad condensada en la cultura de la cancelación que exige asimilar desde la ficción la tolerancia a las minorías y los nuevos protocolos de género.

Estos nuevos parámetros ponen en dificultades narrativas como las de Pedro Mairal, que en su antología de relatos «Breves amores eternos» ofrece una galería de personajes «incómodos», desde voyeuristas que espían púberes por las redes y jóvenes varones que idean un ardid para filmar a una chica desnuda hasta hombres despechados que son capaces de subastar la virginidad de una mujer sin su consentimiento.

Más de una vez el autor de «La uruguaya» ha tenido que rendir cuentas por las derivaciones argumentales de sus textos. «Últimamente me he visto obligado a explicar que los personajes son ficción. Antes no me pasaba eso, no tenía que explicar que yo, como ciudadano, no soy mi personaje y que no necesariamente coincido con lo que piensa. Antes no había que explicar nada; ahora hay una nueva moral, con la cual, al menos en el mundo diurno, coincido, pero que no tiene por qué estar mis personajes», dice Mairal en una entrevista reciente concedida a un periódico español a propósito de la edición en ese país de su libro «Salvatierra».

En esa línea razona la escritora Ariana Harwicz: «Antes los artistas podían ir a ver como piensa un un violador, un torturador o un genocida. Pero ahora no se puede, no está permitido. Te tratan de perverso o de narcisista». La autora de «La débil mental» y «Precoz» plantea también un arrasamiento de la ficción por parte los discursos asociados a la verdad: «Hoy muchos editores sacan un libro sobre una violada, pero si fue violada de verdad. Lo mismo con una historia sobre incesto: tuvo que haber sucedido y tuvo que haber llegado a los tribunales. El morbo está puesto en que haya sido verdad. Es un desprecio a la escritura de ficción».

¿Se trata de una narrativa efímera o tardará mucho en ser erradicada de los discursos sociales?

«El arte sobrevivirá y los niños que ahora están naciendo o los que nazcan en 10 años al llegar a adultos mirarán esta costumbre violenta de la gente políticamente correcta como una brutalidad incomprensible», vaticina el crítico y escritor Daniel Molina.

Cancelar, impugnar o apagar la otredad cuando genera incomodidad o rechazo se ha convertido hoy en una marca de época, en una nueva derivación problemática surgida de la desnaturalización del debate en las redes sociales, moldeadas por algoritmos que agrupan a los usuarios por patrones de afinidad y generan una suerte de extrañamiento frente al disenso en los que la lógica del intercambio de argumentos es sustituida por el aplastamiento drástico de las diferencias por vía de la agresión o el bloqueo.

«Cualquier horizonte represivo, cualquier normatividad, se instala generando un imaginario. ¿Cómo subió acaso Hitler al poder? No creo que esta no cultura de la cancelación se instale únicamente en redes y funcione como una burbuja, como algo elitista que concierne a los que están en las redes y nada más. Muchísima gente fue despedida, llevada a la muerte social y convertida en paria, y no fue a partir de las redes. Es cierto que acrecientan y llevan a un especie de lugar extremo el linchamiento, pero también ocurre fuera de ellas», matiza Harwicz.

La escritora radicada en Francia debutó en la literatura con «Matate, amor», una novela sobre la maternidad que le valió la nominación al prestigioso premio Man Booker International pero que paradójicamente le genera el bloqueo de su cuenta de Twitter cada vez que pretende mencionarla, ya que para esa red social el título funciona como una «incitación» a la autolesión. «Lo que intenta esta cultura de la cancelación es negar al sujeto histórico, trata de negar eso. Me parece una iniciativa de la negación que se inscribe en sociedades capitalistas y negadoras que dicen que las dictaduras o Auschwitz ya pasaron y dan por cerrados los procesos históricos como si se tratara del capítulo de un libro, como si los sobrevivientes de los campos de concentración no se siguieran suicidando o los hijos de desaparecidos de la última dictadura teniendo pesadillas y traumas», plantea.

Para la ensayista Bárbara Pistoia, sin embargo, la gran mayoría de las veces no llega a cristalizarse la cancelación «pero siempre termina funcionando para motorizar agendas, temas y/o como empujón de prensa. Lo que no quita la peligrosidad de su uso ni lo que va cultivando. Y agrega: «No lo minimizo, me parece grave y necesario de refutar, de ajustar bien cómo leerlo, porque en realidad lo que veo detrás de todo escrache y cultura cancelatoria es una disputa de poder».

Más allá del alcance que tienen los señalamientos o demandas de impugnación dirigidas a todo pensamiento que no se adecúa al signo de época, lo que parece desmontar la llamada cancelación es el rol del conflicto dentro de las sociedades ¿En qué medida esta práctica atenta contra la idea de una trama democrática en la que se debe apelar a la construcción de consensos para conciliar posiciones antagónicas? ¿Proponer la invisibilización para desactivar el poder corrosivo de un pensamiento incómodo no se parece más a la herramienta de un régimen totalitario que a la de una instancia democrática?

«Más que atentar a un orden democrático, con democracias que están totalmente atentadas por desigualdades estructurales que a nadie parecen importarle tanto como cuando se sugiere ‘cancelar’ una escena de una película, atentan contra las convivencias sociales», expone Pistoia. Y amplía:

«Porque si dentro de ese gran sector intelectual y cultural que la promueve o rechaza, más temprano que tarde, va a empezar a ser inevitablemente leída como una disputa de poder, para el gran afuera se construye un dispositivo de cacería, otro más, y como todo dispositivo de cacería, sabemos quiénes son siempre los más desprotegidos y desprotegidas».

Muchas de las críticas que se impulsan en esta cancelación parecieran tener un origen subalterno -reconocimiento del racismo, de la desigualdad de género, de la autoridad y el poder, etc.- pero cuando se activan parecen responder más a una práctica de sectores conservadores en redes sociales que de resistencia política cultural.

«Tal vez haya que empezar a pensar cómo enfrentar las prácticas de escrache y cancelación junto a esa otra gran pregunta de época que es qué hacer con los discursos de odio en general. En cualquiera de los casos me parece que es esencial tener una mirada integral y no mero afán de defender libertades bajo una lupa individual o gozadora de ciertas garantías de raza y clase», explica la experta en conflictos raciales y autora del libro «Por qué escuchamos a Tupac Shakur».

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