
El miércoles 5 de marzo se convirtió en el escenario de una manifestación que marcaría las pautas de un nuevo capítulo en la historia de la lucha de los jubilados en Argentina. En medio de la ola de calor y los cortes de luz que paralizaron la ciudad, jubilados, familias, amigos y organizaciones sociales se manifestaron en la Plaza del Congreso en defensa de sus derechos y contra sus precarias condiciones de vida. Sin embargo, lo que se presentó como una protesta pacífica se transformó en un episodio de violencia y represión que evidenció la crueldad de un gobierno que ha mostrado un palpable desprecio por los más vulnerables.
La convocatoria, organizada por la Mesa Coordinadora Nacional de Organizaciones de Jubilados y Pensionados, reunió a un amplio espectro de adultos mayores que, con el peso de los años y las injusticias sobre sus espaldas, exigían un aumento que, aunque mínimo, podría mejorar su calidad de vida. La indignación estaba latente entre los presentes, quienes no solo luchaban por sus derechos, sino que se erguían como símbolo de solidaridad para todos aquellos trabajadores que, de alguna manera, se ven reflejados en su situación.
No obstante, lo que se esperó como un acto de reivindicación terminó en un despliegue policial que dejó imágenes difíciles de olvidar. Las fuerzas de represión, bajo las órdenes de la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, arremetieron contra un colectivo que, en su mayoría, estaba constituido por personas mayores. El abuso de la fuerza fue evidente: balas de goma, gases lacrimógenos y golpes indiscriminados marcaron el desenlace de una jornada que deseaba ser pacífica. Así, el gobierno, en un acto de cobardía, mostró su verdadera cara: dispuesto a silenciar cualquier tipo de disidencia, incluso si eso implica golpear a quienes alguna vez construyeron el país.
El contexto es alarmante. En un momento en que los jubilados viven situaciones de extrema vulnerabilidad, con haberes que apenas alcanzan para sobrevivir, el gobierno decide satisfacer las demandas del poder económico a expensas de sus derechos. La falta de medicamentos, la imposibilidad de acceder a servicios de salud dignos y la condena a vivir en la miseria se convierten en un modus operandi que parece ser la norma. Mientras tanto, el silencio y el desprecio de la administración nacional empujan a este grupo hacia la desesperación.
Sin embargo, en medio de la opresión, la lucha de los jubilados ha comenzado a resonar no solo entre sus pares, sino que también ha encontrado eco en distintos sectores de la sociedad. En las últimas semanas, se ha evidenciado una creciente adhesión de trabajadores públicos y privados, así como de organizaciones sociales que se oponen a las políticas de este gobierno, catalogado por muchos como ultraderechista. Este fenómeno ha permeado incluso en el ámbito del deporte. Grupos de hinchas de fútbol han decidido no solo acompañar las manifestaciones, sino convertirlas en una expresión de solidaridad, uniendo fuerzas y reivindicaciones.
La imagen de jóvenes y adultos, de distintas generaciones, uniendo sus voces en contra de la indiferencia gubernamental es un reflejo de la potencia que ha tomado la lucha de los jubilados. A medida que la represión aumenta, también lo hace la determinación de los manifestantes, que se niegan a dejar sus reivindicaciones en el aire. La fuerza de la comunidad parece ser el antídoto a la opresión. En medio de esta adversidad, la Mesa Coordinadora Nacional de Organizaciones de Jubilados y Pensionados ha reafirmado su compromiso de continuar la lucha en la mayor unidad posible, sintiendo que cada golpe recibido en la plaza no hace más que fortalecer su causa.
La represión del 5 de marzo es un recordatorio escalofriante de cómo el poder, en su forma más despótica, puede estigmatizar a aquellos que, con valentía, se manifiestan en defensa de sus derechos. No obstante, la resistencia sigue viva. Los jubilados han encontrado en la calle un lugar donde no solo expresarse, sino también hacer eco de la lucha por una vida digna, recordando a la sociedad que su historia continúa escribiéndose, pese a los intentos de silenciarla. En cada grito, en cada pancarta, se siente la voz de generaciones pasadas y la determinación de construir un futuro más justo.
Foto de portada: Gustavo Molfino