El 24 de septiembre de 1928, se realiza en Buenos Aires el primer viaje en «colectivo». La iniciativa la tomó un grupo de taxistas porteños alarmado por decreciente números de pasajeros como producto de la crisis económica y de la aparición de los tranvías. De manera que, para palear la “malaria”, decidieron ofrecer viajes colectivos a lo largo de la calle Rivadavia a razón de 10 centavos por pasajero hasta Flores y 20 centavos hasta Caballito.
Los primeros colectivos porteños fueron coches taxímetros o automóviles de alquiler a los que se les tapaba el reloj o marcador. Los autores de esta nueva empresa fueron: José García Álvarez, Rogelio Fernández, Pedro Etchegaray, Manuel Pazos, Felipe Quintana, Antonio González y Lorenzo Porte, un grupete de amigos que entretenían sus ocios en un cafetín de Lacarra y Rivadavia. Allí, se dice, asesorados por el anarquista Diego Abad de Santillán, idearon esta metodología de transporte con automóviles que tenían capacidad de hasta 7 pasajeros.
Para diferenciarse de los taxis o coches de alquiler agregaban carteles de papel o pintados con cal en los laterales donde indicaban su recorrido. Poco poco después,usaron tableros de madera de quita y pone en su frente que se ajustaban a la carrocería mediante mariposas.
Durante los primeros tiempos, los taxistas optaban por trabajar de colectiveros en ciertas horas del día -generalmente en las horas pico-, luego volvían a trabajar de taxi -por esta razón era fundamental contar con indicadores de destinos remobibles-. Una vez que lograron establecer y consolidar los recorridos, prohibieron el doble trabajo. Como sea, el nuevo sistema pronto ganó el favor de los porteños y, a lo largo del siglo, fue remplazando a los mucho más económicos y seguros tranvías y ómnibus de gran porte.
¿En qué se diferenciaba un colectivo de un ómnibus? Fundamentalmente en el de vehículo. Los ómnibus se carrozaban sobre chasis de camión, con capacidades que iban desde los 17 asientos, los más chicos, hasta los 36 los enormes Lancia. La carrocería estaba claramente inspirada en la de los tranvías, de los cuales copiaron su plataforma trasera de ascenso, sus líneas estilísticas y aberturas rectas y, en la mayoría de los casos, con aristas. Otra característica que los emparentaba con los tranvías era su modo de explotación: con conductor y guarda.
El colectivo evolucionó hacia un tipo de vehículo único y claramente diferente de los ómnibus y de los primitivos “taxis colectivos”: El colectivo de 11 asientos que surgió hacia 1934, que por durante años fue la estampa clásica de esta modalidad de prestaciones. Se diferenciaba claramente de los ómnibus, por estar encorsetado en medidas máximas, establecidas por las autoridades con el fin de que no continuaran su crecimiento y perjudicaran más de la cuenta a tranviarios y omnibuseros. Fue en este escalón evolutivo donde el colectivo tomó las formas básicas que mantendría por años y en el cual los filetes se incorporaron como un aditamento habitual y no aislado.
Otra diferencia es la modalidad de prestación: mientras la mayoría de las empresas de ómnibus contaba con algún tipo de autorización que les permitía circular, los colectiveros iniciaron sus actividades en la más completa informalidad. No contaban con ninguna concesión habilitante y generalmente montaban sus recorridos sobre alguno preexistente del tranvía u ómnibus. Además, y con el fin de que la gente distinguiera claramente sus destinos, solían identificarla con el número de la línea con la que competían. Y es así como, por ejemplo, la actual línea 105, que nació como parásito del tranvía 86, comenzó sus actividades con ese número, que tras su habilitación fue sustituido por el 5. La línea 115 inició como 55, debido a que su recorrido era prácticamente igual al tranvía y a un ómnibus del mismo número.
Recién en 1932, la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires reglamentó el servicio de colectivos. Le dio carácter legal y paralizó, en cierta forma, su crecimiento descontrolado ante el reclamo de las poderosas compañías tranviarias y de ómnibus.