Unos 400 recuperadores urbanos reclamaron hoy en el centro de Buenos Aires, un aumento del incentivo de 1100 pesos mensuales que reciben del gobierno porteño por su labor, y recibieron una oferta que se aproxima a sus demandas y será tratada por las cooperativas del sector de toda la Ciudad.
Delegados de los recuperadores reclamaban un aumento de 200 pesos en abril y otro tanto en julio, ante lo cual el director general de Reciclado de la Ciudad, Javier Ureta, ofreció 200 para el mes próximo y 150 para julio, con lo que las posiciones se aproximaron, informó Evangelina March, que estuvo en la reunión.
Los recuperadores urbanos, que también reclamaron por la provisión de ropa de trabajo, fueron informados de que la Ciudad compró prendas para verano y para invierno y se apresta a distribuirlas. En cambio, las conversaciones no avanzaron en el reclamo de los peticionantes para que sean incorporados trabajadores informales que están en lista de espera para integrarse al sistema.
La reunión se hizo en el marco de una marcha organizada por la Cooperativa Recuperadores Urbanos del Oeste, la mayor de una docena de organizaciones de quienes recogen desechos reciclables por los barrios porteños que atraviesa el ferrocarril Sarmiento, desde Once hasta Liniers.
«En nuestra organización somos 690, y entre todas las cooperativas de la línea seremos unos 2600, pero hay también cientos de recuperadores informales que hay que incorporar progresivamente», dijo Gustavo Ibáñez, presidente de la entidad.
La marcha, que contó con un camión-escenario con parlantes, pirotecnia y las secciones de bombos y de vientos de la murga «Los Verdes» de Monserrat, tuvo la adhesión de la CTA de Moreno, el Movimiento de Trabajadores Desocupados «Aníbal Verón» y la Federación de Cartoneros.
Los manifestantes -40% mujeres, algunas con niños- llegaron hasta Belgrano y Balcarce, vestían sus ropas de trabajo: pantalón y remera o buzo gris o azul con vivos fluorescentes de seguridad.
Durante el acto ante la dependencia municipal, se hizo un aplauso de homenaje al fallecido presidente venezolano Hugo Chávez.
El reclamo de fondo y de más largo plazo de la entidad, es el cumplimiento de un contrato, «que fue firmado después de un larguísimo proceso de licitación, y establece la exclusividad de las cooperativas de recuperadores urbanos en la prestación del servicio de recolección de residuos reciclables».
Para ello, según recordó un locutor durante el acto, es necesario separar la basura domiciliaria y que las empresas recolectoras sólo se lleven los residuos húmedos, no reciclables, en lugar de todo mezclado como ahora.
Actualmente se recuperan en la zona alrededor de 750 toneladas de residuos secos cada día, que tras ser clasificados, son vendidos para ser reciclados en la economía, con lo que los cartoneros obtienen sus principales ingresos.
No hay trabajo para todos
Gustavo Ibáñez, de 54 años, extrabajador de una tecnificada empresa gráfica, preside la cooperativa Recuperadores Urbanos del Oeste, gestada entre los cartoneros que hace una década utilizaban el «Tren Blanco» de la línea Sarmiento, y que hoy cuenta con casi 700 socios.
«Me quedé sin trabajo en un despido masivo en 1996, con esposa y cinco hijos que alimentar y sólo el mayor en edad de trabajar pero igualmente desocupado. Fui taxista, hice changas. En 2001 empecé a cartonear con mi hijo mayor», relata Ibáñez.
Hoy, con 54 años, viudo, tiene a su cargo un hijo de 16 años que estudia en una escuela técnica, y dos nietos, Ibáñez dice que por su edad, nunca pudo volver al trabajo en relación de dependencia. Su hijo mayor sí, con 30 años, trabaja en una textil.
«El país mejoró, pero no hay trabajo para todos», reflexiona y por eso destaca la aparición de organizaciones de autoempleo, como su cooperativa, fundada hace seis años por 68 cartoneros.
«Hoy somos 690. Una cuarta parte tiene entre 35 y 50 años. Hay gráficos, electricistas, torneros, albañiles, gente que quedó fuera de las empresas en la década del 90, los tiempos de (el expresidente Carlos) Menem», describe.
El dirigente añade que «el resto son jóvenes sin oficio ni futuro; a muchos logramos bajarlos de la droga y el alcohol, sólo trabajan los de 16 años para arriba. Los más chicos, a la escuela».
Ibáñez nunca había sido delegado ni había cumplido ninguna otra función dirigente. «En la cooperativa, me hice a los golpes, pero es que comprendimos que sin organización no podíamos luchar. La CTA (Central de Trabajadores Argentinos) nos ayudó mucho a organizarnos», reconoció.