Sala Alberdi / Represión y después
por Johanna Chiefo
¿Cuál es la diferencia entre un espacio cultural privado y el Centro Cultural General San Martín (CCGSM)? Que este último es gestionado directa y exclusivamente por la Ciudad de Buenos Aires. Por lo tanto, se supone, debiera ser un lugar de libre acceso para todos los ciudadanos y en condiciones edilicias y administrativas satisfactorias. Sin embargo, desde el año 2006, el Gobierno de la Ciudad empezó a gestar su vaciamiento: derivando las actividades a otros lugares, aumentando el costo de los cursos, de entradas y alquilando las salas a emprendimientos privados. Frente a esto, docentes y alumnos de la Sala Alberdi, ubicada en el 6º piso del CCGSM, se organizaron en asamblea y, el 17 de agosto de 2010, resolvieron tomar la sala y autogestionarla realizando actividades teatrales y talleres a “la gorra”.
Como respuesta, el 2 de enero de este año, el ministerio de Cultura porteño dispuso el cierre y vallado del CCGSM. El ingreso a Sala Alberdi quedó absolutamente vedado, pese a las cuatro personas que permanecían en la toma. La amenaza de su desalojo se tornó inminente. Francisco Nicolau, delegado del colectivo de la Sala Alberdi, argumenta que con la excusa del receso vacacional, “el Gobierno fue preparando el terreno para la represión, cuando cercó y militarizó el lugar con personal de seguridad, policía metropolitana y un grupo de personas vestidas de negro, sin identificación, que luego se descubrieron como barrabravas”.
El 4 de enero, bajo una lluvia torrencial, los integrantes del colectivo de la Sala Alberdi, ingresaron a la plaza seca del CCGSM. Se generó entonces un acampe que intentó preservar el espíritu de la Sala y suministrar provisiones a los ocupantes del 6to piso, que estaban viviendo en condiciones muy precarias.
La situación hace repensar el carácter de las medidas del gobierno de Macri. Se sabe que un gobierno tiene la responsabilidad de cuidar la integridad de los ciudadanos, estén o no cometiendo un delito. Sin embargo, esto se contradijo de hecho: “A los compas que estaban arriba no los dejaban acceder al baño ni se nos permitía llevarles comida. Diseñamos un dispositivo con una polea para llegar hasta ellos. Basta con decir que cagaban y meaban en una bolsa”, resume Francisco Nicolau.
El acampe debía finalizar el 10 de febrero. Esa era la fecha prevista por Gabriela Ricardes, directora del CCGSM, para el reinicio de las actividades. La noche previa, los acampantes celebraron un festival de rock y varietés, luego levantaron sus pertenencias y ordenaron el lugar. Salió el sol, llegó el día, pero las puertas del Centro Cultural permanecieron cerradas. Continuaron las asambleas, el acampe y la resistencia. Se sumaron más artistas, representantes de organizaciones defensoras de Derechos Humanos, intelectuales, y también infiltrados.
El 12 de marzo, se estaba a punto de llegar a un acuerdo con el ministro de Cultura de la Ciudad, Hernán Lombardi. Pero sorpresivamente, una bomba molotov estalló en la puerta del CCGSM. De inmediato, el jefe de la Policía Metropolitana Horacio Giménez (1) ordenó avanzar. La infantería entró con matafuegos, gases, machetes, balas de goma y balas de plomo. La represión fue salvaje y logró sacar a todos los jóvenes del acampe. Los dispersó a machetazos y tiros. Esa noche ninguno durmió. “No podés respirar ni ver, solo escuchás disparos, es como si tu cerebro disparara a modo de emergencia: huís o te defendés”, explica Nicolau. Hubo corridas, reuniones en el Bauen y en el Obelisco y un cordón humano sobre Corrientes. El saldo fue un centenar de golpeados, treinta detenidos y cuatro heridos con balas de plomo. La toma continuó en la sala Alberdi, sexto piso del CCGSM.
El 21 de marzo, la Justicia criminalizó a los cuatro ocupantes del sexto piso. El desalojo de la Sala era inminente. El 24 de marzo, día la Memoria, la Verdad y la Justicia, mientras enormes banderas de “Nunca Más” desfilaban rumbo a la Plaza de Mayo, la policía de Macri reprimía por segunda vez. En la madrugada del 25, los jóvenes del sexto piso pudieron reencontrarse con sus compañeros, pero hasta hoy siguen procesados.
La sala Alberdi es uno de los tantos conflictos que ha enfrentado el macrismo sin mostrar capacidad conciliatoria. No es novedad que en estos conflictos utilice estrategias mediáticas relacionadas con la victimización y la incriminación. Malena D’Alessio, voz de CORREPI (organización Contra la Represión Policial), sostiene que “el Gobierno de la Ciudad está naturalizando la represión porque pretende una sociedad que no se encuentre a sí misma, que no crea, no participe, ni luche. Para ello implementa una política de mercantilización, tanto de la cultura, como de la educación y la salud”.
Aunque el conflicto continúa y el reclamo actual es por las conductas represivas y anticonstitucionales del Gobierno, hay que tener en cuenta otros factores. Por un lado, comprender que el gobierno de Macri no concibe el dinero destinado a la actividad cultural como una inversión, sino como una pérdida. Se trata de una concepción liberalista del gasto público en contraposición con la idea de inversión pública e inversión privada.
Por otro lado, la puja de intereses nos lleva a una discusión acerca de lo público y lo privado o, mejor, del arte popular vs. el arte elitista. “El arte popular no es Palito Ortega tocando en el Obelisco; eso que llamamos arte popular se da en las calles, no es masivo ni quiere serlo, es barrial, es comunal, es como en las asambleas barriales, donde cada uno aporta lo que sabe, lo que puede y lo que tiene. Es gratis, es a la gorra y conlleva un significado que va más allá de la expresión artística que genera un contenido que no se expresa mediante algo explícito sino a través de la manera en que se hace. Busca generar fraternidad entre diferentes espacios”, explica Nicolau.
De esta manera, podemos pensar que el arte popular existe en tanto es apropiado por las masas, esa es su ganancia (no el dinero). Al apropiarse, las masas pasan a ser parte integrante de un colectivo expresivo. Por eso, más que arte popular, se trata de expresión popular. En la otra vereda, existe una concepción elitista del arte que jerarquiza las expresiones artísticas (“esto es arte”, “esto no”), impulsando así los intereses individuales de una determinada clase social. No es Dios contra el Diablo, no es el bien contra el mal, son dos visiones del mundo, es la eterna dicotomía que nos mantiene en veredas opuestas. ¿Cómo termina la historia? Aún no se sabe. Mientras tanto, el colectivo de la Sala Alberdi sigue luchando, el Gobierno de la Ciudad continúa su gestión (al menos hasta el 2015), y el Poder Judicial no da respuesta.
- Horacio Giménez era comisario de la policía Federal, pasado a retiro en el 2010. Había sido superintendente de Interior y Delitos Complejos y jefe de la custodia vicepresidencial durante el 2001.