viernes, noviembre 22

EL DERECHO AL PAISAJE

Por Cristina Sottile

“Las callecitas de Buenos Aires tienen ese qué se yo…”
A. Piazzolla-H. Ferrer (1969)

Cuando se elige un lugar donde vivir, o cuando se vive mucho tiempo en un lugar, aun sin haberlo elegido, hay trazas de nuestro paso cotidiano por los lugares, que cuentan la historia de nuestras vidas y que marcan un barrio para siempre otorgándole una identidad a la que todos aportamos un poco, y que hace de un lugar nuestro lugar, diferenciándolo de otros, porque nos pertenece.

Las identidades barriales están marcadas por cuestiones tan distintas como los colores de un club de fútbol, algún árbol especial en una plaza, instituciones que aparecen en fotografías familiares y en los recuerdos, y muchos otros motivos que tienen sentido solo para quienes en este barrio (del barrio estamos hablando) viven y construyen su Historia.

Ahora bien, esta definición de la identidad no está dada de una vez y para siempre, ya que cada generación aporta sus valores estéticos y culturales; se modifica según inmigraciones de todo tipo, según necesidades de la Ciudad vinculadas a la provisión de servicios (todos vimos aumentar la cantidad de cableado y postes en las veredas cuando se instalaron las compañías de TV por cable), y también políticas públicas vinculadas al Planeamiento Urbano.

Todo lo mencionado modifica las características del lugar elegido para vivir a lo largo del tiempo, pero no siempre para hacerlo mejor, más habitable, más adecuado; no siempre estos cambios van en el sentido de asegurar una buena calidad de vida para las paesonas.

Y definimos como calidad de vida no solamente aquellas cuestiones relacionadas con lo económico, aunque se reconoce su importancia; se incluye en este concepto el derecho a vivir en el lugar elegido con aquellas ventajas que tuvieron al momento de hacer la elección: el arbolado, el estilo de edificación (que no solo es una cuestión estética cuando la edificación indiscriminada afecta la provisión de servicios públicos tales como el agua, las cloacas y la luz), en fin, aquello que puede resumirse como paisaje urbano.

¿Porqué es importante hablar del paisaje urbano y además plantear el derecho a decidir acerca del mismo?

Porque no es lo mismo que el entorno de donde se vive y se cría a los hijos se vaya modificando en medidas y tiempos humanos (esto es, en el curso de generaciones) con la participación y consenso de las personas, que la modificación del perfil barrial basado exclusivamente en emprendimientos cuya motivación principal es la económica. Pueden agregarse a esto aquellas políticas públicas que en una gestión “modernizadora”, (se utiliza esta palabra haciendo deliberada referencia a la posición histórica y filosófica del Siglo XIX, representada por la antinomia “Civilización o Barbarie”, y se suponía que lo “moderno” era lo “civilizado”; posición ya superada en la mayor parte de los ámbitos), se dispone a eliminar el adoquinado de calles y avenidas.

Mas allá de las posibles elucubraciones acerca del destino de los adoquines extraídos, de las ventajas de la calle adoquinada en cuanto a drenaje hídrico, sus ventajas al momento de la reparación y la reducción razonable de la velocidad de circulación (con lo cual se obtiene un plus de seguridad); mas allá de esto existen motivos culturales para oponerse a esta expoliación del patrimonio cultural porteño.

La postulación de la Ciudad de Buenos Aires como Patrimonio de la Humanidad ante la UNESCO, el 10 de Mayo de 2005 en la categoría Paisaje Cultural, se basó en el particular paisaje de la Ciudad, en el que tienen importancia las calles adoquinadas: tal vez sea el momento de insistir ante los organismos internacionales, ya que este particular paisaje puede ser destruido por quienes deberían preservarlo.

No es un tema banal la modificación arbitraria del ambiente donde se vive, tales cambios nunca son gratuitos, tienen consecuencias. Las consecuencias más graves, porque permanecen en el tiempo, son las consecuencias sociales a nivel de la formación de redes comunitarias, de la valoración de lo propio, del conocimiento del derecho a tener voz y voto cuando se habla de modificar el espacio en que se vive y que nos pertenece por derecho; y también nos pertenece el derecho a controlar o impedir actos de gestión pública que vayan en contra de los deseos de la gente.

Más graves todavía son las consecuencias que se instalan culturalmente, ya que pensar en la inutilidad de la participación, la indiferencia frente a lo que las personas quieren, llevan efectivamente a la conformación de una sociedad en la que el no participar es el hábito, la solidaridad es leyenda, y se carece de herramientas para reconocer y reconocerse en la ciudad que por acción o por omisión también se construye.

La gente, los vecinos, de los cuales se habla mucho pero a los que no se está escuchando, viven en una Buenos Aires que ya está hecha, de la cual son constructores, porque dejaron huellas de sus pisadas y sus vidas por todos los rincones de la Ciudad, esto es lo que los hace propietarios.

Esta nota fue publicada en el periódico Barrial «El Local» en Diciembre de 2008.

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