“La Toma” es un documental que se mete en las aulas del colegio secundario Nicolás Avellaneda del barrio de Palermo y testimonia el modo en que, con aciertos y errores, todos trabajan en torno a una misma idea, que es la de mejor educación en mejores condiciones. Hoy, a las 20hs se proyecta en la cooperativa de trabajo Casco, de calle Caldas 1320 en el barrio de Villa Ortúzar, con entrada libre y gratuita y la presencia de su directora: Sandra Gugliotta,
Durante buena parte de este año, estudiantes de diferentes colegios secundarios porteños protestaron contra la decisión del Gobierno de la Ciudad de aplicar una nueva currícula de estudios, homologada por el Ministerio de Educación de la Nación y que ya está en vigor en el resto del país. Ese reclamo se hizo manifiesto a través de la toma de los establecimientos, una metodología que generó no pocas polémicas en los medios de comunicación y que registra un antecedente inmediato en las que ocurrieron en 2010, cuando el alumnado reclamaba por mejoras edilicias en escuelas públicas que indudablemente las necesitaban (y que, en muchos casos, las siguen necesitando).
Sobre esa experiencia pone el foco “La toma”, específicamente sobre lo que ocurrió en el colegio Nicolás Avellaneda, uno de los veinticuatro que en ese momento resolvieron llevar adelante esa medida de fuerza ante el indiscutible deterioro que venían sufriendo. Lo notable de la película de Gugliotta es su enérgica voluntad de exceder el mero registro de los hechos para inclinarse por la construcción, con solvencia, gracia e inteligencia, de una historia con todos los condimentos de una buena ficción, sin por eso resignar su valor documental.
La película ataca varios frentes al mismo tiempo: destaca la capacidad de organización de los estudiantes, revela sus convicciones, desnuda su candidez y sintetiza su cotidianidad con pincelazos muy precisos. Trata a los protagonistas con un visible cariño y hasta logra un pico de alta emotividad en una enérgica alocución de una alumna sobre la conciencia política. Lo que finalmente se discutió en el Avellaneda fue si lo correcto era pensar exclusivamente en lo propio (conseguir las mejoras en el colegio como objetivo central) o bien desarrollar un espíritu colectivo, teniendo en cuenta lo que pasaba en el resto de los colegios de la ciudad, muchos de los cuales no estaban obteniendo la misma respuesta.