viernes, noviembre 22

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

Hace cinco años, en el gris de la tarde, partía Gabriel García Márquez, dicen que en la misma sábana en la que Remedios la bella ascendió al cielo y se hizo eterna. No sé cómo ni cuándo la noticia llegó a Macondo. Sí, cómo repercutió en las redes sociales y en los medios de comunicación. Lo trágico no fue su partida, sino que su muerte se transformara en una empresa. En una fábrica de fans. En una comidilla de entretelones.
En la muchedumbre de virtualidad en la que convivimos hay de todo, y todos tienen algo para decir: los que lo leyeron hasta amarlo, los que lo odiaron hasta leerlo y los que jamás leyeron una sola de sus líneas. No faltó, entonces, quien ante el afán de figurar, le atribuyera a Gabo una frase que jamás escribió, más parecida a un consuelo de autoayuda que a genuina literatura.
Los medios comerciales necesitan vender y ofrecen la falsificación de una intimidad familiar, generan expectativas ficticias, inventan dicotomías idiotas. Pero también están las crónicas. Las precisas, de aquellos que lo conocieron y amaron primero desde su obra y luego personalmente. Crónicas que no describen más de lo que tienen que describir, dicen todo lo necesario, y, así de perfectas, nos hacen estallar de emoción, incursionar en sus escritos o releer su obra. Y están las que hacen una exhaustiva enumeración de detalles insignificantes: describen su culito de pato, sus ojitos entrecerrados, su andar en puntitas de pies; pero no dicen nada de su mejor legado: la literatura.
Lo cierto es que más allá de su muerte y mucho antes de su partida, Gabo dejó un continente de literatura en su más pura naturaleza. Un continente que describió con belleza de ensueño y dolor de parturienta. Atravesado por años de soledad, por patriarcas imperiales, por esperas infinitas, por masacres, hambrunas y prostitución. Un continente que se debe a sí mismo la conquista de su definitiva descolonización.
Nada más puedo aportar sobre Gabo. Celebro que haya sido un subversivo. Subvirtió todos los espejos y, a través de su obra, aprendimos a mirarnos en el único que tenemos: el de nuestra América.
El mejor homenaje que podemos hacerle al Gabo es leer o releer y difundir su obra.

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