«Una vez -recuerda Eduardo Gilimón- el doctor Juan Creaghe, anciano médico y hombre en quien el ideal anárquico constituía una especia de segunda naturaleza, tomó un carruaje, cargó en él gran cantidad de ejemplares de La Protesta Humana y salió a venderlos por las calles centrales de Buenos Aires voceando el título del periódico, en tanto que con el revólver empuñado mantenía a raya a los empleados de la sección Orden Social de la policía, que no se determinaron a secuestrar la edición como lo habían hecho otras veces».
Como se puede intuir, nunca ha sido fácil ser anarquista; sobre todo en la época de mayor difusión de las ideas ácratas donde actúa impetuosamente Baudilio Sinesio García Fernández, más conocido como Diego Abad de Santillán, de quien hoy se cumplen 28 años de su muerte en Barcelona.
Antes que nada se impone la complejidad de su vida, signada por migraciones y exilios, por el ahínco de su militancia motivado por la fe en la Idea, y por las privaciones que la adecuación entre medios y fines conlleva. Dice Christian Ferrer en su libro «Cabezas de tormenta» que «las biografías de anarquistas se nos presenten como las vidas de los santos, como existencias exigidas, que todo lo sacrificaban en beneficio de su ideal».
Abad de Santillán vivió 85 años. Había nacido en Reyero, León, el 20 de mayo de 1897 y dejó una obra inmensa, inabarcable.
Sólo de temas obreros y anarquistas escribió más de veinticinco libros que se suman a los miles de artículos dispersos en periódicos como -por nombrar algunos- Acción Libertaria, Acracia, Cenit, Construir, Mañana, La Protesta -donde fue presencia importante-, Solidaridad, Tiempos Nuevos, Tierra y Libertad.
También tradujo decisivos autores como Mijail Bakunin, Luigi Fabbri, Gustav Landauer, Max Nettlau y Rudolf Rocker y realizó por encargo algunas enciclopedias entre las que es necesario recordar la monumental «Gran Enciclopedia Argentina».
El título completo se completa con «Todo lo argentino ordenado alfabéticamente: geografía e historia, toponimias, biografías, ciencias, artes, letras, derecho, economía, industria y comercio, instituciones, flora y fauna, folklore, léxico regional». Tuvo una sola edición que es el tesoro de algunos bibliófilos y apareció entre 1956 y 1963, en ocho volúmenes y un apéndice, por la editorial Ediar, de Buenos Aires.
Otra enciclopedia, la «Enciclopedia del anarquismo español», lo llama «anarquista universal» dada su extraordinaria influencia en España y América.
Llegó a la Argentina con su familia en 1905 y trabajó desde los diez años en diversos oficios, especialmente en el ferrocarril.
En 1918, luego de una temporada en España de donde sale de la cárcel gracias a una amnistía, regresa al país y se integra en el movimiento anarquista.
Conoce la prisión argentina en 1919 tras una huelga, dirige un semanario anticlerical y se suma a La Protesta y a la FORA (Federación Obrera Regional Argentina). En 1922 parte por algunos años hacia Alemania desde donde continúa enviando colaboraciones y ayuda al lanzamiento, además de sugerir el nombre, de la AIT, Asociación Internacional de los Trabajadores.
En Argentina, el golpe de Estado de Uriburu lo lanza nuevamente fuera del país pero logra reingresar clandestinamente: reabre la FORA y prepara una campaña en favor de los exiliados.
Más tarde, la guerra civil española lo tiene entre sus filas formando el Comité de Milicias Antifascistas de Barcelona, y el Consejo de Economía de la Generalitat. En enero de 1939 abandona España, pasa por campos de concentración y poco antes de 1944 vuelve a América.
Durante décadas vive en la Argentina donde es cofundador de la editorial Americalee, colabora en la revista Reconstruir, y emprende su trabajo de enciclopedista que se completa con «Historia argentina», en tres tomos y «Diccionario de argentinismos. De ayer y de hoy» y regresa a España recién a la muerte de Franco.
Las ideas de este singular personaje fueron evolucionando y mutando con el tiempo: de un anarquismo radical, anticomunista y antirreformista, a la paulatina creencia en la importancia de los problemas económicos y a un análisis del capitalismo como factor histórico, rechazando un anarquismo sin programa.
Como escribió Ferrer, los anarquistas son «astillas, clavos miguelitos, cabezas de tormenta, marabunta suelta y errante en el panal psíquico del orden burgués. Pero además, y no sólo ocasionalmente, los anarquistas establecieron las bases de una contrahegemonía libertaria, es decir, postularon y llevaron a cabo las formas de una existencia política deseable». Gran tarea la de Diego Abad de Santillán.