Con una visión descarnada de la realidad Agustina Bazterrica construye en «Diecinueve garras y un pájaro oscuro» un corpus de cuentos donde el humor negro, la parodia y el terror ponen en jaque zonas sombrías de los vínculos y sentimientos como la amistad, el amor, el deseo y la muerte.
Cultora de un estilo distópico con el que en 2017 obtuvo el Premio Clarín Novela por «Cadáver Exquisito», la escritora aborda relatos donde el punto de vista ingenuo de una niña se vuelve un atajo para narrar aspectos macabros en relación a la muerte; el humor se impone para parodiar el padecimiento por desamor; o lo fantástico permite burlar una situación de abuso infantil.
En una entrevista con la agencia de noticias Télam, Bazterrica dialogó sobre los hechos que inspiraron estos diecinueve cuentos, editados por Alfaguara.
– En tu obra, en general, y en tus cuentos aparece una mirada descarnada de la realidad. ¿De dónde creés que surgió en vos esa forma de percibir el mundo?
– Agustina Bazterrica: Es una mirada crítica, conmovida por la cultura de la violencia y el maltrato. No solo la violencia de los actos como pueden ser abusos, o asesinatos sino el universo que vamos tejiendo con nuestras palabras que hieren, lastiman, desgarran. Vivimos en ese entramado de micro y macro violencias y, en general, somos indiferentes.
Kafka dijo sobre la lectura: «Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros». A mí me gustaría que mis libros rompan ese mar que se va escarchando cuando empezamos a naturalizar la crueldad.
– El abuso es un tema que aparece en el libro: en un caso una niña sale victoriosa, y en otro, la protagonista termina víctima de un circuito familiar perverso. ¿Qué situaciones te inspiraron esos cuentos?
– A.B: El cuento con el final victorioso es «Roberto» y lo escribí a los 19 años. Fue el resultado de un ejercicio de taller. Habíamos leído «Carta a una señorita en París» de Cortázar con lo cual los conejos estaban en mi mente. Analizándolo luego de tantos años creo que el cuento también surgió como una descarga al acoso callejero que sufría a esa edad. Había asistido a un colegio de monjas muy estricto y no tenía herramientas para enfrentar ese tipo de abusos. El otro cuento «Tierra» surgió como un desafío. Había ganado una mención en los Concursos Avon y los tres primeros premios hablaban del incesto y me propuse escribir sobre el tema intentando no caer en el lugar común. De todas maneras, creo que en los dos hablo de la vulnerabilidad que yo sentía cuando era más joven y no se hablaba de feminicidios, por ejemplo. Esa sensación de riesgo constante, que en cualquier momento un hombre te podía acosar. Para muchas, ahora lo sabemos, no hay seguridad ni en el hogar.
– En el cuento «Un sonido liviano, rápido y monstruoso» ocurre un suicidio terrible que rompe la calma. ¿Lo pensaste como una forma de amenaza latente que puede destruir la vida sin que lo pensemos?
– A.B: Una compañera de facultad que era dentista pero había decidido estudiar Artes me contó exactamente eso, que un vecino, un primero de enero, se había suicidado en su patio, pero antes de que cayera el cuerpo había caído la dentadura, hecho que le advirtió del peligro y la salvó de morir aplastada. Algo totalmente bizarro, insólito. No me contó muchos más detalles, pero rumié la idea durante años hasta que empecé una novela con esa historia. La novela se transformó en cuento y lo que trabajé fue también la idea de riesgo. La falsa sensación de seguridad y de control con el que vivimos. Creer que si seguimos ciertos pasos, si cumplimos ciertos mandatos todo estará bien. Pero, un día se nos cae un vecino en la cabeza.
– Algunos de tus cuentos están construidos sobre una crítica al amor tradicional, edulcorado, como en «Rosa bombón» donde se genera un vínculo dependiente de la mujer hacia su pareja. ¿Cómo concebís el vínculo amoroso, y qué situaciones te dispararon este cuento?
– A.B: Totalmente, es una crítica al amor romántico y edulcorado que en nuestra cultura opaca todas las otras facetas del amor, porque creo que no hay un solo tipo de amor. Uno puede amar de manera enferma, egoísta, limitada, agobiante, y creer que está amando bien. Personalmente concibo al amor de pareja como el fruto de un trabajo diario con las propias limitaciones, para, justamente, generar vínculos de respeto mutuo, más sanos y luminosos. Pero no siempre lo tuve tan claro. Tuve relaciones tóxicas de alta dependencia y el cuento cuestiona eso: cómo la autoestima de una persona puede ser minada, destruida (por ella misma y por la pareja) al punto de pensar que la vida perdió sentido cuando tu pareja te deja.
– «Lavavajillas» es un cuento que me hizo pensar en un profundo descreimiento sobre la humanidad. Además el español neutro que utilizás y el nombre de los personajes me hizo pensar que transcurre en Estados Unidos. ¿Creés que vamos camino a la deshumanización?
– A.B: Que interesante tu lectura. Es mi cuento favorito y lo es porque mi lectura es que el final es victorioso, que la protagonista recupera la individualidad y la identidad que había tambaleado con la presión de la madre y la amiga. Sin embargo, entiendo que lo hayas leído de esa manera porque hay referencias permanentes a las máquinas y a la automatización, sumado a ese lenguaje totalmente artificial, ese español neutro que pareciera un cuento traducido del inglés. Personalmente creo en la humanidad, aunque leyendo mi obra no lo parezca. Pero si no creyera que hay posibilidades de evolucionar, no escribiría.
– La muerte como lugar de perturbación es otro de los temas que abordás en distintos cuentos.¿Qué reflexión hacés de la conexión de tu obra con la muerte?
– A.B: Para mí la muerte es un pasaje a otra dimensión. Lo único que temo de cuando llegue mi muerte es no haber podido leer todo lo que quiero leer. Pero este es el pensamiento racional, el que me tranquiliza es el hecho de que, en definitiva, no sabemos con certeza qué pasa antes y después. Todos esos interrogantes, esos miedos, atraviesan mi obra. Y la muerte, cuando es asesinato, también la veo con enorme perturbación, como una faceta más de la violencia.
– ¿Si tuvieras que mencionar autores que influyeron en tu escritura a quiénes nombrarías?
– A.B: Muchos, que van variando a medida que incorporo nuevas lecturas. Hoy estoy fascinada con Dostoievski, por ejemplo. Pero los escritores que leo y releo son Franz Kafka, Virginia Woolf, Flannery O’Connor, Clarice Lispector, Juan José Saer, Toni Morrison, James Joyce, Stephen King, Loorie Moore, Albert Camus, Marguerite Duras, Andrés Rivera, Silvina Ocampo, Margaret Atwood.