por Agustín Argento y Pedro Fernández Mouján
Los estrenos de «El Sistema KEOPS» del argentino Nicolás Goldbart en la Competencia Internacional y de «Eami», nuevo filme de la realizadora paraguaya Paz Encima en Vanguardia y Género pusieron nuevamente de manifiesto la amplitud narrativa y temática que encierra esta 23ra edición del Bafici, que arrancó el pasado 19 de abril y concluye el domingo 1 de mayo.
Cuando el festival comienza a dar vuelta el codo final y se conocen las últimas novedades de una edición que se desarrolla a sala llena en distintos cines de la Ciudad de Buenos Aires, las novedades no se detienen y se conocen películas entretenidas, con una amplia mirada de géneros y otras mucho más reflexivas, inquietantes, de carácter poético.
La película de Goldbart tuvo su premiere en la Sala 1 del Cine Gaumont y su enorme pantalla le hizo honor a la muy buena factura visual conseguida. El realizador de la aplaudida «Fase 7» regresó a la dirección tras 12 años con una historia que tiene a dos cineastas como protagonistas y un sinfín de guiños al séptimo arte en una historia atrapante y sencilla.
Fernando (Daniel Hender) es un guionista que vive en calzoncillos, tiene poco diálogo con su esposa y su hija adolescente prácticamente lo detesta. Su vida es estar delante de la computadora navegando por internet, leyendo guiones o haciéndole bromas por redes sociales a sus amigos. En uno de esos tediosos momentos, ingresa a la página equivocada y, a partir de ahí, comenzará a ser observado, perseguido y grabado por esta logia llamaba «KEOPS». En un intento por salirse, lo llama a Sergio (Alan Sabbagh), quien no quiere hablar ni pensar, solamente encontrar a los culpables y «cagarlos bien a trompadas».
Los papeles de Hendler y Sabbagh, dos de los mejores comediantes del cine nacional, expresan naturalidad e incredulidad; un oxímoron que el realizador, de vasta experiencia como montajista, logra equilibrar. La historia se desarrolla en menos de 24 horas, con la premisa de «una persona común, en situaciones extraordinarias», que hará que cada decisión que tomen los protagonistas sea un paso más hacia el abismo controlado por dos adolescentes tan nerds como macabros.
A lo largo de las casi dos horas de película, Goldbart distribuye guiños a «La conversación» (Francis Ford Coppola), «El club de la pelea» (David Fincher), la mencionada «Ventana indiscreta» y el spaghetti western, además de la historieta «Astérix y Obélix», pieza fundamental en la formación del director, como la dupla Bud Spencer y Terence Hill, referencia ineludible para la construcción de Fernando y Sergio.
Pero si de detalles se trata, «El sistema KEOPS» se apoya con una muy buena banda sonora con temas de Bee Gees, pianos a lo Trent Reznor, heavy metal en momentos claves y hasta una pieza de estilo medieval. Esto que a simple vista puede parecer una ensalada, se amalgama a la perfección para darle vida a una película que puede escapar fácilmente al cine de nicho gracias a su plasticidad y apertura tanto visual como narrativa.
En la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín tuvo lugar la premiere en salas de «Eami», tercer largometraje de la destacada realizadora paraguaya Paz Encina que se alzó este año con el Tiger Award, máximo galardón que entrega el prestigioso Festival de Cine de Rotterdam.
Encina, que debutó con la excepcional «Hamaca paraguaya» (2006) y que en 2016 dio a conocer «Ejercicios de memoria», ensayo poético documental sobre la oposición política a la dictadura de Alfredo Stroessner, indaga en este filme al aspectos relacionados a la tierra, los modos de vivir en el mundo, el avance irrefrenable de la explotación agrícola y la extensión de las fronteras productivas, los modos de vida del monte paraguayo y las culturas que lo pueblan y son expulsados del mismo.
Con planos extensos, que traslucen la dimensión del tiempo en pantalla, un lenguaje en off que recurre a la alegoría, los relatos folclóricos y mitológicos y un trabajado sonido (acaso excesivamente en primer plano o demasiado fuerte) que busca poblar la infinidad de vidas posibles en el monte paraguayo, Paz Encina construye un filme poético, esencial, radical en sus formas, que contiene la protesta pero no se queda agazapado en ella.
La película transcurre en la selva del Chaco paraguayo, está hablada en guaraní y narra a través de la metáfora la situación de pueblos originarios corridos de sus tierras (el monte) ante el avance depredador de la producción agrícola en gran escala a zonas que hasta entonces fueron reservorios de culturas, personas, animales, ambientes y recursos naturales de la diversidad biosférica, humana y animal del planeta Tierra, en proceso de extinción.
Un incendio reduce una comunidad y una niña (alegoría de persona, animal y ser natural) vaga ciega buscando padres y hermanos, intentando dar con todos aquellos perdidos para restituir su mundo al tiempo que se ve impelida a abandonar el monte, lugar del cual sabe que se sale pero no se vuelve.
Esa tensión entre permanecer y dejar, la extinción de formas de vidas posibles en el planeta, sean humanas, naturales o animales, contada con la suavidad de un relato de cuna y la violencia de una denuncia política se dan cita en el filme de Paz Encina, que es también otra forma posible de hacer cine, una rara especie en extinción en la época del streaming, las plataformas y el cine como entretenimiento puro.