por Leticia Pogoriles
El reconocido fotógrafo argentino Eduardo Grossman abrió su «Antología posible» en el Espacio de Arte Fundación Osde. Allí, expone 120 imágenes seleccionadas que entremezclan, bajo el influjo de una misma y ecléctica mirada, su trabajo periodístico, instantáneas abstractas y composiciones estéticas y realistas validadas por la luz equilibrada, el clímax de la acción y el gesto irrepetible, todo surcado por las posibilidades más amplias del color y el blanco y negro.
Protagonista del naciente movimiento de fotografía de arte de los 80 y, en los últimos años, artífice de discusiones sobre el lenguaje fotográfico, Grossman -el cuarto fotógrafo en exponer en este espacio artístico tras Sara Facio, André Kertész y Josef Koudelka- plantea aquí una realidad distinta, la de su mirada sobre el mundo plasmada en papel. «Acá puse todo», resume .
Dividida en trece capítulos con cierta conexión temática, pero sin una cronología estricta y articulados con pequeños textos escritos de su mujer, Chela Grossman, esta exhibición compone un rescate y digitalización de su archivo, «la gran parte -aclara- nunca estuvieran expuestas y ni siquiera fueron copiadas».
«Nada es inocente», se lee entre los muros, «la fotografía es sospechosa» sigue la frase, haciendo eco en lo que justamente Grossman (Buenos Aires, 1946) propone: una mirada ecléctica que de tan realista puede parecer surrealista y que de tan certera, se antoja misteriosa.
Hay fotos icónicas como un puñado de chicos tomando un sol de enero en una autopista inconclusa; postales de viajes donde el ojo ‘cartierbressiano’ se hace presente; la gente como parte del paisaje y el paisaje, memorable; un Miramar -«voy allá desde antes de nacer», dice- bucólico en gris plata; retratos de personalidades argentinas como Illia en un café o Charly en pleno «Say no more» ; contornos urbanos en colores plenos; neblinas amigables a la lente y tramas abstractas tomadas desde la misma cotidianeidad.
Trabajador de la luz, operario del color, militante para que la fotografía de prensa sea cada vez mejor y hombre sin un norte prefijado, Grossman muestra en sus imágenes en el famoso mantra de poner el ojo, la cabeza y el corazón en cada click. Y lo hizo tantas veces que armar esta antología sólo llegó a buen puerto gracias a la mirada de los otros.
«Se llama ‘posible’ porque me ayudaron, yo era incapaz de hacer una selección. Me pasé mucho tiempo, tengo muchas fotos en 45 años de oficio, hay desde 1971 a 2014. Fui siempre muy ecléctico, además de mucho trabajo profesional, hay series armadas donde la imagen trabaja como ilustración. La selección de Marcos Zimmermann hizo que, a pesar de la diversidad se pueda ver reconociendo una mirada», cuenta.
A ese ojo sensible a cierta luz y a esa observación instantánea cuesta ponerle palabras: «La mirada la definen las fotos, si son suficientemente interesantes o fuertes y proponen varias interpretaciones posibles. Estas fotos no tienen títulos -más que la referencia al lugar de la toma- para que no dirijan la lectura hacia ningún lugar», explicita.
La gran paradoja de la belleza de esta muestra se ve al final, en una original línea de tiempo de la vida del autor que concluye con una cámara pequeña, digital, ni muy nueva, ni tan vieja con las que sacó «la mayoría» de las fotos exhibidas, revelando que esa mirada de los muchos Grossman -intimista, brutal, concreta, estética, saturada, bucólica- no necesita mayores apoyos tecnológicos.
Es que el momento justo se da «por una cuestión de actitud corporal que tiene que ver con llevar una cámara encima, casi nunca trabajo sobre un tema predeterminado y hay distintos momentos de una foto. Una foto es algo que te entra en el ojo como una situación, una luz, un momento que de alguna manera te sensibiliza. Hacer esas fotos y después la selección y decantación para ver en cuál lograste algo o no», dice mientras saca otra cámara, una pequeña que sale de su riñonera.
Para que una fotografía funcione, dice, se necesita «una cantidad de elementos formales, muchos azarosos que influyen en la fuerza. No hay que entenderlo como medio de comunicación o que estás transmitiendo un lenguaje, estás transmitiendo una manera de ser y de mirar. El lenguaje es la fotografía y dentro de sus límites ver hacia donde te dirigís, qué carga dramática o qué vínculo con el mundo estableces. Es una obra en el tiempo. Hay fotos con historia y otras son un click».
«Como una hoja al viento», así se considera este hombre, sin rumbo y con cámara en mano. «Es raro pero hay días que salgo a la calle y lo único que veo son siluetas de edificios y me paso una semana sacando eso. Y otro día veo el horror de los aires acondicionados, las chimeneas, los caños, la ventanas rotas, lo más feo de la ciudad. Automáticamente la mirada va ahí. Por ejemplo, durante tres o cuatro años lo único que veía eran manchas», confiesa.
A esas salpicaduras, lamparones, puntos, texturas, añicos, tiznes y colores, Grossman les dedica una sección, la más abstracta, con imágenes tomadas muy de cerca pero que en realidad, una de ellas, por ejemplo, no es más que «pintura seca de un quiosquito de La Boca». En la otra esquina de la sala, hay paisajes urbanos y detalles tangibles y cotidianos también con «un color, rabioso de sí mismo» que expresan una vuelta a sus comienzos, esta vez cromada, saturada y plena.
«La fotografía -dice- no hay que inscribirla definitiva dentro del arte, es un lenguaje que tiene muchos más contactos con la trama cultural, atravesada por los medios, la foto familiar, cosas que no tienen que ver con la expresión artística. La fotografía se expresa a sí misma y está más vinculada al mundo de las cosas y de lo real que el resto de las artes».
Entrar al mundo de las artes «fue un conflicto porque para muchos les resultó un atajo sin necesidad de cierta maestría. Soy de la idea de que cuanto más se interviene sobre el lenguaje estrictamente fotográfico más se debilita la fotografía. Es un arte, sí, pero no porque pida permiso para serlo. Es un arte dentro de los límites de su lenguaje, creo que cuanto más profundo uno pueda ir dentro de los límites, más eficiente va a ser la obra», reflexiona.
Grossman circunscrito a esas fronteras de un lenguaje anclado en su esencia vital cree en esa abstracción lograda se mantiene «dentro de ese vínculo con la realidad y con construcciones que busco y encuentro, pero que no las origino yo».
Realidades y surrealidades que ya existen en el mundo, pero que él sólo vio y llevó al papel transformándolas a una realidad distinta es, en sus palabras, «lo mejor que pude hacer, ahora faltan que pongan los ojos, la cabeza y el corazón aquellos que las vean».
«Antología posible» se puede ver hasta el 24 de octubre en Suipacha 658, primer piso, de lunes a sábado de 12 a 20, con entrada libre y gratuita. A lo largo de esta muestra habrá charlas y encuentros que se pueden consultar en www.artefundacionosde.com.ar.
Protagonista del naciente movimiento de fotografía de arte de los 80 y, en los últimos años, artífice de discusiones sobre el lenguaje fotográfico, Grossman -el cuarto fotógrafo en exponer en este espacio artístico tras Sara Facio, André Kertész y Josef Koudelka- plantea aquí una realidad distinta, la de su mirada sobre el mundo plasmada en papel. «Acá puse todo», resume .
Dividida en trece capítulos con cierta conexión temática, pero sin una cronología estricta y articulados con pequeños textos escritos de su mujer, Chela Grossman, esta exhibición compone un rescate y digitalización de su archivo, «la gran parte -aclara- nunca estuvieran expuestas y ni siquiera fueron copiadas».
«Nada es inocente», se lee entre los muros, «la fotografía es sospechosa» sigue la frase, haciendo eco en lo que justamente Grossman (Buenos Aires, 1946) propone: una mirada ecléctica que de tan realista puede parecer surrealista y que de tan certera, se antoja misteriosa.
Hay fotos icónicas como un puñado de chicos tomando un sol de enero en una autopista inconclusa; postales de viajes donde el ojo ‘cartierbressiano’ se hace presente; la gente como parte del paisaje y el paisaje, memorable; un Miramar -«voy allá desde antes de nacer», dice- bucólico en gris plata; retratos de personalidades argentinas como Illia en un café o Charly en pleno «Say no more» ; contornos urbanos en colores plenos; neblinas amigables a la lente y tramas abstractas tomadas desde la misma cotidianeidad.
Trabajador de la luz, operario del color, militante para que la fotografía de prensa sea cada vez mejor y hombre sin un norte prefijado, Grossman muestra en sus imágenes en el famoso mantra de poner el ojo, la cabeza y el corazón en cada click. Y lo hizo tantas veces que armar esta antología sólo llegó a buen puerto gracias a la mirada de los otros.
«Se llama ‘posible’ porque me ayudaron, yo era incapaz de hacer una selección. Me pasé mucho tiempo, tengo muchas fotos en 45 años de oficio, hay desde 1971 a 2014. Fui siempre muy ecléctico, además de mucho trabajo profesional, hay series armadas donde la imagen trabaja como ilustración. La selección de Marcos Zimmermann hizo que, a pesar de la diversidad se pueda ver reconociendo una mirada», cuenta.
A ese ojo sensible a cierta luz y a esa observación instantánea cuesta ponerle palabras: «La mirada la definen las fotos, si son suficientemente interesantes o fuertes y proponen varias interpretaciones posibles. Estas fotos no tienen títulos -más que la referencia al lugar de la toma- para que no dirijan la lectura hacia ningún lugar», explicita.
La gran paradoja de la belleza de esta muestra se ve al final, en una original línea de tiempo de la vida del autor que concluye con una cámara pequeña, digital, ni muy nueva, ni tan vieja con las que sacó «la mayoría» de las fotos exhibidas, revelando que esa mirada de los muchos Grossman -intimista, brutal, concreta, estética, saturada, bucólica- no necesita mayores apoyos tecnológicos.
Es que el momento justo se da «por una cuestión de actitud corporal que tiene que ver con llevar una cámara encima, casi nunca trabajo sobre un tema predeterminado y hay distintos momentos de una foto. Una foto es algo que te entra en el ojo como una situación, una luz, un momento que de alguna manera te sensibiliza. Hacer esas fotos y después la selección y decantación para ver en cuál lograste algo o no», dice mientras saca otra cámara, una pequeña que sale de su riñonera.
Para que una fotografía funcione, dice, se necesita «una cantidad de elementos formales, muchos azarosos que influyen en la fuerza. No hay que entenderlo como medio de comunicación o que estás transmitiendo un lenguaje, estás transmitiendo una manera de ser y de mirar. El lenguaje es la fotografía y dentro de sus límites ver hacia donde te dirigís, qué carga dramática o qué vínculo con el mundo estableces. Es una obra en el tiempo. Hay fotos con historia y otras son un click».
«Como una hoja al viento», así se considera este hombre, sin rumbo y con cámara en mano. «Es raro pero hay días que salgo a la calle y lo único que veo son siluetas de edificios y me paso una semana sacando eso. Y otro día veo el horror de los aires acondicionados, las chimeneas, los caños, la ventanas rotas, lo más feo de la ciudad. Automáticamente la mirada va ahí. Por ejemplo, durante tres o cuatro años lo único que veía eran manchas», confiesa.
A esas salpicaduras, lamparones, puntos, texturas, añicos, tiznes y colores, Grossman les dedica una sección, la más abstracta, con imágenes tomadas muy de cerca pero que en realidad, una de ellas, por ejemplo, no es más que «pintura seca de un quiosquito de La Boca». En la otra esquina de la sala, hay paisajes urbanos y detalles tangibles y cotidianos también con «un color, rabioso de sí mismo» que expresan una vuelta a sus comienzos, esta vez cromada, saturada y plena.
«La fotografía -dice- no hay que inscribirla definitiva dentro del arte, es un lenguaje que tiene muchos más contactos con la trama cultural, atravesada por los medios, la foto familiar, cosas que no tienen que ver con la expresión artística. La fotografía se expresa a sí misma y está más vinculada al mundo de las cosas y de lo real que el resto de las artes».
Entrar al mundo de las artes «fue un conflicto porque para muchos les resultó un atajo sin necesidad de cierta maestría. Soy de la idea de que cuanto más se interviene sobre el lenguaje estrictamente fotográfico más se debilita la fotografía. Es un arte, sí, pero no porque pida permiso para serlo. Es un arte dentro de los límites de su lenguaje, creo que cuanto más profundo uno pueda ir dentro de los límites, más eficiente va a ser la obra», reflexiona.
Grossman circunscrito a esas fronteras de un lenguaje anclado en su esencia vital cree en esa abstracción lograda se mantiene «dentro de ese vínculo con la realidad y con construcciones que busco y encuentro, pero que no las origino yo».
Realidades y surrealidades que ya existen en el mundo, pero que él sólo vio y llevó al papel transformándolas a una realidad distinta es, en sus palabras, «lo mejor que pude hacer, ahora faltan que pongan los ojos, la cabeza y el corazón aquellos que las vean».
«Antología posible» se puede ver hasta el 24 de octubre en Suipacha 658, primer piso, de lunes a sábado de 12 a 20, con entrada libre y gratuita. A lo largo de esta muestra habrá charlas y encuentros que se pueden consultar en www.artefundacionosde.com.ar.