sábado, noviembre 23

«ARRIBEÑOS»

Una vertiente fuerte del cine independiente argentino es la que constituye el género documental, y un ejemplo de su cosecha reciente es “Arribeños”, de Marcos Rodríguez, que hace un recorrido por un lugar emblemático, el Barrio Chino, uno de los muchos ejemplos del carácter cosmopolita de Buenos Aires.
En “Arribeños”, el autor de “La educación gastronómica”, ópera prima que tocaba el tema de la amistad y se vio en el Festival de Mar del Plata pero no tuvo estreno comercial, toma como eje las dos cuadras de la calle del título, entre Juramento y Olazábal, donde hace varias décadas confluyeron inmigrantes chinos principalmente de Taiwán, y fundaron un barrio dentro del barrio.
Rodríguez cumple con las reglas básicas de un documental que se pasea por el lugar pero avanza con una puesta en contexto y con entrevistas fuera de cámara que relatan experiencias personales, directas o indirectas, acerca de una comunidad que atravesó medio mundo para incorporase a otra.
El álbum, que incluye año nuevo, karaoke, comidas, dibujos sobre papel de cocina y hasta un poema que da significado al todo, se reiteran de una y otra forma, para dejar como conclusión que estos inmigrantes sienten nostalgia por lo chino aquí y por lo argentino cuando les toca viajar lejos, es decir volver a su terruño natal.
Rodríguez, explica cómo nació la idea, de qué forma se contactó con los entrevistados, hasta qué punto se trata de un testimonio humano pero no turístico, y en qué medida los temas principales son el arraigo y el desarraigo.
-¿Cómo nació la idea?
-Conocía el Barrio Chino como cualquiera de los que vivimos en Buenos Aires, como cualquier vecino, por ir a comer y esas cosas, un espacio que me resultaba muy atractivo visualmente y fue así que a través de unos amigos me contacté con gente de la comunidad taiwanesa. También tiene que ver con mi admiración por el cine oriental. De pronto supe que quería filmar en ese espacio.
-¿Un amor a primera vista?
-Sentí que era un lugar para poner una cámara y filmar lo que estaba pasando, pero que además todo tenía mucho significado y mucha historia. Empecé a estudiar el tema, fueron surgiendo historias poco a poco, más todavía cuando fui entrevistando a la gente y empezaron a aparecer las historias de inmigrantes, fui confirmando aquello que suponía.
-Da la impresión que se trata de un álbum con viñetas de un barrio, a fin de cuentas parecido a muchos pero con gente que lo hace diferente porque viene del otro lado del planeta y tiene un idioma muy distinto.
-Es así, pero lo que a mí me pareció más interesante de la inmigración taiwanesa eran dos cosas: por un lado el hecho de que venían de lo más lejos posible, de un contexto totalmente diferente, y por otro lado que se trata de una inmigración muy reciente. Muchos conocemos la de nuestros abuelos o bisabuelos europeos, pero esta es una del presente, y uno puede chequear los distintos grados de integración porque la primera generación está viva, igual que sus hijos y nietos, que prácticamente no tienen contacto con la cultura original.
-Que sea un Barrio Chino no significa que vivan en ese lugar…
-La inmigración china no generó una concentración de viviendas, y los taiwaneses están dispersos por toda la ciudad y el país, pero sí generó una cuestión de cruce cultural y comercial. La inmigración que empezó a llegar al país en la década del 70 y 80 es distinta a las anteriores, que vinieron a instalar almacenes, ya que venían con conocimientos de otras áreas pero por limitaciones de idioma tuvieron que emprender nuevos caminos.
-Un tema clave es la pertenencia.
-Cuando esos mayores vinieron aquí ya tenían su vida en su tierra, una formación, una cultura. Acá empezaron de vuelta, pero trajeron un gran bagaje de allá, quería ver cómo se vive con esa carga, con ese desarraigo, o si la adaptación es posible. El tema es la pertenencia y en qué medida uno define su identidad por el espacio en el que vive.
-¿Cómo planificaste el rodaje?
-No fue nada simple. Hubo dos etapas en la producción de la película. La primera de investigación, prácticamente solo, duró un año, con una cámara elemental para conocer la dinámica del lugar. Después, recibí el aporte de la quinta vía del Incaa y del mecenazgo porteño y, con algunas ideas ya definidas, empezó la producción de la película, que llevó unos diez meses más porque yo quería filmar con un equipo chico y de a poco, en las diferentes estaciones del año, que la experiencia atravesara el tiempo en ese espacio, con sus festividades y eventos.
-¿Cómo fue el proceso de edición?
-Había mucho para elegir, no solo con lo que filmamos sino con las entrevistas, cada una de una hora. El trabajo de reducir y concentrar fue muy largo, y la primera versión tenía media hora más que la definitiva
-¿Qué protagonismo tiene en el documental el poema de Song Lin?
-El poema fue un gran hallazgo, que apareció cuando empecé a investigar en la cultura oriental. De cine algo conocía, y de poesía tenía una antología contemporánea que había sido publicada en la Argentina. A principios de la década del 70, Song Lin estuvo unos meses acá y a partir de esa experiencia nació este poema titulado “Barrio Chino”. Por suerte lo encontré, casi por azar, al principio y de alguna forma resultó clave para algunos momentos del relato y sintetizaba muchas de las cosas que yo quería decir.

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