-Gascón, Costa Rica y Julián Álvarez-
por Agustina Paz Frontera
En los inicios de 2013 se emplazó en Palermo Viejo una obra de arte conceptual que ha pasado desapercibida para la crítica especializada pero es conmoción entre los vecinos de la zona. Se trata de una instalación realizada con materiales sintéticos como pintura amarilla y blanca, postes de plástico sujetados mediante pequeños tornillos al asfalto y moderna señalética. El espacio de la obra es dinámico y abierto: el transeúnte debe intentar cruzar de una esquina a la otra, su deambular es en sí mismo un hecho estético; errante, el automovilista debe arriesgarse a avanzar sin la seguridad de que el semáforo que tiene a su derecha ilumina para él o para los carriles perpendiculares. Una experiencia modular de la sociopsicopatía alcanzada en los últimos años. Desde el cielo se aprecia con claridad lo que desde la mirada de los mortales no llega a notarse: como si líneas de Nazca fueran, la obra se trata de una estructura concéntrica, como un átomo, con un damero en el núcleo, del que se desprenden retazos amarillos y blancos, como calles rodeadas de palitos amarillos que se doblan pero no se rompen. En el centro del diagrama están desprolijamente montados tres carteles de tránsito que con formas que remiten a los inicios de la edad moderna señalan una dirección a seguir. El acto de transitar a pie o en móvil este espacio urbano se convierte en un paréntesis en la sensorialidad embotada a la que estamos habituados. Los escépticos podrán decirle rotonda, plazoleta, para nosotros toda obra que no reviste utilidad práctica más que obra civil o pública es una obra de arte. Y después dicen que Macri no apoya la cultura.