El arte urbano, una práctica surgida del under relacionada históricamente con lo outsider, hoy generó un nuevo lenguaje urbano, toma características que lo vinculan al mainstream internacional y, aunque mantiene el gesto de valores que podrían leerse por fuera del capital, como la colaboración y la inclusión, su potencia más contracultural forma parte de un folclore nostálgico y romantizado, reflexionan algunos de sus representantes más destacado del país.
«Todo arte urbano es válido, tanto el vandálico o el que está en una cuestión más mainstream, hegemónica y aceptada», dice el Tano Verón, muralista mercedino de 35 años, profesor en la Universidad de Buenos Aires (UBA) donde se recibió de diseñador gráfico, y autor de murales tipográficos poéticos.
«Hace ya unos años que se ganó esa batalla y hoy se entiende que el arte urbano es arte. Puede estar en una pintada totalmente anónima en un subte, hecha sin que te viera la policía, o colgado en la galería más top de cualquier parte del mundo», dice Verón, autor de cartelería poética donde cruza su pasión por las artes visuales y la literatura e imprime consignas como «Leer abre jaulas».
Si bien para Martín Ron la figura del vandalismo «es algo romántico, la escena porteña de arte urbano lejos está de la asociación con lo vandálico aunque muchos tengan esa nostalgia de sentir esa adrenalina y hagan sus travesuras por la calle».
«La escena porteña de arte urbano lejos está de la asociación con lo vandálico, aunque muchos tengan esa nostalgia de sentir esa adrenalina y hagan sus travesuras por la calle», asegura.
«El street art es una evolución del grafiti hacia propuestas pictóricas con un desarrollo estético mucho más interesante, que usa el muro como soporte gigante donde el artista se manifiesta -repasa- y si bien empezó como apéndice del grafiti, que era netamente vandálico y tenía que ver con el folclor de conquistar espacios más disruptivos y mucho más peligrosos y osados a la hora de pintar, esa práctica en este país es importada».
«En Argentina quien quiere ser vandálico puede serlo -ironiza-, sólo hace falta atentar contra la propiedad privada. Aquí hay terreno fértil para generar propuestas interesantes, solo se necesita pedir permiso y asociarse con un vecino o institución que donde la pared para intervenirla».
Para Chu, sin embargo, «en el arte urbano hoy todavía pueden verse gestos o acciones que mantienen la llama de lo contracultural», pero, «como sucede con todo lo interesante y outsider en este mundo, el sistema termina por incorporarlo y es ahí donde comienzan a definirse distintos caminos por parte de los artistas: están los que cuidan la esencia conceptual más purista de su trabajo y los que no tienen problema de zambullirse al mundo comercial».
Lo que cambió, aporta Ale Giorgga, es la manera en que el mundo interpreta el arte urbano. «Muchas ciudades vienen financiando proyectos, festivales y la gente lo ha incorporado con un paisaje más habitual de su día a día. Es un punto de atracción para entes privados y generó un nuevo lenguaje relacionado con cómo conectarse con la expresión urbana», asevera.
¿A qué responde este fenónemo? A que «está en continuo movimiento y eso le da libertad y frescura, aun en momentos en que mercado, modas, empresas están participando de alguna manera en el mismo ecosistema -presume Pum Pum-. La decisión de cada uno de cómo relacionarse con el mercado dentro de la disciplina es muy amplia. Yo priorizo proyectos que puedan convivir naturalmente con mi forma de trabajar, que tengan metas acordes a las mías y me permitan aportar mi visión».
Por otra parte, «la colaboración siempre ha sido el gran motor de esta escena, partiendo del compartir conocimientos, técnicas y viajes a realizar grandes piezas a partir del trabajo en equipo -dice Chu-. Es un movimiento fuertemente basado en las amistades y redes y aunque la autoría es un motor importante, los egos se encuentran muy bien balanceados, en pos de la comunidad».
«Aún cuando trabajo sola siempre hay un carácter colaborativo -refuerza Pum Pum-. La ciudad es un lienzo repleto de trabajos artísticos, ya solo participando en esa galería hay una convivencia, una relación implícita. El trabajo del artista siempre denota una autoría, una voz propia, después está el estilo, la firma o la posibilidad del anonimato. Y hay todas las versiones posibles como individuos que las realicen».
«Hay una cuestión de pieles que van mutando y dialogando», resume Verón, además, «en la calle compartís el proceso con la gente y el espacio, la actividad se ve directamente afectada por lo que pasa en el barrio, por el clima, las horas de luz», comento Fio Silva.
«Me gusta que el resultado de una pintura en la calle sea un montón de situaciones acontecidas mientras se hizo -agrega-. Lo hermoso de esto es entender que intervenimos un espacio de todes, el mejor lugar para expresarse: la gente se manifiesta y festeja en la calle».
«Las paredes forman parte de quienes somos y son una expresión social. Por eso pintar paredes en la vía pública es algo efímero. Me gustaría que, cada vez, haya más murales para que se tapen una vez percudidos o por el motivo que sea, y que funcionen como nuevos espacios para que se expresen les que quieran y vengan», concluye.