A puro ritmo murguero estallaron este fin de semana los festejos del carnaval porteño en distintos barrios de la ciudad trayendo la alegría y el color de esa fiesta popular que se extenderá, como cada febrero, durante los sábados y domingos y feriados de carnaval, el próximo lunes y martes.
Unos 27 corsos son escenario y testimonio del encuentro barrial que, bajo la protección del Dios Momo, comenzaron a disfrutar los vecinos de cada barrio junto a los 10.000 artistas populares que despliegan su baile al son del bombo con platillo y alzan su canto de ‘crítica’ que en clave de humor cuenta realidades de los barrios y del país y critica a gobiernos, medios de comunicación y costumbres.
Entre el brillo, la sonrisa, la carcajada y la pasión murguera, sonaron voces en los distintos corsos de solidaridad con la murga «Auténticos Reyes del Ritmo» de Bajo Flores por la represión que sufrieron la semana pasada durante un ensayo.
Más de 100 agrupaciones de carnaval anunciaron, con sus silbatos y el platilleo de los bombos, la llegada de la alegría en las calles.
Noche de sábado, arrancan los carnavales, el público expectante, las murgas listas para dejar todo en cada tablado, para entregar su alma y pasión en cada salto, en el movimiento incesante del baile y en cada parche que suena y le da a la fiesta el ritmo distintivo de la murga porteña.
Declaradas patrimonio cultural de la ciudad en 1997, las agrupaciones de carnaval recogen la tradición, la estética y esencia transgresora del carnaval y sellan su identidad.
Boedo, barrio de tango y de murga, dos corsos organizados por murgas festejan el carnaval.
«Comenzamos con la misma ansiedad de siempre, poniendo lo mejor y con la intención de que los vecinos salgan de su casa y sean parte de la fiesta», aseguró Carlos Díaz, director de la murga La Gloriosa de Boedo, organizadora del corso de Belgrano y Maza, durante una recorrida de Télam por los festejos de la ciudad.
«Es un corso familiar, que reúne cada noche unas 4.000 personas que se van renovando durante las 5 o 6 horas que dura la fiesta que venimos haciendo hace 18 años durante cuatro de las diez noches de festejos, porque el resto salimos con la murga a recorrer los corsos de otros barrios», con sus 130 integrantes, expresó.
Valoró «cosas que se están haciendo desde la Comisión de Carnaval» pero criticó el hecho de que los festejos se presentan como «27 cortes en la ciudad, en vez de 27 corsos» y que «no se hace publicidad» desde la organización oficial.
Nueve murgas desfilaron anoche por el corso de La Gloriosa y una de ellas fue ‘De Paso Cañazo’, de Villa Soldati, que enamoró con su ritmo, movimiento y canciones a un público numeroso que agolpado tras las vallas disfrutaba el paso del desfile, mientras la lluvia de espuma alegraba a grandes y chicos.
«La murga critica y habla de lo que pasa en los barrios, de tristezas y alegrías», contó Gastón, uno de los cantantes de esa murga que recordó desde el escenario a los chicos que cayeron en septiembre del año pasado desde un sexto piso al ceder una baranda de un edificio y uno murió y los otros dos sufrieron heridas de gravedad.
«Dar todo en carnaval es el sentido de la murga», es el sentimiento que expresaron desde el escenario al poner a rodar la actuación con bombos, redoblantes, zurdos, guitarra y acordeón, entre recitados, cantos de entrada, crítica, homenaje y retirada, con un espíritu festivo y una estética que construyeron a los largo de 16 años.
«Déjenme un rato más porque si no me muero”, dijo Gastón desde el escenario al iniciar su glosa de retirada con un «nos vamos pero prometemos volver” y «la murga se retira pero no se va”, expresando el sentimiento de tristeza de los murgueros al dejar cada barrio.
Otros corsos expresaban también el clima de la fiesta «la más popular», como señalan los murgueros y corroboran con su presencia los miles de vecinos en cada fiesta barrial.
«Un millón de vecinos en los corsos», es la expectativa para estos carnavales porteños, según las cifras de los años anteriores, que precisó la Comisión de Carnaval del área de Cultura de la Ciudad.
En el escenario de Boedo y Carlos Calvo una bandera decía: «Bajen las armas, aquí sólo hay pibes murgueando», mientras sobre el tablado, una entre tantas actuaciones era la de «Los Quitapenas», que vienen recorriendo los corsos porteños hace 26 años con unos 40 integrantes vestidos de violeta y naranja.
Con un dulce sonar del acordeón, de guitarra y bombo con platillo parodiaron «una historia que tiene que ver con los últimos acontecimientos sociales y políticos», contó Mauro, uno de los cantantes, que expresó su alegría por el comienzo de los carnavales.
Otro fue el corso en Villa del Parque, entre los muchos que se distribuyen por los barrios de Almagro, Balvanera, Barracas, Liniers, Saavedra, Villa Urquiza, Villa Pueyrredón, Colegiales, Lugano, Flores, Abasto, Coghlan, Mataderos, Palermo, Pompeya, San Telmo y Villa Crespo.
En la esquina de Cuenca y Marcos Sastre, el corso organizado por la murga «los Pitucos» vio desplegar el arte de «Los Reyes del Movimiento» de Saavedra, con su baile único de murgueros saltando al aire, temblequeando con hombros y piernas y con su cadencia en las caderas, herederos del movimiento de los negros de la ciudad, que supieron mantenerlo a lo largo de sus 31 carnavales con 160 integrantes.
«Nuestro baile es un baile de negros que traemos de una familia que vivía en el barrio de Saavedra, es nuestra identidad y la queremos mantener», aseguró Daniel ‘Pantera’, director de la murga.
Madrugada de domingo, los Reyes en el escenario donde llegaron «contentos, con trajes nuevos, canciones nuevas», expresó en medio de un desborde de pasión y alegría, donde el alma del murguero fue quedando en cada rincón del corso iluminado por lamparitas y banderines de colores.