por Dolores Pruneda Paz
Con el propósito de indagar las formas de habitar las grandes urbes tras los replanteos y nuevas perspectivas que habilitó la pandemia de Covid, la exposición «Ciudades. Sueño y distopía», construida con fotos de más de 30 artistas argentinos, recorre hasta marzo en el porteño Centro Cultural Kirchner (CCK) las tensiones y conflictos actuales de las grandes urbes, al tiempo que abre la pregunta respecto a si es posible un futuro sustentable en conglomerados que, del siglo XX al presente, se vuelven cada vez más hostiles.
La muestra que toma el quinto piso del antiguo edificio de correos de Sarmiento 151 busca abrir el debate acerca del «agotamiento de un modelo urbanístico sin planificación ni desarrollo sostenible, atado a variables especulativas del mercado inmobiliario», que «habilitó el cuestionamiento sobre las formas de transitar estos espacios y la calidad de vida de nuestro hábitat cotidiano», explica el texto curatorial en el que trabajaron Julieta Escardó, Gabriel Díaz y Francisco Medail.
¿Son los conglomerados urbanos sinónimos de progreso y desarrollo? ¿Cómo reimaginar la vida en las ciudades? El recorte curatorial decidió englobar a los grandes conglomerados urbanos, no están todas las provincias representadas pero sí muchas de ellas, y a partir de eso se pensó en esa suerte de éxodo que ocurrió en pandemia en grandes ciudades como Rosario, Buenos Aires o Córdoba hacia localidades más amables del interior o alrededores, básicamente con menos habitantes por metro cuadrado y todo lo que eso conlleva.
«Los que podían se empezaron a ir, rajaron -dice Francisco Medail-, hay gente que directamente decidió mudarse, la pandemia le sirvió para darse cuenta que sus condiciones de vida no estaban buenas. Eligieron destinos como Mar del Plata por ejemplo, también un gran conglomerado pero que mantiene una relación distinta con la naturaleza a la que tenemos en Buenos Aires».
«Uno dice ‘el pueblo’ pero Entre Ríos, de donde soy yo, es un pueblo rodeado de soja y glifosato donde la gente muere de cáncer a los 50 años. No tenés el smog del bondi pero también está contaminado», advierte sobre esa crisis habitacional ambiental atravesada por conceptos como el de la necropolítica. Aunque «desde muy chico sufrí mucho la idea de vivir en un pueblo como Concordia -me vine a los 18, hice foto, curaduría y gestión- pero siempre necesité ciudad, el anonimato, que no te señalen», agrega.
Esa sensación de anonimato es llevada a la hipérbole de la invisibilidad en las urbes actuales. Hoy no hay lugares vacíos en esas ciudades. En el CCK un video muestra un tetris de cuerpos humanos en el subte, la obligada intimidad física con desconocidos anterior a la pandemia que sólo ganó unos centímetros de distancia retirado el aislamiento. Una escena urbana futurista si se la lee con la que muestra Adriana Lestido en esa Buenos Aires marginal de 1992, el trabajo más antiguo tomado para esta muestra, o en los 90 que retrata Gabriel Valansi.
De estas y otras cosas hablan la ciudad imaginada donde Tamara Goldenberg reencuadra fotos del Archivo General de la Nación, poniendo en primer plano las figuras femeninas que acompañan los monumentos de varones, siempre en segundos y terceros planos, incluso detrás de los caballos que los conducen a la gloria; la secuencia del monumento a Evita en diferentes momentos del día tomada durante distintos días; o las imágenes rescatadas de ese gran trabajo de Santiago Porter sobre la historia argentina que se llamó «Bruma».
«Hicimos un rastreo muy grande partiendo de una idea general de ciudad contemporánea, interesados en trabajar con problemática de agenda pública -cuenta el curador-. Está bueno que el CCK, un lugar público, problematice situaciones que de alguna manera están en el inconsciente colectivo. La problemática de la ciudad siempre estuvo presente desde el ámbito académico, pero post-pandemia es algo muy a flor de piel».
De hecho, muy cerca del CCK, a dos cuadras cruzando Alem hacia el microcentro, hubo no hace mucho un impulso por recuperar las oficinas abandonadas para viviendas públicas. «Todo el año pasado venía y estaba vacío, recién ahora está reactivándose la zona y la mitad de los locales siguen estando vacíos, es algo muy presente», señala Medail.
Después de recibir cerca de 100 proyectos empezaron a tender unas líneas de trabajo y trazaron tres ejes que determinan las salas: proyectos contemporáneos que reflexionan sobre los modelos de ciudad del siglo XX; la ciudad en movimiento y la del conflicto habitacional y medioambiental.
Fotografías y sites specifics como el de Lorena Marchetti, con materiales usados en viejas construcciones -molduras de yeso, azulejos- invitan a pensar «cuántas de esas casas en la capital se demuelen para hacer edificios de durlock», plantea Medail. La salubridad se hace pregunta ante los planos viejos con que Rodrigo Claramonte reconstruye la Ciudad de Buenos Aires, intervenidos con fotografías de los límites funestos con el conurbano, mostrando la lábil costura que une esa dupla denominada AMBA: arroyos putrefactos, tierras baldías y sucias.
¿Qué cosas de nuestro estar social en el mundo viene a subrayar esta muestra? Rosario bajo el humo de los sembradíos, que sin el contexto a mano podría ser Tokio bajo nubes vespertinas, puede ser una de esas respuestas. Desde Entre Ríos la documentación fotográfica que hace Estefanía Santiago muestra personas sanando heridas, reconociendo sus antiguas casas hundidas bajo el agua de la represa de Salto Grande, en 1979, «un tema tabú del que la generación de sus padres no habla -señala el curador-. Ella consigue imágenes de la vieja Federación, las pega en una pared en la calle e invita a la gente a reconocerlas y con eso escribe las memorias que va recuperando de esa ciudad».
Esas copias mate con borde blanco tipo antiguas dialogan con el desolador matadero de Francisco Salamone -arquitecto que solo construía cementerios, palacios municipales y mataderos monumentales de hormigón y que en la década del 30 se dedicó a sembrar en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires con esas moles- retratado por Esteban Patorino cuando las aguas saladas de la laguna Epecuén, «el mar de Epecuén», se retiraron del pueblo que habían hecho desaparecer en 1985, meca turística que supo competir con Mar del Plata en sofisticación hotelera y cantidad de turistas, incluidos celebridades como Sandro, Mirtha Legrand o Luis Sandrini.
En el recorrido pareciera no haber ciudades sanas, hasta en las horas de paz y desierto de humanidad sus colores son fríos, ásperos. Pareciera que incluso el sueño avanza hacia la distopía, que las cosas (las ciudades, los edificios del porvenir) se van cerrando sobre sí mismas. Incluso estas ciudades modernas, en sus sueños, prefiguran fronteras sólidas para dificultar el acceso y aislarse, como los muros del country en el edificio exclusivo del barrio exclusivo con barreras de ingreso exclusivas para ganar la convivencia pacífica.
Las fotos de renders inmobiliarios de Manuel Fernández que muestran el futuro por venir versus la especulación inmobiliaria, contra la vida en un barrio de emergencia retratada por sus habitantes, sin mediadores, obra del colectivo Haluro-Educación Popular, contra los pescadores que plantaban sus cañas en el Río de La Plata, a la altura de Costa Salguero, hoy tierra en disputa, tierra pública que el gobierno porteño pretende vender a manos privadas a pesar de la oposición judicial que en dos instancias dictaminó la inconstitucionalidad de la ley que en 2019 pretendía habilitar ese transacción, y que avanza ahora con la licitación de un parque en un sector donde no proyectaron edificios.
El sueño aparece en la poesía conceptual de fotos que juegan con las formas masónicas que dibujan los planos platenses; con monumentos históricos juntando musgo y desdibujando simbologías en depósitos a cielo abierto; abstracciones tomadas de la arquitectura del Parque de la Memoria; los hoteles peronistas de Embalse, esa la Córdoba para la clase obrera; estenopeicas fantasmagóricas hechas con objetos encontrados siempre en la misma esquina porteña de Cabildo y Juramento.
El pulso, en las fotos obreras y homoeróticas de los retratos espontáneos de trabajadores callejeros de Thales Pessoa; en la Lugano de Gonzalo Maggi donde lo posado parece espontáneo; en los poéticas y livianos «campos magnéticos» de Estrella Herrera, donde los objetos se desprenden de la gravedad.
La exhibición puede visitarse de miércoles a domingos, de 14 a 20, en forma gratuita y sin reserva previa.
Completan la nómina de fotógrafos convocados Dana Ale, Andrea Alkalay, Santiago Cichero, Rodrigo Claramonte, Luciana Demichelis, Gabriel Díaz, Victoria Gesualdi, Sergio Goya, Leo Gracés, Nicolás Janowski, Mimi Laquidara, Sergio Liste, Sebastián López Brach, Santiago Martinelli, Emiliana Miguelez, Clara Nerone, Patricio Pidal, Estefanía Santiago, Matías Sarlo, Agustina Triquell y Daniel Tubío.
Curador fijo del CCK hace año y medio, cuando le pidieron hacer un vínculo con el Archivo General de la Nación para armar muestras de archivo, Medail fue director artístico durante seis años del Buenos Aires Photo y en las dos últimas ediciones se reencuadró en el segmento Homenajes de esa feria fotográfica, una de las más importantes de Latinoamérica.
Foto/Fuente: Télam