por Clara Olmos
Las nuevas medidas sanitarias dispuestas por el gobierno nacional a partir del descenso sostenido de los casos de coronavirus, como la no obligatoriedad del uso de barbijos al aire libre, generaron reacciones que van de «la alegría y el alivio» por estar mejor al «temor latente», lo que especialistas atribuyeron a las dificultades de adaptación «a una realidad cambiante y cargada de incertidumbre».
«Creo que de a poco voy a poder cambiar casi todas las costumbres de la pandemia», aseguró Mora Covián, una estudiante de 20 años de la Ciudad de Buenos Aires, quien expresó que en determinados lugares no se sacaría el barbijo «ahora mismo por más que sean al aire libre», aunque reconoció que «en algún momento sí lo haré y voy a estar demasiado feliz».
Si bien contó que se «alegra» por ir progresivamente recuperando «la vieja normalidad», dijo que «hay cosas que podríamos incorporar a la rutina y no molestarían a nadie», como ciertas medidas de higiene, la ventilación en lugares cerrados y el distanciamiento.
Al igual que Mora, Camila Silva, de 24 años, oriunda de la localidad bonaerense de Tres Arroyos pero residente en CABA desde hace seis años, indicó que le gustaría cambiar algunas costumbres «por el cansancio y la necesidad de moverme libremente» tras meses de restricciones por la pandemia. Sin embargo, considera que «las multitudes» le generan «reflejos de incomodidad y hasta cierta angustia», aunque admitió que «si es al aire libre es otra historia».
El lunes 20 de septiembre, la ministra de Salud, Carla Vizzotti, y el Jefe de Gabinete, Juan Manzur, informaron que a partir del 1 de octubre no será obligatorio el uso del tapaboca al aire libre, pero sí «cuando hay personas alrededor o en aglomerados» y que se mantiene su uso en lugares cerrados. Ambos funcionarios anunciaron que están permitidas las reuniones sociales sin límites de personas y el aforo del 100 por ciento en actividades económicas, industriales, comerciales, de servicios, religiosas, culturales, deportivas, recreativas y sociales en lugares cerrados, aunque manteniendo siempre las medidas de prevención: tapabocas, distancia y ventilación.
Estas medidas siguieron a una baja sostenida de los contagios, fallecimientos y ocupación de las terapias intensivas, una situación epidemiológica favorecida por la campaña de vacunación, que superó las 29 millones de personas inmunizadas con una dosis y más de 21,2 millones con el esquema completo, de acuerdo al último reporte oficial.
Si bien la cartera sanitaria porteña, al igual que la de Córdoba y Salta, dijo que no adheriría en un principio a la no obligatoriedad del barbijo, ayer informó que en los primeros días de octubre podría anunciar nuevas medidas de apertura que podrían incluir el no uso del tapabocas en espacios abiertos en caso de llegar a cubrir al 70 por ciento de los porteños con dos dosis.
Silvia Bentolila, médica psiquiatra e integrante del Equipo Regional de Respuesta frente a Emergencias Sanitarias de la OMS, explicó que en este nuevo contexto «aparecen emociones ambivalentes y contradictorias, porque si bien se siente alegría o alivio también hay tensiones y un temor latente porque aún no está claro cuándo termina esto». Sin embargo, señaló que «es importante no generalizar» ya que el impacto en la población es «muy diverso» según la realidad socio-económica, familiar, la edad, las necesidades y el lugar donde se vive.
Con todo, aseguró que en muchos países se observa «un fenómeno llamado ‘síndrome del flujo pandémico’, una inestabilidad de reacciones y emociones oscilantes y contradictorias», que puede ser explicado por la dificultad que supone «el proceso de adaptación a una realidad cambiante y cargada de incertidumbre durante un período tan prolongado».
La médica psiquiatra destacó la importancia de incorporar «rutinas independientes de las medidas externas», que permitan «recuperar cierto control interno y cortar la percepción de amenaza cuando estamos en lugares seguros».
Al respecto, Mora Violante, de 21 años, celebró que «afortunadamente y de forma tímida volvemos a recuperar nuestros espacios de ocio», aunque afirmó «tener temores». Si bien por la pandemia «la espontaneidad y lo masivo se perdió», dijo que a diferencia del año pasado, «hoy se puede hacer casi todo como antes de la pandemia mediado por distanciamiento y la sanitización».
«Por supuesto que la vacunación ayudó muchísimo y tal vez el mayor desafío para estos días es lograr que todos se vacunen y entender que la salida es colectiva», concluyó Mora.
Por su parte, Daniel Feierstein, doctor en Ciencias Sociales e investigador del Conicet, observó que la vuelta a la normalidad será «un proceso largo y complejo, porque hay que asumir que vivimos un hecho no sólo novedoso, sino que constituye una verdadera catástrofe».
«Hay que acostumbrarse a convivir con la incertidumbre», ya que si bien la situación epidemiológica actual «permite numerosas aperturas», la pandemia «no terminó», por lo que la transformación «puede ser parcial, limitada en función de cómo avanza», añadió Feierstein en diálogo con Télam.
En ese sentido, la psicóloga Roxana Vogler opinó que «cualquier cambio en las medidas sanitarias tienen que estar acompañados por mucha información esclarecedora sobre los riesgos que siguen habiendo».
Vogler, que es docente en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires aseguró que «la idea de nueva normalidad hay que trabajarla conceptualmente ya que habrá hábitos que ya no van a existir, conductas sociales que se extrañan y que no van a poder ser posibles en lo inmediato al menos».
En esta línea, concluyó que la pandemia «nos cambió las conductas a todos de acá en más» e instó a no «idealizar el sin barbijo como si fuera una liberación total».
Por todo ello, Feierstein concluyó que «el proceso de reconstrucción va a ser lento» y es «fundamental» que tome en cuenta no sólo el carácter económico y sociopolítico, sino también «todo el dolor y sufrimiento que generó la pandemia, porque las marcas quedan».