por Leticia Pogoriles
En el ensayo de título provocativo «¿Por qué preferimos la desigualdad? (aunque digamos lo contrario)» el prestigioso sociólogo francés François Dubet esgrime una radiografía en la que las sociedades democráticas actuales optaron por la desigualdad, no sólo por la lógica del capitalismo financiero que beneficia al 1% más rico, sino que el 99 % por ciento restante, en sus prácticas cotidianas, «siempre elige las desigualdades más que las igualdades».
Nacido en 1946, Dubet juega en la primera de la sociología occidental. Es director del École des Hautes Études en Sciences Sociales de París y enseña en la Universidad de Burdeos II. Heredero de las teorías de Alain Touraine, Dubet es uno de los referentes en el campo de la sociología de la educación desde donde trabaja la marginalidad, la inmigración y el carácter inclusivo y no de las escuelas.
«¿Por qué preferimos la desigualdad?» (Siglo XXI) acaba de salir y, de visita en Buenos Aires, Dubet, antes de brindar una conferencia hoy en la Alianza Francesa, donde dialogó sobre la «intensificación de las desigualdades» como producto de una «crisis de las solidaridades», principalmente en Estados Unidos y Europa central donde «los ricos son cada vez más ricos y hemos terminado por acostumbrarnos a la presencia de mendigos y personas sin techo».
«El desarrollo de estas desigualdades -dice- se da por el sistema económico y financiero, sobre todo para explicar que hay gente muy rica. Pero el avance de las desigualdades también se explica por una decadencia de los lazos de solidaridad».
Lejos de la nostalgia reaccionaria por un mundo perdido, Dubet propone construir otra representación de la vida social, de la experiencia compartida, a partir de acciones individuales, de movilización colectiva y de políticas públicas que generen confianza y sentido de sociedad.
«Las verdaderas desigualdades en las experiencias de los individuos son producto de pequeñas desigualdades. Si sos de clase baja, tus hijos estarán menos educados y cuidados y la esperanza de vida será más corta. Todo esto acumulado da una gran diferencia. La solidaridad de persona a persona sigue funcionando y es cada vez más fuerte, pero son solidaridades privadas. Lo que se está deshaciendo es la de grupo a grupo, casi siempre se eligen las desigualdades más que las igualdades», advierte.
«Todo el mundo -ilustra Dubet- sueña con una escuela igual para todos, pero cada uno prefiere la escuela más desigual posible para sus propios hijos. Son aquellas que van a producir los resultados más desiguales. Si estoy convencido que el futuro social de mis hijos depende de su título, la escuela que voy a elegir es la más selectiva posible, donde haya menos pobres porque el valor del diploma de mis hijos es su escasez, su rareza. Y eso no es una maldad, sino que se trata de que yo elijo la desigualdad».
Y agrega: «Cuando los gobiernos tratan de tomar decisiones igualitarias, en general, enfrentan hostilidad de todas las categorías sociales que se beneficiarían, no sólo los ricos, sino las clases medias. Por ejemplo, los pobres viven en el mismo barrio, pero nadie eligió que vivan ahí sino que nosotros elegimos vivir con gente que se nos parece, esto hace que los barrios ricos sean cada vez más ricos y los medios son cada vez más medios».
-Usted trabaja en el ámbito de la educación y siguiendo esta idea, ¿cuál sería una escuela justa?
-La que garantice la mayor igualdad posible en resultados escolares. Común, pública y de buena calidad hasta los 16 años. La que ofrezca una igualdad de oportunidades, hacia una competencia equitativa. Son dos principios contradictorios, igualdad de resultados y de oportunidades, pero las escuelas más justas -en Canadá o norte de Europa- escolarizan hasta los 16 años, después empieza la competencia, pero se dan las mismas herramientas.
-¿La competencia no es generadora de preferir la desigualdad?
-Sí, pero la escuela justa hace que la igualdad fundamental esté garantizada. No es justo que sólo los hijos de los ricos sean médicos, pero todavía es más injusto cuando los hijos de los pobres ni siquiera saben leer. Sin embargo, nunca podemos impedir cierto efecto de las desigualdades sociales. La escuela justa es la menos injusta posible.
-Usted plantea su tesis con la base de un sistema desigual…
-Parto que incluso en un país como Francia donde la escuela pública es mayoritaria y más bien de buena calidad, igual sufre un fuerte impacto de las desigualdades sociales. Si la escuela está en un barrio pobre, el hecho de que todos los alumnos sean pobres hace bajar el nivel, los docentes son cada vez más malos, la ambición de los alumnos es más baja, y en el barrio de los ricos es lo contrario. Es la misma escuela, pero localmente se crean desigualdades. La producción de esas desigualdades es un movimiento natural y, si se quiere igualdad, es en contra de la naturaleza de las cosas. Para eso se necesita voluntad política e imaginarios de fraternidad.
-Si no advertimos lo que tenemos en común, ¿qué nos espera?
-Lo que nos amenaza es que la solidaridad sea cada vez más exclusiva. Somos solidarios sin extranjeros o sin pobres y cada vez más pagamos por nosotros mismos, es muy peligroso si dejamos que el mercado se desarrolle solo. El mercado es una fábrica de desigualdades.
Lo que le reprochamos a las revoluciones conservadores liberales es que hayan dicho y digan que la solidaridad se repliega sobre la familia. Por otro lado, las desigualdades se van a profundizar si dejamos que el mercado lo haga. Al que es demasiado pobre se le da lo mínimo para no morir. Las políticas igualitarias hacen lo contrario, consisten en decir que los más pobres van a entrar en la sociedad y tratamos de elevar su calidad de vida.
-¿Qué es lo más trágico en este escenario?
-Cuando ya no querés pagar por los otros. Cuando pensás que los pobres son pobres por su culpa. Eso es un generador de grandes desigualdades y no es un escenario abstracto. Inglaterra y Estados Unidos han duplicado sus desigualdades en 30 años; Ronald Reagan fue elegido y Thatcher también, no fueron dictadores, eran legítimos para desarrollar desigualdades. Obama quiso implementar una reforma del seguro social y se enfrentó a la mayoría de los norteamericanos que dijeron ‘no queremos pagar por los negros’.
Cuando las desigualdades aumentan, la gente tiene la sensación de no vivir más en la misma sociedad, eso es peligroso. La igualdad es algo bueno, no sólo desde un punto de vista filosófico, sino porque en las sociedades igualitarias los niveles de violencia son más bajos, la confianza en las instituciones más elevada, es mejor el nivel de salud y la protección del medio ambiente. La igualdad no es Corea del Norte, quiere decir que hay desigualdades sociales, pero que no destruye la sensación de vivir en la misma sociedad.
-¿Cómo se pueden reconstruir los lazos de fraternidad?
-Hay que rechazar las falsas soluciones como el populismo o salir del mundo, eso no es posible. Hay que reconstruir la confianza en el sistema democrático y es un trabajo que tienen que hacer los responsables políticos. Las sociedades exitosas son las que tienen gran virtud política y vida democrática intensa. También hay que tener una percepción de los sistemas de intercambio, saber quién paga y quién recibe.
También preguntarnos qué es lo que tenemos en común. Vivimos en sociedades con heterosexuales y homosexuales, musulmanes, cristianos, ateos, tenemos que ser capaces de ver lo común. También se le puede decir a la gente que pague sus impuestos, que si sus hijos llegan a ser inteligentes es mejor para todos. No sólo para ellos, para todos.