por Eurídice Ferrara
Aunque a veces la vence el cansancio, Rosana Suárez no abandona sus quehaceres cotidianos porque, dice, «sé lo que es pasar necesidad». Nacida en el Chaco y madre de seis hijos, en la actualidad coordina a 90 promotoras territoriales y es cocinera en el comedor Los Pitufos, que funciona en su casa, la cual es también un centro comunitario de la organización social a la que pertenece.
Rosana, quien a fines de junio y por causa de las tareas esenciales que realiza recibió la primera dosis de la vacuna Sinopharm contra la Covid-19, fue parte de la batalla que dieron las mujeres de los barrios populares junto a las organizaciones sociales, para que el gobierno porteño las considere esenciales, las incluya como tales en el calendario de vacunación y les abone un salario en reconocimiento de sus labores.
Barrio Fátima, ubicado en Villa Soldati, no tiene veredas, los pasillos por donde se camina para llegar a las casas desde la Avenida Riestra y Mariano Acosta tienen pozos con excrementos de animales y el cielo se encuentra cubierto por infinidad de cables que cruzan las casas de un lado a otro y casi tocan las cabezas de los transeúntes.
La casa de Rosana tiene la puerta abierta y huele a un sabroso locro, que ella junto con dos cocineras más preparan en una olla inmensa en su cocina. Es sábado a las 11 de la mañana y al mediodía es día de vianda para mujeres solas.
«Necesitamos que nos escuchen y nos den una mano para poder seguir ayudando a otros», cuenta , mientras revuelve con un palo el locro que ondula en la olla de su cocina y que luego llenará los «táper» de una fila de mujeres solas y con niños que concurren cerca del mediodía en la puerta de su casa.
Rosana dirige su reclamo a la Ciudad y argumenta dos razones. «No nos alcanza», advierte en referencia a la comida a granel que la administración porteña envía a las personas en situación de vulnerabilidad. «Somos (trabajadoras) esenciales», aclara respecto a la función social que ella y sus compañeras desempeñan en pandemia.
Rosana coordina el merendero Los Pitufos, donde trabajan 90 trabajadores en el área de salud, educación, alimentación, derecho popular, como parte de las tareas del centro comunitario de la organización Somos Barrios de Pie, el cual funciona en su casa de dos pisos.
Allí elaboran meriendas los viernes y jueves y viandas los sábados para más de 150 mujeres. Además ofrecen apoyo escolar a más de cien niños y talleres de género, derecho popular y postas sanitarias.
Los carteles pegados en las paredes del exterior de su hogar informan sobre esta asistencia, y uno remarca: «Comer es una necesidad, cocinamos para mujeres solas, todos los sábados a las 12 horas». Otro letrero anuncia una próxima jornada visual: «Lentes a bajo costo, bifocales y multifocales». De ambas iniciativas participa el comedor Los Pitufos.
«A veces me canso mucho y quiero dejar todo. Pero no lo voy a hacer porque sé lo que es pasar necesidad, como yo la pasé antes», relata Rosana a Télam con lágrimas en los ojos. Y continúa: «Yo ahora no estoy pasando hambre y puedo dar esa mano. Además ellos (por las personas que concurren al lugar) me dan fuerza para seguir adelante también».
La chaqueña tiene 40 años y seis hijos, la más pequeña de 9 y la mayor de 16. «Van a la escuela y acá tienen clases de apoyo escolar, que me ayuda un montón también porque no tenemos computadoras, celular ni tampoco Internet», cuenta mientras dos hombres trabajan afuera para colocar un cableado de red.
Desde los 6 años, Rosana trabajó en plantaciones de algodón y maíz en la provincia del Chaco, de donde es originaria, lo que le impidió acceder a una educación formal.
«Nos levantábamos a las 4 de la madrugada y nos pasaba a buscar un camión; nunca pude hacer la primaria porque laburábamos mucho», rememora tras aclarar que recién ahora está aprendiendo a escribir, con ayuda de un taller dictado por promotoras educativas en el mismo centro comunitario.
Rosana llegó a la Ciudad con 14 años y su pareja de entonces, con quien atravesó situaciones de violencia de género.
«Me preguntaba, ‘¿cómo voy a salir adelante acá?’. Él (por su expareja) me trabajaba la mente y me decía que no iba a lograrlo sola. Pero uno de mis hijos me dijo: ‘Mamá, vos vas a poder, yo te voy a ayudar, vamos a salir a cartonear y salimos», rememora. Y menciona que en ese entonces alquilaban y cuando no tenían dinero «estábamos bajo puente».
Tras un accidente que la dejó con movilidad reducida, contactó a la organización Somos Barrios de Pie y pudo acceder a un hogar y un trabajo. «Les agradezco mucho a ellos», dice.
Hoy defiende los recursos con los que ayuda a otros. «Con la asistencia alimentaria no podemos estar toda la semana porque necesitamos tener el comedor y no hay esa posibilidad. Para las viandas de los sábados, juntamos plata entre todos y vamos al Mercado Central», aclara.
La mujer, así como el resto de las promotoras territoriales, son beneficiarias del plan Potenciar Trabajo, que brinda el gobierno nacional. Ese ingreso contribuye a la manutención de su familia y a la recaudación solidaria que llevan a cabo para colaborar con la alimentación de los vecinos.
«Hacemos guisos, ‘sopiados’, pollo al horno, locro, pizza, cuando podemos comprar el queso barato», enumera Rosana.
De la Ciudad reciben 60 bolsones de alimentos que contienen 2 cajas de leche, azúcar, fideos, yerba, 8 aceites, 10 harinas, pescado y chocolatada. Sin embargo, la chaqueña señala que no alcanza para sostener la alimentación de la población carenciada que acude por ayuda.
«Salgo a cartonear a veces -relata-. Cuando nos va bien es porque conseguimos cartones, hacemos 1.000 o 2.000 mil pesos».
Daina Villagra, en tanto, tiene 28 años y cuatro hijos a cargo. Es una de las mujeres que se apronta en la larga fila que se formó en la puerta de la casa de Rosana cerca del mediodía, todos con «táper» en mano, para llevarse el locro que alimentará a su familia ese día.
«Estoy sola con mis hijos, retiro la comida los sábados y nos ayuda un montón porque está complicada la situación», relata a Villagra, quien también cobra el plan Potenciar Trabajo y se sostiene cartoneando.