viernes, noviembre 22

DIBUJOS DE PÓLVORA DEL CHINO CAI GUO QUANG

miedo Dolores Pruneda Paz

El artista chino Cai Guo Qiang, responsable de los fuegos de artificio de los Juegos Olí­mpicos de Beijing, se encuentra en Argentina dando forma a la muestra «Impromptu» que inaugurará el 13 de diciembre en PROA con los emblemáticos murales que deli­nea a base de pólvora, explosiones y fuego.
Cai Guo Quiang, uno de los artistas chinos más reconocidos del momento, ganador del prestigioso Premio Imperial y primer curador del Pabellón Chino en la Bienal de Venecia, llegó al país hace una semana, en su tercera visita en lo que va del año, para preparar también el proyecto de explosión «La vida es una milonga» que iluminará el puente transbordador de La Boca la noche del 24 de enero.
Este hombre de 56 años hace 18 que vive en Nueva York sin hablar inglés con sus vecinos -su trabajo por estas tierras incluye un peculiar triángulo de traducción al inglés y luego al español- y, por estos días, prepara junto a medio centenar de alumnos de la Universidad Nacional de las Artes (UNA) y otros tantos del Instituto Municipal de Cerámica de Avellaneda la monumental muestra que se montará en Pedro de Mendoza 1929.
Nacido en 1957 en Quanzhou, Cai estudió en el Shangai Theatre Academy; vivió cerca de una década en Japón y luego se instaló en la Gran Manzana desde donde continuó acaparando la atención de lo más selecto del mercado de arte internacional con obras en la que interactúan el video, el dibujo, la escultura y cierta performance, siempre guiado por los dibujos de fuego que hace a base de pólvora.

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Evocando el legado de sus antepasados, el poder de lo invisible sobre la forma, Cai mezcla polaridades en sus trabajos: Oriente y Occidente, tradición y contemporaneidad, Feng Shui, medicina China, cosmologí­a taoí­sta, filosofí­a budista, la precisión de los proyectos a gran escala y la peculiaridad de lo artesanal.
Sus visitas comenzaron en febrero, cuando comenzó a interiorizarse sobre el tango; regresó una vez más en junio para contactarse con organizaciones barriales y sociales porteñas a fin de profundizar sobre la cultura local -«el trabajo con la gente completa su obra», explica a Télam-; y desde hace una semana desarrolla la etapa ‘in situ’ del proceso iniciado hace nueve meses aquí.
En los galpones de Pinzón 50 Cai supervisa su obra: Mientras alumnos del UNA calan las formas reproducidas en tres planchas de papel que integran uno de los murales -de 12 metros por tres- que expondrá en PROA este verano, constata que los cortes coincidan con las líneas de la impresión color del cementerio que fotografió entre Salta y Cachi.
«Me gustaría esparcir pólvora por todas partes, pero debo preservar las formas geométricas del cementerio para balancearlas en la pintura», explica mientras corrige el diseño e inicia esa onda expansiva de lenguas que lo acompañan por donde se presenta.
«Trataré de representar los rayos de luz entre las brumas, así es como siento a Argentina, muy mística, aunque estoy aprendiendo a ver cómo reacciona la pólvora en estos lugares», advierte a los presentes: los voluntarios que lo asisten en el proyecto, enfermeros, bomberos y expertos en fuegos artificiales atentos a apagar los restos de llamas y actuar ante cualquier accidente.

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El proceso es extenso: a lo largo de cinco horas el artista se concentra en diagramar el dibujo, calar los espacios que luego rellenará con pólvora -mezclada con cereales para darle peso y evitar que se volatilice-, encimar las capas de papel tipo stencil y finalmente cubrirlas con más papel y ladrillos para contener la explosión que en tres segundos definirá el éxito o no de su planificación.
Parece cirujano: zapatos de papel, barbijo, guantes de látex con los que toma la pólvora de una fría mesa instrumental para esparcirla con obstinación sobre el papel; y parece también un artista experimental que desafía los límites de su experiencia.
«Se trata de una poderosa obra que llamaré ‘Cementerio en la distancia’ -explica tras la explosión que imprimó la geometría del paisaje sobre el papel-. Quise retratar el Chi de la luz, que me pareció muy bella, la energía a través de las montañas y la vegetación árida».
En el suelo se ve el mural, agujereado y ennegrecido por el fuego en varias partes: «Esto habla de su potencia y de un trabajo difícil de controlar -dice-. Los accidentes ocurren, hay incertidumbre y eso es lo que me atrae de la pólvora».
Eso y que «junto al papel habla de destrucción y renacimiento. La pólvora creada en el siglo II por la Dinastía Han era una medicina de fuego, servía para curar, y así es como pretendo utilizarla, para que la energía Chi viaje a través del dibujo», concluye.

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