por Sergio Fernández Novoa*
Los chicos almorzaban cuando escucharon los disparos. Temiendo una tragedia, Pocho Lepratti subió al techo de la escuela Nº 756 de Las Flores, en el Gran Rosario, justo donde la ruta 9 se cruza con la circunvalación. Desde allí vio como la policía disparaba en el fondo del establecimiento. Alzó sus manos y gritó: “Hijos de puta, no tiren que hay pibes comiendo”. Una munición de Itaka perforó su tráquea.
El miércoles 19 de diciembre de 2001 Lepratti pasaba a ser parte de la peor de las estadísticas: la de los 39 muertos que causó la represión ordenada por el ex Presidente Fernando De la Rúa para sofocar la rebelión popular que finalmente acabaría con su gobierno.
Todo esto ocurrió hace diez años. Mucho tiempo para el dolor de los familiares de las víctimas. Poco para la Historia. Quizás por esa combinación la memoria persiste y la valoración del presente es tan significativa para la inmensa mayoría de los argentinos. Es que no puede comprenderse la Argentina actual sin reconocer las marcas que dejó en el cuerpo social la segunda década infame que padecimos entre 1989 y 2001.
Esas marcas dicen que Pocho fue asesinado en una escuela pública mientras los chicos comían. No estudiaban, comían, porque el 80 % de los alumnos eran pobres en un país con el 25 % de desocupados, más de la mitad de la población bajo la línea de pobreza y un 27,5 % sobreviviendo en la indigencia.
El neoliberalismo había proclamado la supremacía del mercado y abandonado a su suerte a millones de personas. Sin trabajo para los adultos ni oportunidades para los jóvenes, la escuela dejaba de ser un ámbito de inclusión y un generador de igualdad para convertirse en un espacio de supervivencia y contención. La represión era la respuesta a la protesta social de una clase política que había abandonado su razón de ser.
A una década del vuelco histórico que significaron las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001, el país es otro. Un pasaje del discurso de Cristina el sábado último lo resumió de manera contundente: “pasamos de una Argentina que en 2002 destinaba el 5 % de su PBI al pago de la deuda y el 2 % a educación, a destinar hoy el 6,47 % a educación y sólo el 2 % al pago de la deuda externa». Nadie en la oposición ni en los medios hegemónicos se atrevió a cuestionar las cifras.
Si fuera necesario podríamos agregar que mientras en 2005 sólo el 53% de los niños de 4 años estaba escolarizado, hoy lo está el 77%. Según el Ministro de Educación Alberto Sileoni, el 100% estará en las aulas en 2016.
También que la Asignación Universal por Hijo incorporó 130.000 alumnos a las escuelas y que, según datos del Operativo Nacional de Evaluación del Ministerio de Educación difundidos esta semana, los estudiantes de cuarto y quinto año del secundario mejoraron su nivel de desempeño respecto al último relevamiento hecho en 2007.
Para que semejante transformación sea posible fueron necesarias otras rupturas respecto al país del 2001. La primera, quizás la más importante, es la autonomía de la política respecto a las corporaciones.
“No soy la Presidenta de las corporaciones sino de los 40 millones de argentinos”, destacó la Presidenta ante la Asamblea Legislativa. ¿Qué otra cosa podría hacer y decir un Presidente que sea consecuente con el quiebre que la sociedad argentina produjo hace diez años?
¿Hubo otro mandato en aquellas jornadas que la recuperación soberana de la política económica después de años de indigna e inconveniente sumisión a las recetas del Fondo Monetario Internacional y del capital concretado? ¿No fue acaso la refundación de la política a través de la participación ciudadana, que hoy se expresa en el protagonismo de la militancia y de cientos de miles de argentinos sin pertenencia partidaria, uno de los motores de aquellos días?
Responder estas preguntas es honrar la memoria de los mártires de un pueblo que no se amedrentó ni siquiera ante la represión. También ser consecuente con sus anhelos de cambio. Si de algo sirven los aniversarios es para interpelar el presente. Para intentar ver con claridad los pasos que hemos dado y lo que resta del camino.
“Voy a cubrir tu lucha más que con flores / Voy a cuidar tu bondad más que con plegarias”, escribió León Gieco en su canción-homenaje a Pocho Lepratti. Hoy, además de flores y plegarias, tenemos un presente que nos recuerda que nada de lo hecho fue en vano.
*Presidente de ULAN y Consejo Mundial de Agencias de Noticias. Vicepresidente de Télam