por Luz Azcona
«Nací en Choele-Choel, que quiere decir «corazón de palo». Me ha sido reprochado por varias mujeres», dice con ironía Rodolfo Walsh en un breve texto autobiográfico escrito en 1965, cuyas características hablan tanto del autor como la información misma: da en el blanco sin vacilar con una dicción que es a la vez exacta, preciosa, aguda, sensible, audaz, convincente y altamente inflamable.
Walsh creció en una familia de ascendencia irlandesa. Estudió con monjas irlandesas, estuvo en un internado de curas irlandeses y aprendió la lengua de la que de algún modo fue su segunda patria.
Con apenas 17 años entró a la Editorial Hachette como traductor y corrector de pruebas, y un par de años más tarde ya publicaba textos periodísticos.
A los 26 ganó el Premio Municipal de Literatura con «Variaciones en rojo», su primer libro de cuentos, y su panorama era confortablemente promisorio. Pero una circunstancia inesperada modificó lo que parecía un plan con certificado de garantía: se sintió obligado a elegir y se decidió por la vía que lo pondría en el camino de su ideal ético, enfrentándose a su destino como en el mejor relato borgeano.
«De pronto comprendí que además de mis perplejidades íntimas existía un amenazante mundo externo», dice Walsh haciendo referencia al momento en el que empezó a trabajar en «Operación masacre». El fusilamiento de un grupo de civiles implicados en la rebelión contra el gobierno de facto de Aramburu en José León Suárez fue el punto de partida.
Corría 1956 y antes de embarcarse en este proyecto, Walsh trabajaba en una antología, ideaba relatos policiales, leía literatura fantástica. Hasta que una tarde, mientras jugaba al ajedrez en un bar alguien habló de los fusilados y dejó deslizar que había un sobreviviente.
Cuando Walsh comenzó a investigar se encontró con un crimen gigantesco que se vio impulsado a denunciar. Como resultado, escribió el libro que se convertiría en un radical antecedente en su género.
En adelante, las palabras no sólo fueron para Walsh una forma de ganarse la vida. Además de transmutarse en arte podían servir para transformar el mundo.
En una entrevista realizada por Ricardo Piglia el escritor habla de su forma de concebir el oficio. Según Walsh, la máquina de escribir puede ser «abanico o pistola». En este sentido, la lucha política no sólo no amenaza la obra sino que es un medio para que ésta alcance el eco de la sociedad que se avecina.
«Creo que la gente joven -le dice Walsh a Piglia- va a aceptar con facilidad la idea de que el testimonio y la denuncia son categorías artísticas por lo menos equivalentes y merecedoras de los mismos trabajos y esfuerzos que se le dedicaron a la ficción».
Para Rodolfo Walsh la decisión estaba tomada: la máquina de escribir sería su arma y las palabras su potencia; no sería un observador con privilegios sino un luchador activo. En 1958 escribió «El caso Satanowsky», denuncia del asesinato del abogado Marcos Satanowsky por parte de matones de la SIDE. Luego viajó a Cuba y fundó la agencia Prensa Latina.
Más tarde asumió la dirección del semanario CGT a pedido del dirigente gráfico Raimundo Ongaro, que le fuera presentado en Madrid por Juan Perón, y allí publicó las notas que se convertirían en el libro «¿Quién mató a Rosendo?», trabajo periodístico motivado en el tiroteo que mató a Rosendo García, dirigente de la UOM.
Por entonces, el contexto social y político llevó a Walsh hacia el Peronismo de Base hasta que, radicalizando su postura, se incorporó a Montoneros y fundó junto a Paco Urondo el diario Noticias.
En 1976, bajo la dictadura de Videla creó la Agencia Clandestina ANCLA, pocos meses antes de que una de sus hijas, militante montonera, se matara ante militares que le hacían cerco.
Al respecto escribió un año más tarde: «Vicki pudo elegir otros caminos que eran distintos sin ser deshonrosos, pero el que eligió era el más justo, el más generoso, el más razonado».
Para Walsh la ética no dejaba salida, y siguiendo este principio cumplió con la que sería su última apuesta: terminar su «Carta Abierta a la Junta Militar» al cumplirse un año del golpe de estado. En ella sintetizó lo que implicaba la represión clandestina, y el 24 de marzo la envió a los diarios.
El 25 tenía dos citas que ayudarían a distribuirla. La segunda estaba prevista para las 15, pero nunca llegó pues fue acorralado por un grupo de tareas de la ESMA que, al verlo sacar su revólver, lo asaeteó a balazos.