por Mónica Oporto
Las devociones populares son el producto de una construcción colectiva que aparece desafiando las imposiciones establecidas como herramientas de control social. Cuando el colectivo social erige una “canonización” desde el lugar laico, encauza hacia ese símbolo necesidades, deseos, aspiraciones de su tiempo.
El símbolo representa aquello de lo que se carece, lo que se teme. El símbolo reemplaza las aspiraciones y anhelos, y como tal se lo ve como un pasaporte a la protección. Antonio Mamerto Gil Núñez, a quien se conoce como “El Gauchito Gil”, constituye uno de esos símbolos.
Diversas versiones adornan la vida del gauchito, aunque lo más seguro es que se trataba de un trabajador rural que habría nacido en Pay Ubre, cerca de Mercedes (Corrientes) alrededor de 1840.
Las versiones coinciden en que tuvo un romance con una viuda adinerada de nombre Estrella Díaz de Miraflores. En esa relación no sólo se ganó la enemistad de los hermanos de la viuda sino del jefe de la policía local, también pretendiente de la mujer.
Fue a partir de ese conflicto que la vida de Antonio Gil se tornó difícil dado que, aprovechándose del poder de su autoridad, el policía comenzó a perseguirlo y toda clase de arbitrariedades se volcaron sobre él.
Al parecer llegaron a enfrentarse a duelo en una pulpería y, a pesar de que como resultado de dicha pelea el Gauchito Gil le perdonó la vida al comisario, no tuvo otra salida que huir del pueblo.
Fue entonces que “se alistó” -eufemismo para expresar lo que se vivía por aquellos días: los gauchos eran llevados encadenados al frente de batalla- para pelear en la guerra fratricida contra el Paraguay de Francisco Solano López, la Guerra de la “triple infamia” (1865-1870), como la llamó Juan Bautista Alberdi en “El Crimen de la Guerra”.
Una vez finalizado el conflicto, volvió a Corrientes, pero la provincia pasaba por una situación jalonada de enfrentamientos entre federales y unitarios. Antonio Gil fue reclutado por el partido Autonomista (identificado con el color rojo) para enfrentar a los opositores del Partido Liberal (cuyo color era el celeste).
Antonio Gil nuevamente se manifestó contrario a las guerras fratricidas, y se volvió desertor, fugándose con dos compañeros de infortunio: el mestizo Ramiro Pardo y el criollo Francisco Gonçalvez, con quienes se dedicaría al cuatrerismo. Al poco tiempo, tanto Pardo como Gonçalvez cayeron bajo las balas del ejército.
En aquellos tiempos en que los enfrentamientos por las ideas se materializaban como luchas entre facciones, la deserción era sancionada como delito capital. Por lo tanto, en cuanto Antonio Gil fuera capturado, sabía que su destino seguro era la muerte.
Un 8 de enero logran capturarlo. Según la versión más difundida, el gaucho fue colgado de los pies para ser degollado. En esa situación se produce el hecho que abrió paso a la devoción popular. Según el relato, Antonio Gil le aseguró a su verdugo que esperara para ejecutarlo porque el perdón que le salvaría la vida estaba en camino.
Sin embargo, el sargento que oficiaba de verdugo estaba decidido a llevar adelante la ejecución. Fue entonces que el gauchito le hizo una revelación diciéndole que su hijo se hallaba muy enfermo pero que sanaría por su intercesión.
El perdón efectivamente llegó, aunque no a tiempo, y cuentan diversas versiones que al regresar éste encontró que las palabras pronunciadas por el gauchito eran realidad: su hijo estaba muy enfermo y la mención del gauchito le había producido la sanación. Pero ya la ejecución había tenido lugar aquél mismo día.
Más allá del relato del que habría sido su primer milagro, queremos rescatar la vida de un rebelde contra el poder constituido, un mal ejemplo que podía “contagiar” al resto de los gauchos que, como él, se hallaban expuestos a levas involuntarias e injusticias cotidianas.
Su ejecución representa un acto más de la acción de la “civilización” contra la “barbarie” y su veneración la consiguiente rebelión popular.