sábado, noviembre 23

EL PAÍS DEL DIABLO

por María Claudia Lorenzón

Con «El país del diablo», Perla Suez se sumerge en el mundo indómito del desierto patagónico, habitado por mapuches y el hombre blanco en una comunión violenta, durante la llamada Conquista del Desierto, y construye un texto de gran belleza, en el que logra retratar un universo sin maniqueísmos para continuar indagando sobre «quiénes han sido los salvajes y quiénes los civilizados a la luz del siglo XXI».
En ese desierto, que parece turbar el pensamiento de quienes lo habitan, deambularán Lum, una adolescente, hija de padre blanco y madre mapuche, y cinco hombres que vienen de destruir la última toldería en la que vivía la pequeña indígena que convertida en machi -consejera y protectora del pueblo mapuche- e imbuida de poderes chamánicos los seguirá para vengar la muerte de su pueblo.
Con una prosa directa, despojada, y a la vez poética, Suez construye una novela inquietante, donde están presentes los ritos del pueblo indígena y el elemento onírico que se cristalizan en imágenes que rozan la locura y el desamparo.
«A Lum los ojos se le llenan de furia. Ngenechen, dame fuerzas, no tengo pueblo ni familia, sólo esta yegua que me has entregado y la tierra que me da de comer. No tengo motivo para estar en este mundo, todo me lo han quitado Ngenechen. Fueron esos hombres, los huincas traídos por el gualicho. Y hay que tenerle miedo al gualicho, me dijo mi madre, el gualicho está en todos lados. Es una enfermedad, una calamidad, está en la laguna que tiene aguas malas, el gualicho se me metió en las vísceras'», se lee en la novela, momentos antes de que Lum comienza a perseguir a quienes destruyeron su toldería.
Autora de «Memorias de Vladimir» y «Letargo» y ganadora del Premio Nacional de novela por «Humo rojo», Suez, que nació en Córdoba y vivió su niñez y adolescencia en Entre Ríos, cuenta a Télam que el nombre que da título a «El país del diablo» (Edhasa) surgió del mismísimo Julio Argentino Roca: «Hay que terminar con el país del diablo, decía Roca sobre los mapuches», revela la autora.
– Después de haber escrito tanto sobre los inmigrantes ¿cómo surge el tema de la campaña al desierto?
– En «Trilogía de Entre Ríos» había contado la historia de los inmigrantes de los cuales soy descendiente, y en «Humo Rojo» narrado una historia de hijos de inmigrantes rusos alemanes que emigran, que eran también parte mía, porque yo me crié al lado de ellos. Entonces al concluir estos libros dije ya está la historia de los inmigrantes, ahora quiero contar la otra historia, la que no me contaron.
Empecé a leer «Un desierto para la Nación», de Fermín Rodríguez, que me abrió los ojos en cuanto al concepto del desierto, al protagonista que fue en la campaña de Roca y anteriores a él. La realidad era que acá habitaba un pueblo, una cultura, con un concepto de la tierra y la naturaleza, con un concepto diferente de cómo la concebían entre comillas los civilizados, me replanteé todo desde Facundo, de Sarmiento a Esteban Echeverría, y me pregunté ¿que somos bárbaros o civilizados?, en esa dicotomía famosa que atraviesa toda nuestra literatura.
– ¿Cómo encaraste el trabajo para la construcción de la novela?
– Releí Aballay, de Antonio Di Benedetto, que es como una suerte de western, de este gran escritor que sigue siendo un modelo muy especial para mi del siglo XX. Además, desde muy jovencita leí Moby Dick, de Melville, y cuando tenía 18 años, el Fondo Nacional de las Artes había editado una edición con una traducción maravillosa y prólogo de Jaime Rest, que fue una marca fundante para mí en cuanto al concepto de los grandes espacios para América. Más allá de que eso era Estados Unidos, y el mar como una gran extensión, era similar en el continente en cuanto a un espacio geográfico como el desierto: la Patagonia con grandes espacios de salitre que fueron quedando, pero también con grandes espacios verdes, bosques de caldenes, naturaleza llena de fieras, animales, de vida.
Y sobre todo vivían seres humanos que fueron arrasados con la intención de exterminarlos. Entonces me dije qué distinta hubiera sido la historia si nosotros los hijos de inmigrantes nos hubiéramos integrado con esa cultura, cuánto más rico hubiera sido nuestro país. Creo que ese fue el exterminio más importante después de la dictadura, fueron hitos que me marcaron mucho.
En el museo de La Plata se exponían familias indígenas enteras vivas enjauladas para que las gente las visite. Hace pocos años empezaron a ventilarse esas cosas que me movilizaron muchísimo.
– A partir de esos elementos, ¿cómo estructuraste la historia?
– Me propuse contar un viaje: había cinco soldados que venían de matar en una de las últimas tolderías de los mapuches y tenían que volver al fortín, ese era el esquema primero. Pero apareció una niña de 14 años muy hermosa, mezcla de blanco con mapuche. Cinco hombres asesinos que vienen de comerse una yegua, de matar, y aparece esta mujer hermosa. La van a violar, pensé, y dije esta historia está contada, no voy a contar eso, la historia de la violación, voy a caer en un lugar común.
Me rompí la cabeza hasta que la di vuelta: no van a seguirla a ella, ella los va a seguir, tiene que hacer justicia por el exterminio de su gente. Cuando la puse a ella como protagonista me compré un diccionario mapuche-castellano y encontré el nombre Lum, que quiere decir «Encuentro de dos lagunas». Ese nombre me marcó.
-¿Cómo fue el proceso de elaborar este personaje femenino?
– Leí libros para entender los ritos chamánicos, como «Testimonio de un cacique mapuche» del lonco Pacual Coña, un libro bilingüe mapuche-castellano que me sirvió un montón para construir en algunos momentos la personalidad de Lum.
Como tenía que elaborar una ficción que fuera creíble empecé a trabajar profundamente metiéndome en la piel de ella, sabiendo que era fuerte y que iba a resistir, porque además había sido iniciada como chamán, porque pese a su mezcla había sido aprobada por la tribu.
La quise mucho como protagonista, porque tiene una presencia tan fuerte como el desierto. Es un personaje maravilloso y a la vez terrible.
-¿Por qué decidís incluir lo onírico en el desarrollo de la historia?
– En el siglo XXI hay algo que está muy presente en el cine, fundamentalmente en el western de Tarantino, algo que también lo tenía la literatura anglosajona, por ejemplo con Henry James, esta cosa de un entorno entre mágico e inentendible, como la aparición de ese soldado con un ojo salido, una especie de zombie, que viene a traer un cuchillo al Restaurador, porque tiene esa misión; como el barco fantasma en el medio de la pampa, el gran espacio con mayúsculas que tenemos. Para este tema, también leí las conversaciones entre Alfred Hitchcock y Francois Truffaut, donde explican cómo en el cine un elemento que se van pasando los personajes mantienen pendiente al espectador. Entonces usé como lei motiv el cuchillo que va pasando a través de toda la historia, que da cierta expectativa y una unidad a las distintas épocas.
– En la historia también aparece la hija de Lum, la tercera generación, ¿por qué pensaste que tenía que quedar ese registro?
– Porque quiero creer que no desaparecieron, que no los van a exterminar y que en algún momento van a tener su lugar, y va haber una continuidad. Lum tuvo una hija que pudo contar, hay testimonio, hay una marca, no fueron exterminados, hubo un genocidio pero no los exterminaron, hay sobrevivientes. Me encantaría una presentación del libro con el pueblo mapuche, pienso que sería maravilloso por la necesidad de reconocimiento. Estoy parada en mi país del que ellos también son parte.

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