sábado, noviembre 23

EL REPARTO DEL FUNDADOR

por Marcelo Carlos Olivetti 

La manzana que ocupa hoy el Banco de la Nación, limitada por las calles 25 de Mayo, Bartolomé Mitre, Reconquista y Rivadavia, tiene como todas las parcelas de la ciudad, su historia. Que parte de ese edificio, la esquina de Reconquista y Rivadavia fue anteriormente el primer Teatro Colón, no tiene ninguna gracia; eso lo saben casi todos. Tampoco es muy original que tres tercios de la manzana pertenecieron a Juan de Garay y su hijo, además del alcalde Martel; surge de uno de los planos más difundidos del reparto de tierras y solares y lo repiten a diario todos los guías de turismo que traen visitantes a recorrerla Plazade Mayo y sus alrededores. En cambio, la historia desconocida de los próceres y «pungas», caballeros y prostitutas, financistas y fulleros que habitaron y actuaron en esta manzana tan céntrica de Buenos Aires y las cosas interesantes que ocurrieron en ella, no ha sido aún escrita totalmente. Aclaramos que tampoco pretendemos hacerla nosotros; nos limitaremos simplemente a desbrozar la maleza para descubrir la pequeña crónica histórica que brindaremos al lector curioso.

 Para comenzar por el principio; es cierto, Garay figura como dueño del primitivo solar, pero sólo de la mitad sobre la plaza. Se lo adjudicó en el reparto de 1580, mientras el resto lo dividió en dos grandes cuartos, el lote del oeste para el alcalde Gonzalo Martel y el otro, que culmina hoy en la esquina de 25 de Mayo y Bartolomé Mitre, para su hijo natural Juan de Garay «el Mozo», habido con una india paraguaya con la que el poderoso señor entretenía sus ocios. Es curioso que nadie quiera descender de este muchacho, porque hay muchos que se precian de ser descendientes de Garay, aunque los orígenes del fundador son bastante dudosos y andan por allí algunos genealogistas tratando de dilucidar en qué circunstancias fue engendrado y quien podría haber sido su padre. Pero esto personalmente no nos afecta: no tenemos ningún vínculo de sangre con Garay..

 Lo cierto es que de su hija la legítima, casada con Hernandarias, desciende medio Buenos Aires tradicional y es lógico: el primer gobernador criollo es algo así como el «muchachito» de la película genealógica. Tampoco desciende nadie que se considere «bien nacido» del otro fundador, don Pedro de Mendoza, porque dicen las malas lenguas que tenía una enfermedad «non sancta». Mendoza no tuvo descendientes, pero de haberlos tenido seguramente no hubieran vacilado algunos en elogiar a su genearca por su gran «masculinidad». Pero hoy en los tiempos del Sida, todo esto no asombra ni asusta a nadie y lo de «bien nacido», bueh… ¡mejor no toquemos el tema!

 Bien, lo cierto es que las tres cuartas partes de la manzana, como dijimos, pertenecían a los Garay, padre e hijo. Podría discurrirse bastante sobre el fundador de nuestra ciudad, pero ya se han ocupado con mayor autoridad otros investigadores. ¡Don Juan de Garay..! Lo que me llamó la atención es que algunos eruditos historiadores hayan cuestionado el uso del don que se le otorga habitualmente. Dicen que, en rigor de verdad, este título nobiliario no le correspondía. ¿No creen ustedes que con un hijo natural conocido y otros que deben haber quedado enla Asunción, el viejo «conquistador» tiene bien ganado su título de Don Juan…? Pero esto escapa a nuestra historia.

 Lo concreto es que en años siguientes, el dio comenzó a fraccionarse; a Gonzalo Martel lo sucedió su yerno, Manuel de Frías, poderoso terrateniente y, en la primera mitad siglo XVII, habitaba una de las casas sobre Rivadavia un curioso personaje, Bernardo Sánchez, que se hacía llamar «el hermano pecador» y cuya fama había trascendido nuestras fronteras. Se dice que fue un aventurero y que en su juventud recorrió Chile y el Perú y un buen día recaló en Buenos Aires. Pocos sabían quién era y de dónde había venido, aunque denotaba un lado de gran señor. Recorría las calles en bito monacal, frecuentaba corrillos y familias y aunque tenía buena posición económica, pedía limosnas y rezaba por sus «muchos pecados».

Hace pocos años, alguien mencionó que el misterioso «hermano pecador» podría haber sido, en realidad, un lúcido y secreto informante de la corona que, por este medio, se enteraba de los negocios de los gobernadores y oficiales reales, del contrabando y otras menudencias que asolaban a la gran aldea. Queda para otra oportunidad, dilucidar bien su biografía, nuestro propósito es rescatarlo aquí como habitante de la manzana que nos ocupa.

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