por Mónica Biaggio
Juan José Vértiz y Salcedo era virrey del Río de la Plata. Había fundado el Real Colegio San Carlos y la Casa de Niños Expósitos. Quiso fundar la Casa de Comedias, dado que el teatro era para él «una de las mejores escuelas para las costumbres». La ciudad, si puede llamarse así, carecía de diversiones, pero la Casa de Comedias era una empresa de mucho vuelo.
Un 30 de noviembre de 1783 instala, entonces, el teatro llamado La Ranchería. Construcción de ladrillo, con tirantes de la madera más noble del Paraguay y su techo de paja, tenía un escenario con un letrero que decía «Es la comedia, espejo de la vida», y se inaugura en 1792 con la tragedia «Siripo», de Manuel José de Lavardén, pieza de la que sólo se conserva el segundo acto.
En los tablones de ese precario teatro se recreó una y otra vez esta tragedia en la que Siripo y Lucía Miranda -hermosa española casada con el oficial español Sebastián Hurtado- viven un amor-pasión destinado a sucumbir.
Ese mismo año, en un agosto de 1792, mientras aún seguían vivos los personajes, el Teatro de La Ranchería, fue incendiado.
Nada hacía pensar el desastre. Nada. Nada y sin embargo alguien, quizás, pudo saberlo.
La fiesta de San Juan había empezado; cada año bailaban allí, al son de una danza criolla, mulata y cristiana, mientras se encendían las luces insolentes. Seguida la fiesta hasta entrada la tarde desafiando a tanto santo y tanta vela.
Algo cayó del cielo y se clavó justo en el corazón del teatro y lo hirió de muerte. Mucho humo y mucho fuego.
Pasó el tiempo y como el ave fénix, renació más tarde bajo del nombre de Coliseo. Y quedó la marca de esa herida porque la fecha del nacimiento de «La Ranchería», sería más tarde el Día Nacional del Teatro.