Por Mara Espasande
Virulentos debates se desatan desde 1809 en el entonces Virreinato del Río de la Plata. ¿Qué hacer con las mercancías inglesas que llegaban masivamente al puerto de Buenos Aires? ¿Se debía terminar con el monopolio?
«Debe recurrirse a la importación franca de bienes que no produce ni tiene la patria» argumentaban algunos. «Los pueden dar más baratos y por consiguiente arruinan enteramente nuestras fábricas y reducirán a la indigencia a una multitud innumerable de hombres y mujeres» refutaban otros.
Proteccionistas y librecambistas protagonizaron una de las discusiones más fuertes de nuestra historia. Lo cierto es que las circunstancias de la guerra en Europa empujaron a la habilitación del puerto para el libre comercio. Las mercancías inglesas inundaron el mercado porteño y las provincias del interior.
Hoy, 200 años después parecen resonar los mismos argumentos: debemos desarrollar la agroindustria, priorizar la producción las materias primar requeridas por el mercado mundial. Desde 1976 el neoliberalismo desindustrializó al país, dejando como herencia desocupación y exclusión.
En esta historia, un punto clave lo constituye la ley proteccionista que dicta Juan Manuel de Rosas en 1835. Luego de la etapa rivadaviana, la situación de las provincias era preocupante y la presión de los líderes populares del interior cada vez mayor. Buenos Aires debía dar respuesta si quería conservar el orden débilmente alcanzado.
La «Ley de Aduanas» resultó entonces, una carta importante que Rosas aprovecharía para lograr el apoyo de las provincias, las que le otorgaron la dirección de la guerra y las relaciones exteriores del país. De esta manera buscaba dar mayor credibilidad a la política federal.
Mediante la ley se establecía un aumento sustantivo de los impuestos a los productos importados. Quedaba prohibida la importación de ponchos y otros productos textiles. También de velas de sebo, peines y peinetas, platería y cueros manufacturados. A su vez, se gravaban fuertemente el café, el cacao y el té, los carruajes, los vinos, el aguardiente, la cerveza y harina.
Por primera vez en nuestra historia se tomaba una medida económica que excedía los límites de la patria chica porteña. Además de la dimensión interprovincial, la Ley de Aduanas buscó consolidar la paz social mediante una política económica que favoreciera a diferentes sectores sociales. Los artesanos, saladeristas, agricultores y estancieros de Buenos Aires recibieron con agrado esta medida. Así también los sectores populares del interior.
La reacción de los países europeos al comienzo fue expectante. Con el pasar del tiempo, cuando los gravámenes aumentaron comenzaron los reclamos, se opusieron abiertamente llegando a bloquear el puerto de Buenos Aires en dos oportunidades (Francia en 1838 y junto a Inglaterra en 1845-48). Rosas defendió fuertemente la soberanía nacional, que bien le valió el legado del sable sanmartiniano.
La Ley de Aduanas nos permite reflexionar hoy sobre qué modelo económico queremos para nuestra Patria y el lugar que le damos al desarrollo industrial. Por sobre todas las cosas, repensar cómo distribuimos los ingresos nacionales para alcanzar la igualdad entre las provincias y avanzar hacia un modelo productivo nacional con crecimiento y justicia social.