por Martín Piqué
En el segundo año de la pandemia, muchos periodistas ejercieron el oficio desde sus casas -delicias de la nueva rutina del teletrabajo- mientras que las audiencias, también replegadas sobre el hogar, crecieron a niveles récord en demanda de información confiable y verificada, todo enmarcado en la transición digital que ya estaba en marcha pero que se profundizó por el coronavirus.
Estas son las conclusiones globales de un informe que difundió en 2020 el Instituto Reuters, junto a la Universidad de Oxford, y están en sintonía con las definiciones de los analistas Stella Martini, Martín Becerra, Shila Vilker y Daniel Rosso, quienes a pedido de Télam analizaron la actualidad del periodismo en el país, con un sistema de medios polarizado, que tiende a buscar la confirmación del sesgo editorial previo, y atravesado por la precarización.
Los nuevos hábitos para el consumo de noticias que emergieron tras la masificación de la web, arrancó Becerra, «horadaron el poder monopólico de los medios, que ya no son las únicas instancias que producen contenidos masivos», aunque luego acotó que las empresas informativas siguen siendo «los principales animadores de la conversación pública» en las plataformas digitales.
Según Becerra, investigador del Conicet especializado en industrias culturales, el tránsito hacia lo digital también provoca que otras personas, con otros roles, experiencias y formación, asuman la tarea de informar sobre temas complejos, para lo cual recurren a «un abuso del estilo opinativo por sobre la búsqueda de datos» que, advirtió, «erosiona la profesión, y eso la pandemia lo fuerza al máximo».
«Hay patoteros de la vida pública, entre ellos periodistas de una presunta elite, que con la coartada de que ahora pueden ser respondidos por Jorge de Berazategui o cualquier usuario de las redes, se sienten liberados de toda tensión profesional, moral o ética para chequear lo que van a decir», describió y sobre esas estrategias remarcó: «Se autonomizan de la realidad, y con la pandemia profundizan esa forma de operar».
Sin embargo, en paralelo a ese tipo de intervenciones, Becerra subrayó que la incertidumbre mundial que produjo el coronavirus reactualizó la demanda por noticias «chequeadas», «verificadas» y contadas con «tratamiento estilístico», lo que supone, puntualizó, «una oportunidad» para «quienes buscan datos, hechos, fuentes».
La transición del periodismo analógico al digital, que modifica tanto la labor profesional como la lógica de sostenibilidad de las empresas, también fue analizada por el sociólogo especializado en medios Daniel Rosso, para quien el pasaje del «modelo de mediatización clásico a un modelo digital» abrió un período de indefinición no exento de riesgos, situación que requiere, planteó, una intervención específica por parte de los medios públicos.
Según Rosso, en un presente caracterizado por la fragmentación de la oferta mediática y un sistema político polarizado, coexisten «tres modelos periodísticos», siendo el más habitual «el periodismo plural excluyente», que expresa «una enorme paradoja» porque «reivindica para sí el valor de la diversidad» y se define como «plural» pero al mismo tiempo desliza que otros modos de la práctica periodística «necesitan ser erradicados».
Ante esta paradoja, siguió Rosso, que se superpone con la persistencia de un «periodismo de guerra» (en el sentido que le dio a la frase el fallecido editor de Clarín Julio Blanck) que ansía «una democracia definida como la sumatoria de todas las partes menos una», más un «periodismo militante» activo pero «en los márgenes», el sociólogo propuso que el Estado promueva «un periodismo de todas las partes».
«El Estado, desde los medios públicos, debería pensar un valor testigo de la calidad periodística que influya sobre todo el sistema de medios, como referencia, y que exprese todas las experiencias», señaló y en ese sentido alentó a tomar como inspiración una frase del intelectual italiano Giovanni Sartori, quien aseguraba que «en democracia las mejores ideas son aquellas que están dispuestas a ser permeadas por las otras».
Otra punto para analizar el periodismo de hoy, coincidieron Becerra, Rosso, pero también Martini, del Instituto Gino Germani de la UBA, y la consultora en opinión pública Vinkler, es la tendencia recurrente de buena parte de los medios a retroalimentar el sesgo editorial previo de quienes los siguen.
Sobre este punto, Martini evaluó que debido a esa suerte de seguidismo de las audiencias «se ha cambiado totalmente el valor de la fuente de información», por lo cual «adquiere el status de fuente simplemente alguien que coincide con la ideología o la línea editorial», lo que lleva, alertó, a que proliferen «sartas de mentiras y fakes (noticias falsas)», cuya hiper-circulación en los últimos tiempos pasó a definirse como «infodemia».
En sintonía, Vinkler señaló que ese «ejercicio muy fuerte del sesgo de confirmación» está ligado al sostenimiento a través de los años de un sistema político organizado en «electorados» que, en términos de receptores de noticias, son «segmentos duros que empujan la audiencia», pero en paralelo mencionó otro fenómeno, al que llamó «consumo diverso» o «zapping plural», más volátil, que sin embargo -reconoció- no garantiza los mismos resultados de rating.
En materia de contenidos, plantearon los analistas, la reconversión digital y el repliegue sobre el espacios privados ante el Covid fortalecieron la necesidad del «periodismo de datos», que consiste en recopilar, analizar y presentar de modo didáctico y atractivo -usualmente con infografías- información estadística.
En otro plano, las medidas epidemiológicas hicieron crecer la cantidad de horas diarias con la TV encendida en el hogar.
«En los segmentos medios para abajo, la pandemia coincidió con un fenómeno que parecía dirimido, la vuelta de la televisión», describió Vinkler, para quien el proceso puede ser bautizado como «el revival o la fiesta de la TV», aunque la oferta televisiva esté fragmentada, y confirmó la vigencia de un género que fusiona información con entretenimiento -en inglés, «infotainment»- propia del periodismo televisivo.
Martini, en tanto, coincidió en que con la pandemia hubo «un mayor consumo de noticias, de la TV y los noticieros, más tiempo frente al televisor» mientras que en lo discursivo percibió una impronta «más narrativa» en las noticias, una tradición que en el periodismo anglosajón está presente desde hace décadas, con la utilización del término ‘story’ (historia).
Otro rasgo representativo del momento, marcó Becerra, es la tensión de las empresas periodísticas con las grandes plataformas como Google y Facebook, ya que estas últimas, indicó, «se llevan en pala» la renta «que deviene de la comercialización del proceso social de circulación de la agenda» informativa.
El rol de los motores de búsqueda o de las redes, en efecto, entró en contradicción con el modelo de financiamiento vía suscriptores digitales -por supuestos contenidos premium- de medios gráficos y portales web, pero también al incorporarse como nuevos actores en la búsqueda de pauta publicitaria.
Para quienes ejercen el periodismo en tanto trabajadores, esa disputa por los recursos tuvo como correlato, alertó Becerra, un «escenario espantoso» que perjudica a los «periodistas de a pie», un panorama que Martini definió como de «precarización laboral profundizada por la pandemia» con jornadas que «se extienden mucho más de lo habitual, en algunos casos cobrando horas extras, en otros no».
En otro orden, Becerra también se refirió al debate sobre el llamado discurso del odio que se atribuye a algunos profesionales de los medios, que intentan correr los limites de lo que se puede decir en público para construir un nuevo sentido común, pretendidamente transgresor pero al mismo tiempo autoritario: suele apuntar a la exclusión de grupos sociales.
«Yo soy bastante remiso a usar mucho la expresión ‘discurso de odio’ por la ambigüedad que tiene: decir que en las elecciones hubo fraude, lo diga (Elisa) Carrió o lo diga (Donald) Trump, no es discurso del odio, es una picardía política que no es nueva. Sin embargo, decir, como cierra los programas (Alfredo) Leuco, que se quiere un país donde no haya kirchneristas, o donde no haya X, eso sí lo es», advirtió.
Por último, ante la pregunta sobre qué es -o debería ser- hacer periodismo en tiempos de pandemia, Becerra, Rosso, Martini y Vilker pusieron el foco en el compromiso en tanto «servicio público», en la «curiosidad por las cosas» y en la búsqueda o el «hambre por la verdad», aunque esta no sea nunca completa.
«Si alguien tiene curiosidad por las cosas y quiere darles un tratamiento lógico, puede ser científico o periodista: la ventaja del periodista es que no tiene a su cargo el procedimiento laborioso de encontrar esa lógica, sino consultar fuentes que sí la tengan, para luego darle un orden y hacerlo transmisible», opinó Becerra.
Para Rosso, «la escritura periodística se maneja entre dos modelos de verdad, por un lado reconocer que la verdad como un proceso abierto, lo que permite la escucha, pero por otro intervenir en su búsqueda como si fuera efectivamente alcanzable, para ponerle a ese proceso el rigor que tiene que tener: esa cosa de estar escribiendo y preguntarse una y diez veces, ¿será así?».
«El periodismo -terció Martini- es un servicio público, implica responsabilidad y compromiso, además el mundo es tan complejo que seguimos necesitando cada vez más la noticia, para entenderlo», al tiempo que Vilker mencionó un reciente homenaje a Jacobo Timerman por los 50 años del diario La Opinión y confió que durante esa charla volvió a sentir «una conexión muy fuerte» con «las bambalinas que tiene el periodismo», esa adrenalina que motoriza a quienes lo ejercen, a pesar de todo.