por Milena Heinrich
En «Generación calle», la trabajadora social Inés María Correa reúne un puñado de historias de niños, niñas y adolescentes que viven, se crían y trabajan en el único hogar que nos los rechaza, el asfalto urbano, un testimonio descarnado y urgente sobre los que menos tienen y más necesitan narrado a partir de las voces de sus protagonistas, «los más vulnerados y vulnerables», como sostiene su autora.
«¿Qué mejor si este libro sirve para pensar por dónde tenemos que ir? Escuchándolos a ellos», se esperanza Correa, nacida en España aunque radicada desde pequeña en Argentina, formada en la tradición de curas villeros de la década del 70 como Carlos Mugica, y con un trabajo social que ejerció en instituciones públicas así como también privadas.
Con ese espíritu, se entretejen en las páginas del libro las biografías de Luis, un chico de 17 años, que con la muerte de su madre la estructura familiar se desarma y queda a la deriva; José que integra una familia de diez hermanos con un padrastro borracho, y a sus 17 por primera vez le festejan el cumpleaños; Marian, una joven travesti, hija de una prostituta y ella también comercializa su cuerpo; y Mariela, una joven sometida a abusos constantes por parte de su padre.
Esas historias dolorosas, trágicas y a veces difíciles de comprender son algunas de las vidas hilvanadas en «Generación calle. Historias de ternura y peligro» (Marea), en el que Correa acerca la experiencia en primera persona de más de una docena de chicos en esa situación, muchos de ellos abandonados, otros sometidos a constantes excesos por parte de quienes deben protegerlos.
A partir de un «pequeño problema de salud», la calle, el lugar que Correa caminó desde los 13 dando forma a su vocación, que luego la llevaría a la profesión que tiene hoy, debió esperar. «Entonces pensé -recuerda-: todo este capital humano de trabajo y experiencia hay que plasmarlo. Necesitaba seguir teniendo una trinchera para decir lo que le pasa a los pibes».
Así empezó a juntar historias que conoció como trabajadora social y las reunió en este libro, cuyo título sugiere una cruda realidad, como explica la autora: «En los años 80 se debatía mucho si eran chicos de la calle, es decir, que los había parido la calle. Y no, son hijos e hijas de familias, de madres y padres que no los pudieron contener. Hoy ya estamos en la tercera generación de pibes que están en la calle».
«Pero lo que más me interesó -destaca Correa sobre el libro- fue rescatar que son pibes, chicos que caminan en la calle, que sufren, buscan el pan y son utilizados por unos y por otros. Y que eso lo padecen y mucho». La falta de cariño, el consumo de drogas, la ausencia de políticas públicas dirigidas especialmente a ellos, son algunas de las claves para comprender esa «niñez robada».
Es que para la autora, «si es por el chico, estoy totalmente convencida que no elige estar en la calle, no elige ser abandonado por su familia o institucionalmente. El chico ve desde otros ojos al adulto, al que se le acerca, por eso siempre dependen tanto de la reacción de los adultos. Ese es el objetivo que quise lograr: mantener la mirada del niño y que sea el propio niño el que hable».
«Quizá está metido en cosas tremendas, sale a robar o consume pero siempre tiene ganas de jugar», asegura contundente la trabajadora social sobre estas biografías relegadas en «una sociedad con más riesgo en la calle a partir del consumo. Cada vez más terminan siendo ellos los más vulnerados», argumenta.
La línea que atraviesa este descarnado relato es, de una u otra forma, «el abandono familiar o la carencia de una familia contenedora. Hay momentos en los que el Estado, como con la Asignación Universal por Hijo, puede colaborar con esa familia que no logra contenerlo, pero para eso eso es fundamental la ayuda de operadores profesionales que puedan contener».
Es que para ella «el amor transforma», y no es un eslogan. «Verdaderamente es así -dice convencida-. Lo primero que hay que abordar y pactar es un vínculo, sostenerlo, porque vienen de historias de vínculos rotos, de gente que no pudo sostener sus relaciones».
Tal vez por eso, la autora deja los capítulos con finales abiertos «para que algún día quizá sean ellos los que cuentan su historia», comenta Correa, quien insiste en la importancia de los «técnicos, trabajadores sociales y psicólogos» porque si bien «nuestro país avanzó muchísimo en decisiones políticas sobre niñez, todavía no hay un programa global de niños en la calle».
Y justamente porque su solución (o erradicación) «no es matemática exacta», el libro fue pensado para reflejar la otra cara de la problemática a través de la mirada de sus propios protagonistas, y en este sentido sensibilizar a la sociedad en general -«pensar nuestras propias reacciones frente a los chicos»-, así como «aquellos que tienen que tomar decisiones políticas sobre la niñez», espera Correa.