por Guadi Calvo
Existen militantes que continúan con su trabajo mucho más allá de su propia vida y su militancia no se detiene con la muerte. Sin duda este es el caso de Gerardo Vallejo, que empleó su talento como director de cine, para contribuir mucho más allá de su ideología, el peronismo. Las películas de Vallejo, militan en cada lugar del mundo donde haya un excluido, un necesitado, un humillado.
Desde sus primeros trabajos todavía como alumno de la Escuela de Cine del Litoral que dirigida por Fernando Birri, Vallejo tiene claro para qué estudia cine y cuál será el destino de su trabajo. Su propuesta, la que jamás abandonó más allá de los atentados, las persecuciones y el exilio, se inicia en 1962 con el cortometraje documental “Azúcar”, en el que denuncia la explotación de los trabajadores de los ingenios azucareros de su provincia, Tucumán.
En 1965 filmará “Las cosas ciertas”, un largo viaje en tren siguiendo a los peones golondrinas que desde su provincia se trasladan en las peores condiciones para trabajar en la cosecha de la manzana en los valles de Río Negro. “Las cosas ciertas”, no sólo será el germen de su obra sin duda más importante, “El camino hacia la muerte del viejo Reales”, sino que también el puente para llegar a Pino Solanas y Octavio Getino, que le propondrán ser el asistente de dirección de “La hora de los hornos” (1968) e ingresar al mítico colectivo Grupo de Cine Liberación, que alcanzaría trascendencia internacional.
En 1968 iba a rodar también otro cortometraje que podría considerarse como el cierre del tríptico, “Las ollas populares”, una visión sobre los habitantes de Los Ralos, un pueblo tucumano donde miles de trabajadores sufrían las consecuencias del cierre de diez ingenios azucareros.
En estos tres cortometrajes con mínimas condiciones de producción, Gerardo Vallejo combina una encendida denuncia acerca de la explotación laboral de los trabajadores rurales de su provincia a la vez que obtiene unas imágenes que más allá de su plasticidad y la fuerza expresiva podríamos definirlas, dentro del horror que encierran, como bellas y poética; pero el logro estético, no distrae ni un momento la atención de la denuncia. Lo que expresa claramente que en Gerardo Vallejo amalgamaban el militante que consciente del destino de su acción política, con un artista que no podía escapar de la búsqueda estética.
En 1968 comienza a filmar el documental “El camino hacia la muerte del viejo Reales”, su obra consagratoria y uno de los documentales más importantes de la cinematografía latinoamericana. La cámara de Vallejo se centra en la imagen de un anciano trabajador rural Ramón Gerardo Reales, que de manera clara irá desgranando en la pantallas las adversidades de su vida, que sin duda es un calco de la de millones de humillados y ofendidos, no sólo en Tucumán, sino en el mundo y en la historia. Este film será terminado técnicamente cuando Vallejo se radique en Roma, ya que debió partir al exilio primero al Panamá de Omar Torrijos, donde realizó varios documentales.
Entre 1972 y 1974 filma la serie televisiva “Testimonios de Tucumán” producidos por la Universidad Nacional de Tucumán y la FOTIA (Federación Obrera Tucumana de la Industria Azucarera), para lo que transitaría en ocho meses más de 70 mil kilómetros, recogiendo imágenes y testimonios de los trabajadores de la zafra. Todo el material de “Testimonios de Tucumán”, será destruido por la dictadura del Proceso Militar.
En Europa se radicará en Madrid donde filmará entre otros muchos documentales, junto a Pino Solanas, “Actualización Política para la toma del poder” y “Perón, la Revolución Justicialista”, largas y trascendentales lecciones del general Juan Domingo Perón, en su exilio madrileño.
Con la vuelta de la democracia Vallejo retorna al país donde continuará su trabajo como realizador al tiempo que dará clases de cine en diferentes instituciones del país.
En 1985 filma “El rigor del destino”, donde trata las complejas realidades que se abren a la vuelta del exilio; en 1994 rueda “Con el alma”, un trabajo con ciertos ingredientes autorreferenciales donde narra la problemática de un director de cine a punto de comenzar una nueva película y finalmente en 2006 estrena la que será su última realización y un sueño largamente anhelado, “Martín Fierro, como el ave solitaria”, donde le da su propia impronta al poema nacional.
Gerardo Vallejo moriría el 7 de febrero de 2007 a raíz de un cáncer pulmonar, privando al cine de lo mucho que aún podía entregar, pero sin duda su obra lo sobrevivirá por siempre no sólo como un ejercicio estético sino y fundamentalmente como un canto militante.