por Claudia Lorenzón
La muerte del colombiano Gabriel García Márquez y del argentino Juan Gelman marcaron este año el escenario de las letras con un vacío y a la vez una herencia, que en uno se enraiza con el Boom que posicionó a la literatura latinoamericana del otro lado del Atlántico y en el otro, con su excepcional calidad poética y el compromiso con las causas políticas y los derechos humanos.
El genio literario de Gabo está invariablemente anclado en 1967 con la publicación de «Cien años de soledad», la obra que transformó su vida y la de toda una generación que creyó ver en ella una radiografía caliente del destino y las miserias de una Latinoamérica devastada por las dictaduras militares.
El territorio y los personajes que transitan esta obra surgieron de los relatos plagados de historias deslumbrantes que le transmitieron sus abuelos, que lo criaron desde los cinco años, en Aracataca donde había nacido el 6 de marzo de 1927.
Esa novela, que fue traducida a 40 lenguas y de la que se vendieron más de 30 millones de ejemplares, fue la que consagró a Gabo y con la que obtuvo el Premio Rómulo Gallegos (Venezuela, 1969), el doctorado Honoris Causa de la Universidad de Columbia (Nueva York, 1971), la Legión de Honor (Francia, 1981) y el Nobel de Literatura (1982).
Su amplia obra se completó con títulos como «El amor en los tiempos del cólera», «El coronel no tiene quien le escriba», «Ojos de perro azul», «La hojarasca», «Los funerales de Mamá Grande», «Doce cuentos peregrinos», «Del amor y otros demonios», «Notas de prensa, 1980-1984», «Noticia de un secuestro», «Vivir para contarla» y «Memoria de mis putas tristes».
Junto a los argentinos Julio Cortázar y Jorge Luis Borges; Mario Vargas Llosa (Perú); Augusto Roa Bastos (Paraguay); Carlos Fuentes (Panamá); Alejo Carpentier y Miguel Ángel Asturias, entre otros, García Márquez protagonizó el Boom latinoamericano que se caracterizó por la publicación en Europa de novelas de neto corte vanguardista, que tienen como marco la convulsionada realidad de los países de la región.
En octubre de 1994, García Márquez creó la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, una escuela-taller para jóvenes periodistas, establecida en la ciudad de Cartagena de Indias, dedicado a su otra gran pasión, con el fin de estimular las vocaciones, la ética y la narrativa dentro periodismo.
Comprometido con la realidad sociopolítica de América Latina, García Márquez -cuya muerte el 18 de abril conmovió a escritores, presidentes de todo el mundo, representantes de organismos internacionales y hasta a los guerrilleros de las FARC- realizó permanentes manifestaciones a favor de los derechos humanos, repudió el racismo, las dictaduras militares y el crecimiento de la violencia en las sociedades.
Al igual que la partida de García Márquez, un profundo dolor generó en el mundo literario y político la muerte en México, el 14 de enero, de Juan Gelman, quien logró conjugar la poesía con la vocación revolucionaria y la búsqueda de justicia por su hijo y nuera desaparecidos, en épocas de dictadura.
Gelman, que había nacido el 3 de mayo de 1930 en el barrio porteño de Villa Crespo, incursionó precozmente en la literatura publicando su primer poema en la revista Rojo y Negro, a los once años. En los 50 unido al Partido Comunista y a otros poetas formó el grupo Pan Duro, apadrinado por Raúl González Tuñón que les inculcó el germen de la poesía como forma de compromiso social.
De ahí el lenguaje coloquial, los temas cotidianos, la irreverencia ante la sintaxis estricta, la libertad para usar diminutivos, inventar sustantivos, que plasmó en su primer libro como «Violín y otras cuestiones» y que siguió en «El juego en que andamos» (1959) o «Gotán» (1962).
Era el momento en que en la Argentina y en toda América Latina nacía la nueva poesía hispanoamericana que compartió junto a Nicanor Parra, de Chile, Ernesto Cardenal, de Nicaragua, Mario Benedetti, de Uruguay, y Roberto Fernández Retamar, de Cuba, quienes se proponían romper la estética impuesta por Neruda.
En ese marco, Gelman escribió Cólera Buey (1965), donde extremó la experimentación lingüística y dio un giro completo en Traducciones III y continuó con los Poemas de Sidney West (1969).
El tono de su poesía cambió a partir de «Relaciones» (1973), teñida por una época oscura, la del exilio forzado, la desaparición del hijo, la nuera y el bebé que ambos esperaban. En «Hechos» (1980) el poeta escribió sobre la dictadura, la derrota, la muerte, la pérdida y el exilio, experiencia que vivió entre 1975 y 1988.
Esta temática continuó en «Notas» o «Carta Abierta», mientras que en «Citas y Comentarios» (1982) elaboró sus poemas en base a frases de poetas del Siglo de Oro Español, místicos como Santa Teresa o San Juan, tangueros como Homero Manzi y Alfredo Le Pera o poetas malditos, como Baudelaire.
Gelman, que murió el 14 de enero en México, recibió por su obra el Premio Nacional de Poesía en Argentina (1997), el Cervantes en 2007; los premios iberoamericanos de poesía Ramón López Velarde (2003), Pablo Neruda (2005) y el Reina Sofía (2005); y el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo (2000), entre otros.
El afecto y compromiso que prodigó en vida lo llevó a ser homenajeado en la reciente Feria del Libro, de Guadalajara, México, donde se presentó su obra póstuma «Amaramara», que dedicó a su mujer Mara Lamadrid.