viernes, noviembre 22

LA RESISTENCIA DE LOS ABUELOS

Dieciséis personas adultas y adultas mayores con discapacidades físicas e intelectuales que viven en un geriátrico del barrio porteño de Floresta, se negaron hoy a ser separados y trasladados a otras instituciones, como había dispuesto la obra social a la que pertenecen ante las varias clausuras que pesan sobre el centro de atención.
La antigua casona donde funciona, tiene paredes humedecidas, plagas diversas y los empleados no cobran sus sueldos desde hace seis meses, según detallaron algunos de los habitantes del lugar.
Según explica la encargada del geriátrico «Renacer», Franca Miranda, todas las personas allí internadas tienen la cobertura de Profe, la obra social de los beneficiarios de pensiones no contributivas, y varias ya firmaron un formulario negándose a ser trasladados en las ambulancias que fueron especialmente a buscarlos para llevarlos a otros establecimientos.
«Vine a parar a este lugar porque mi hija vive en un hotel y no había una cama para mí, pero acá me siento muy bien, acompañada y ayudada por todos los compañeros, por eso me quiero quedar», contó Luna Levi, una mujer ciega de 80 años que pasó los últimos dos en este geriátrico de San Pedrito 558.
«Somos todos amigos: ellos me brindan el cariño y afecto que nunca encontré, por eso son mi familia», agregó la mujer que durante su vida activa fue cocinera y empleada en casas particulares.
Ante la posibilidad de tener que empezar una nueva vida en otro lugar, Luna Levi asegura que ellos sí que saben de divertirse y su mayor contribución para la jarana colectiva es el canto, lo que confirma improvisando el pasodoble «la española cuando besa/es que besa de verdad…».
Su compañera de cuarto, Estela Cayoso de 92 años, confirmó que «el grupo es buenísimo, menos un loco que mucho no lo aguantamos», y que «acá nos tratan muy bien».
La mujer denunció que «el dueño nos abandonó a todos, a nosotros y al personal» y le pidió que «levante las clausuras» para que pueda seguir funcionando.
En las paredes de la planta baja de la casona de dos pisos, hay tres fajas de clausura: una adherida al vidrio de la puerta de entrada, una en el hall de ingreso -que estaba oculta tras un cuadro- y otra en la entrada de la cocina.
La más antigua data de septiembre de 2014 y fue labrada por la Dirección General de Control de la Agencia de Protección Ambiental que depende del ministerio de Ambiente y Espacio Público.
En febrero último, el inmueble fue clausurado por la Dirección General de Protección al Trabajo y ese mismo mes la Dirección General de Higiene y Seguridad Alimentaria pegó una faja similar en la cocina.
A simple vista, el antiguo edificio evidencia un importante deterioro y falta de higiene, con cables a la vista, paredes corroídas por la humedad y cucarachas paseándose por la cocina.
«Yo sufro mucho esto, sufro de baja presión y me siento más mal todavía», confesó Estela.
La encargada Franca Miranda explicó que los tiempos se aceleraron ayer «cuando llamaron de Profe. Dijeron que iban a hacer un traslado de paciente».
«Se les comunicó a los familiares de los pacientes, pero ellos tampoco querían el traslado, y cuando se los empezó a preparar se pusieron mal, porque no se quieren ir», relató con lágrimas en los ojos.
La cocinera contó además que «no sabemos que va pasar después del traslado» con los 7 trabajadores, que siguen concurriendo a su lugar de trabajo a pesar de no cobrar el sueldo.
Cristina Fernández, empleada del lugar desde que abrió sus puertas en 2011, aseguró que tuvo que sacar plata de su bolsillo «dos veces para comprar los pañales» porque el dueño no les hacía llegar las bolsas necesarias.

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