sábado, noviembre 23

«LAS CICATRICES DEL ALMA NO SE VEN PERO DUELEN»

por María Alicia Alvado

El exjefe de bomberos que salvó milagrosamente su vida tras quedar debajo de los escombros en la tragedia de Barracas, Luis Díaz Gauna, aseguró que «las cicatrices que más duelen son las del alma» por las vidas perdidas, pero también por la falta de justicia evidenciada en que «a 8 años no hay ni acusados» por el hecho, lo que pega como «un mazazo».

«Uno se va a bañar y se ve las cicatrices en el cuerpo, pero cuando te vas a dormir volvés sobre las cicatrices del alma, las que quedaron por los chicos que ya no están, por el dolor de los familiares, por la negligencia, impericia e inobservancia de la Justicia. Esas son las que no se ven y las que más duelen», dijo este comisario retirado de 60 años.

«Los 5 de febrero son como un mazazo en la cabeza, sobre todo por la gran injusticia. Se cumplen ocho años (del incendio) y no hay nada, nadie está acusado», agregó.

La explicación, con tono de obviedad, es que «hay muchos intereses creados» porque «ahí se lavó de todo», en referencia a la documentación que guardaban allí muchas empresas que estaban siendo investigadas por delitos económicos, y reconoce que tiene que haber habido una cadena de complicidades para perpetrarlo primero y ocultarlo después.

«Nosotros salimos ese día a laburar como cualquiera sin saber que íbamos a una trampa mortal. Y no entiendo cómo a esta altura no hay alguien que se arrepienta, que no pueda vivir más con lo que sabe y diga las cosas como fueron. No tienen corazón. Y encima tenés que escuchar a los abogados de Iron Mountain decir que los bomberos murieron por negligentes», sostuvo.

A Díaz Gauna nunca lo amenazaron, pero no duda en describir como «un acto mafioso», con claro objetivo amedrentador, la vandalización del santuario acontecido a días de un nuevo aniversario de la tragedia

¿Cómo es que lo convocan a Iron Mountain?

Luis Díaz Gauna: Porque habían salido bien varios incendios en los que intervinimos con quien era mi hermano de la vida y falleció ahí, el jefe de zona I, comisario inspector ascendido post mortem a comisario general Leonardo Day, y a mí. Y como era un incendio de envergadura, me mandaron a mí también, aunque no era mi jurisdicción.

¿Tuvo oportunidad de estar adentro del depósito? ¿Qué vio?

Sí, porque decían que había personal de vigilancia adentro. Yo me metí buscando un bulto en el piso, porque parado no podía estar nadie ahí. Era una bola de fuego infernal. No vi nada, no aguantaba mucho la temperatura. De hecho el casco que usé ese día me quedó medio chamuscado y el equipo, descolorido.

La pared había dado algún indicio de que se iba a caer?

Nada hacía prever que se iba a caer. La estábamos mirando con Leo continuamente y en ningún momento se fisuró, crepitó, silbó, o se desgranó, que es lo que suele ocurrir en estos casos.
Las pericias mostraron que fue totalmente sorpresivo porque cuando las columnas metálicas que soportaban el techo se doblan, le pegan a la pared -que era una cáscara- y la empujan hacia afuera.
En el 99,9% de los casos las paredes se caen hacia adentro, porque al desplomarse primero el techo, siempre arrastra las paredes. Por eso siempre fueron nuestro escudo protector, pero en este caso fue diferente.

¿Qué estaban haciendo al momento de desplomarse la pared?

Estábamos cortando unos candados bastante gruesos para abrir el portón metálico que tenía adentro la puerta chica por donde estábamos entrando y saliendo. Pero de repente sentí que me apagaron todas las luces. No escuché ni vi más nada, solo sé que me invadió una sensación de paz espectacular que nunca volví a sentir. Según el pesaje de la pericia, el metro cuadrado de escombros pesa 620 kilos y yo debo haber tenido algunos encima….

 ¿Y cómo es que se salvó?

Según los médicos, yo estuve entre uno y dos minutos muerto, porque estaba debajo de los escombros a 200 grados y si yo llego a respirar aire a esa temperatura, me quemo las vías respiratorias y en menos de 72 horas estoy muerto. Cuando volví, quise respirar, sentía que me estaba quemando y empecé a tirar piñas para todos lados hasta que mi brazo salió y pude empezar a sacar los escombros que tenía encima y me estaban quemando. De hecho tengo la espalda, glúteos y piernas quemadas. Pero la pierna derecha no la podía sacar y pedía a los gritos que me sacaran o me la cortaran porque no aguantaba más. No sé cómo me sacaron. Estuve internado dos meses y medio en el Hospital Churruca, y después estuve recuperándome en mi casa hasta diciembre.

 ¿Cuáles fueron las lesiones más serias?

La más grave es la que menos trabajo me dio, porque me estalló la séptima cervical y un pedacito de hueso de la vértebra quedó en el canal medular. Si iba más allá, quedaba cuadripléjico. Pero después, por la fractura de tibia, me hicieron siete operaciones en la rodilla derecha, y voy para una más. La flexibilidad del cuello la recuperé y por ahora no uso bastones, pero hay días que la pierna me duele muchísimo.

¿Su estado físico fue la clave?

Sí, los médicos que dijeron que cualquier otra persona estaría muerta. Yo zafé porque toda mi vida hice deportes, fui al gimnasio y practico artes marciales. Además, siendo el jefe me ponía el aparato respiratorio estructural y salía a correr (como entrenamiento), y a los que venían atrás no les quedaba otra que hacer lo mismo, aunque yo no obligaba a nadie.

 ¿Cuándo pudo tomar conciencia de la magnitud de la tragedia?

Yo me entero que los chicos están muertos a la noche de ese día y recuerdo que pedía estar en el velatorio, que me llevaran aunque fuera en una camilla porque yo todavía no sabía lo que tenía. Se los extraña mucho, era toda mi gente y desde entonces con mi terapeuta tratamos la culpa del sobreviviente porque me hubiera encantado irme con ellos y estar apagando con ellos desde el cielo la llama del infierno. Pero me tocó quedarme acá. Yo les digo a mis hijos que me quedé un ratito más para estar con ellos.

¿Fue intencional?

Obvio que fue intencional, de acá a Luján. Las pericias demostraron que hubo cuatro focos diferentes cuando en un incendio accidental tenés uno solo. Además, es imposible que hubiera la cantidad de fuego que había a tan poco tiempo de declarado el incendio, a no ser que hubiera habido algún acelerante. Cuando llegamos tendría que haber estado en su estado primigenio y no en el estado avanzado que estaba. Eso era una nube de fuego. La bomba de incendio (que alimentaba los aspersores) la habían mandado a arreglar, justo en ese momento. A la gente que trabajaba ahí le dijeron que saquen sus cosas de valor porque iban a fumigar, algo insólito. Antes de éste hubo seis incendios de depósitos de Iron Mountain en diferentes países y después del de Barracas no hubo ninguno más.

¿Conserva algo de aquel día?

Tengo el sacón de incendio y el casco colgando en una pared de casa, porque me salvaron de morir quemado, lo que me libró de tener más daño y es el emblema del bombero, de esa vocación que hizo que ese día 10 personas trataran de sofocar un incendio y se convirtieran en mártires.

Fuente/Foto: Télam

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