Por Claudia Zelzman*
«¿Estás segura de lo que estás eligiendo?», «¿una carrera que incluye Matemática y Computación es para una chica?». La pregunta la escuchó Valentina varias veces antes de decidirse.
A sus propias dudas ante la elección de una carrera vinculada a la ciencia y tecnología, -además nueva, como Ciencias de Datos-, se sumaban comentarios prejuiciosos sobre la actividad científica, en los que la matemática y computación parecían situarse en un extremo bastante distante a las afinidades (y también posibilidades) de su género.
Estas apreciaciones, que pueden circular de manera más o menos explícita, remiten a estereotipos y representaciones que pesan todavía hoy sobre ciertas profesiones y quienes pueden ejercerlas.
En particular, en investigaciones sobre percepción pública de la ciencia se sostiene que una primera imagen que nos surge cuando pensamos en alguien que se dedica a la actividad científica es la de un varón, con lentes y guardapolvo blanco, en un clásico laboratorio de mesada y tubos de ensayo. Al menos alguno de estos elementos, nos aparece como una primera idea. Pero ¿cómo se construyen y cómo operan este tipo de representaciones al momento de elegir una carrera científica?
Hay varias razones relacionadas con esta primera representación. Una de ellas es la invisibilización femenina en la historia de las ciencias, y la relativización de su rol en procesos innovadores y de generación de nuevos conocimientos.
Pero hay más…
Por lo general, la representación de una actividad profesional (distorsionada o no) se construye en función de varios factores: pautas culturales, lo que muestran (u omiten) los medios, también por las valoraciones que tienen sobre ella las personas significativas en nuestras vidas.
A su vez, en lo que respecta al género, hay creencias y expectativas que tenemos naturalizadas desde la niñez, culturalmente adquiridas en los procesos de socialización que se inician en la familia, se prolongan en la escolaridad, y contribuyen a moldear las preferencias de mujeres y varones en la elección de carreras y profesiones.
Estas miradas sesgadas por género, también pesan sobre el rendimiento escolar, llevando a procesos incluso autocondicionantes en la percepción de capacidades y habilidades entre varones y mujeres (por ej.: niñas «no aptas para las matemáticas»), que también terminan naturalizando el avance masculino en estas disciplinas.
A medida que crecemos, estas representaciones van orientando intereses y moldeando vocaciones, y terminan operando fuertemente al momento de definir un estudio o elegir una profesión, en algunos casos condicionándola, e incluso cercenándola.
El siguiente ejemplo ilustra la situación en relación a género y elección de una carrera de ciencias: a pesar del crecimiento notable de la participación de mujeres en la universidad en la llamada feminización de la matriculación universitaria (entre 6 y 7 de cada 10 ingresantes a la Universidad son mujeres) aún se continúan reproduciendo patrones de elección de carreras históricamente «feminizadas» o «tradicionalmente masculinizadas».
Las carreras vinculadas a la salud, las ciencias sociales y la educación aparecen como una prolongación de los roles de cuidado, maternales y domésticos, lo que no ha variado demasiado con las épocas. Del mismo modo, buena parte de las orientaciones científicas y tecnológicas se continúan asociando a actividades masculinas, y es entonces que las proporciones se invierten: 7 de cada 10 jóvenes que ingresan a carreras de Computación, Ciencias de Datos, Matemática ó Física en Exactas de la UBA son varones.
Esto es, la presencia de mujeres en carreras de Ciencia y Tecnología no creció al calor de la feminización de la matrícula universitaria, como si el estereotipo de género que pesara sobre ellas constituyera aún hoy, un núcleo bastante resistente a ser deconstruido.
*Lic. en Psicopedagogía, directora de Orientación Vocacional (DOV) de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires.