por Leticia Pogoriles
A partir del flamante estreno en las salas argentinas de «El rey del Once», una historia intimista que se mueve en el difuso borde entre la realidad y la ficción, su creador y director, el argentino Daniel Burman complementa este suceso cinematográfico con el lanzamiento de un libro donde comenta -con guión en mano- los momentos más significativos del filme y recrea con palabras parte del proceso que luego se materializó en acción y que, además, le devolvió su «vínculo con el cine».
Publicado por Ediciones 36, el sello creado por el propio Burman y Margarita Tambornino, «El rey del Once. Al borde la ficción» ofrece el testimonio de la experiencia de la escritura y el rodaje de una película.
A partir del guión original, Burman comenta las escenas -como los extras escondidos en un bonus track-, comparte impresiones, reflexiones y anécdotas para espiar a través de una pequeña ventana esos entretelones que nunca se llegan a vislumbrar del todo.
Ágil y sensible, en esta cinta, Burman retoma el espíritu de «El abrazo partido»(2004) y presenta una comedia dramática con el universo de la colectividad judía del barrio Once porteño como telón de fondo. Allí, Ariel es un joven economista argentino que regresa de Nueva York al barrio de la niñez, convocado por su padre, Usher, un omnipresente y, al principio invisible, monarca cuya misión es estar al frente de una fundación de beneficencia judía.
Este es el inicio y nudo central de esta comedia de errores, encuentros, desencuentros y reflexión sobre un pasado que quedó atrás y que vuelve a reconfigurarse en una nueva exploración de las relaciones filiales, la identidad y la naturaleza de los vínculos. «Yo viví en el barrio del Once y volví al barrio de mi infancia y a la manera de filmar que tenía antes», dijo hace pocos días Burman en Festival de cine Berlinale, en Alemania, donde la película fue presentada con éxito en la sección Panorama Special, fuera de la competencia.
«El humor es una lateralidad, una perspectiva diferente, un pequeño corrimiento necesario para poder vivir, es impensable la vida sin humor en lo cotidiano», agregó Burman y enfatizó a la prensa: «Me pareció además interesante utilizar una serie de parábolas o relatos que están en el Antiguo Testamento, porque son tremendamente actuales. No existían los medios y todos esos relatos ordenaban la esperanza de que todos tenemos un camino para recorrer y transformarnos en otra cosa».
En este contexto y con la película -la única argentina- ubicada entre las diez más vistas en el país, sale este libro con el guión comentado, de hechura e impecable edición e ilustrado con fotografías del rodaje, donde aparece Burman con los actores protagonistas Alan Sabbagh, Julieta Zylberberg, Usher, Elvira Onetto y Adrián Stoppelman.
Con un estilo narrativo sencillo y conmovedor, en este volumen se explora la cocina de la acción cinematográfica. A medida que se suceden los cortes de diálogos, en la página derecha, Burman analiza detalles, cuenta por qué algo prometedor no funcionó en la dramaturgia, se comprende la reescritura y de qué modo se entramaron realidad e imaginación en los elementos narrativos y estéticos.
El origen de la película es lo primero que relata Burman. Se trata de su primer contacto con Usher, que no es actor sino que preside en la vida real una fundación de caridad para judíos, tal cual sucede en el «El rey del Once».
Fue esa experiencia, la de conocer a Usher, lo que volcó al director, de 42 años, a trabar nuevamente un vínculo con el cine. «Emprendí un recorrido extraordinario en el que viví y conocí muchas de las situaciones y personajes que alimentaron la escritura de ‘El rey del Once’. Nunca había conocido a alguien como Usher, cuya existencia misma justificaba hacer una película», escribe.
Con una estética fílmica despojada, el director cuenta, por ejemplo, que «lograr un momento sin artificio es una rareza, un ejercicio de auto-control para los diversos narcisimos que alimentan una filmación. La tentación de vestir el momento es permanente».
En «El rey del Once», Burman vuelve sobre sus pasos de la niñez con un registro documental y guiños a su película consagratoria y confiesa: «me di el gusto de que el personaje recorriera el circuito que yo solía hacer en mi infancia. La zapatería que aparece es La Babel, la misma que está en ‘El abrazo partido’. La escuela fue mi escuela, y la galería es la que yo solía atravesar para ir al club del barrio».
«Finalmente las ficciones son vanos intentos de volver a la propia infancia, de simular que ese punto de partida aún existe en una calle, en un negocio o simplemente en un sentimiento», reflexiona el director que acaba de comprar los derechos de la novela autobiográfica de la catalana Milena Busquets «También esto pasará» que, según adelantó, será una película para explorar «una historia de amor no correspondido entre una hija y su madre».
Los finales o el final de cada película parece un momento clave en el proceso cinematográfico. Según cuenta en el libro, Burman tenía «algunas dudas» y por eso filmó dos desenlaces. «Algunos días me decidía por un final, otros por otro. Tenía muchas contradicciones entre el hacedor de la película y el espectador que también opina, y que quiere ver un final que lo satisfaga. Al fin ganó el espectador, y me alegra que así haya sido».
Y concede: «Me gusta ser un espectador que filma películas que quisiera ver, películas que generen una sensación de bienestar que a veces la vida cotidiana nos niega. Producir emociones que uno no puede nombrar ni explicar es un buen motivo para hacer películas».
Con un trabajo minucioso y vertiginoso que se manifiesta tanto en la película como en este detrás de escena en papel, el interesante proceso creativo de «El rey del Once», que está experimentando las mieles europeas y el éxito argentino, le devolvió a Burman, según sus propias palabras, «una sensación de plenitud que no recuerdo haber tenido antes».