por Marcelo Cena
«En la comarca andina y en buena parte de Río Negro los policías son de (Joe) Lewis, las estaciones de servicio son de Lewis, la Justicia y los kioscos son de Lewis, la política y el Gobierno son de Lewis, todo, y el silencio también», resumió el diputado del Parlasur Gastón Harispe para poner en palabras lo que significa el nombre del magnate inglés en ese paisaje irrepetible de la Argentina.
Con esa frase, el legislador del Frente de Todos buscó reflejar lo que experimentó al transitar por caminos de montaña y senderos casi olvidados para tratar de acercarse al Lago Escondido a pesar del bloqueo violento de un grupo de hombres comandados por Pablo Puchi, propietario de unos terrenos linderos a la ruta nacional 40 y, en los hechos, lugarteniente pretoriano de Lewis.
Harispe fue uno de los manifestantes de la Séptima Marcha por la Soberanía que sufrió más golpes por parte de los hombres de Puchi, algunos montados y otros de a pie; incluso perdió el conocimiento al recibir un impacto en la sien, y al despertarse seguía más que aturdido mientras descubría que «estaba rodeado de caballos», según reconstruyó al dialogar esta agencia.
El parlamentario aseguró que durante la semana que pasó entre El Bolsón, la intersección de la ruta 40 con el camino de Tacuifí, el paraje de El Foyel y las huellas semiescondidas percibió que algunos pobladores no hacen ningún esfuerzo por disimular el miedo que les genera Lewis y todo el polo de poder que el empresario fue construyendo en esa parte de la Patagonia.
Pero el miedo, según Harispe, se cuela también por la propia sede de los Tribunales de Bariloche, entre funcionarios calificados del Poder Judicial que, se supone, deben hacer cumplir las leyes y proteger los derechos constitucionales.
«Es un lugar que gobierna Lewis. Hasta los jueces en Bariloche le tienen mucho miedo. Lo comprobé hablando con uno de ellos, Y entre los pobladores pude vivenciar la bronca y el terror que le tienen, ambas cosas al mismo tiempo, porque desde hace años funciona un aparato económico, mediático, judicial e institucional», describió Harispe sobre lo que definió como una suerte de «Estado paralelo».
Pero también están, acotó, los que «viven en la impunidad de saberse protegidos por Lewis, como el tal Puchi».
Para los participantes de la Marcha, esa combinación de sensaciones contradictorias se multiplicaba al caminar campo adentro, a lo largo de varios kilómetros y en paralelo al camino de Tacuifí, la vía de acceso que en mapuche significa «hola, tanto tiempo».
Desde hace más de 15 años, ese camino se convirtió en el centro de la disputa judicial por el derecho a conocer Lago Escondido, el cada vez más famoso espejo de agua de 7 kilómetros cuadrados que se extiende entre el Foyel y el límite con Chile.
En las inmediaciones de esa belleza patagónica difícil de equiparar, con montañas, lagos, colores y arroyos, bosques, cielos y paz, Lewis construyó una mansión que es destino secreto para el turismo VIP y cuyas enormes extensiones de tierra fueron adquiridas -por ser zona de frontera- en sospechosas negociaciones durante los años ’90.
Esa postal, entre bucólica y paradisíaca, contrasta con el portón de hierro de enormes dimensiones que se emplazó en el Camino de Tacuifí para impedir su tránsito hasta el Lago y que advierte sin diplomacias ni eufemismos que ese acceso está vedado porque, como indica el cartel, está «prohibido pasar, propiedad privada».
Ese portón se convierte todos los veranos en una trinchera que debe ser defendida a cualquier costo por los peones, chacareros y baqueanos que viven en la región y que si es necesario recurren a la violencia por orden del estanciero Puchi.
Esta semana, tras una indicación de este último, los jinetes de boina lanzaron piedras y rebencazos, pegaron patadas y usaron palos, y también soltaron las riendas para tirarles encima los caballos a un grupo de ocho manifestantes que había logrado ingresar al Tacuifí haciendo un rodeo por una huella medio perdida, casi escondida a 500 metros.
En los medios no tardaron en viralizarse las imágenes de gauchos con celular y portando gas pimienta que hacían zapatear a la caballada para generar una cortina de tierra mientras castigaban cobardemente a ocho manifestantes desarmados que intentaban defenderse con la bandera argentina: los golpeados, contarían luego del shock, se sentían extranjeros en el propio suelo.
Entre los manifestantes golpeados se vio el rostro ensangrentado de una mujer joven, Celeste Fierro, dirigente del Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST).
«La agresión que sufrí, tan brutal y planificada, muestra el accionar criminal no de gauchos sino de matones a sueldo de Lewis, de un Estado paralelo que actúa en connivencia con las fuerzas policiales que los dejan hacer», apuntó.
La referente del MST coincidió con los otros agredidos en que el episodio de violencia no frenará la movilización de todos los años en reclamo de la soberanía y el libre paso al Lago. «A Lewis no le tenemos miedo. Denunciamos en todo el país su ataque. Yo estoy preparada para seguir en esta pelea hasta el final, para volver cuantas veces haga falta», acotó.
Fierro, junto a Harispe y otros participantes de la Marcha como Gabriel Berrozpe y Joel Sverdlik, también duramente golpeados, hicieron un rodeo que les permitió ingresar al tramo bloqueado de Tacuifí y eso -comentó- es lo que «los enojó salvajemente».
«Que sepan que vamos a volver a ingresar porque Lago Escondido es de todas y todos; no es privado y menos de un magnate inglés», prometió y a modo de balance final agregó: «Nuestra presencia permitió volver a visibilizar que hay un enclave británico amparo por el poder político, judicial y por corporaciones mediáticas. Vamos a seguir la pelea por lograr la apertura del camino al Lago y para que se vaya Lewis de la Patagonia».
Este año, la expedición por la soberanía a esa región de la Patagonia reunió a cerca de mil militantes sociales, gremiales y políticos provenientes de once provincias. En las redes, sin embargo, los llamaban «porteños», «choriplaneros», «planeros». Otra de las frases con las que se buscó direccionar el odio fue «no laburan».
Los organizadores, de todas formas, ya anticiparon que en el verano de 2024 habrá una nueva edición de la marcha: el horizonte al que aspiran es que la democracia argentina asuma la cuestión de la soberanía y que los poderes públicos pongan finalmente pongan un freno a los Lewis en Río Negro, los Benetton en Santa Cruz o los Douglas Tompkins en Corrientes.
Marcelo Cena fue corresponsal, enviado por la agencia Télam, para cubrir la 7ª marcha por la recuperación de la soberanía en el Lago Escondido