UN OLVIDADO POETA GAUCHESCO
por Juan Carlos Jara
Durante muchos años -estaríamos tentados de decir hasta hoy- se ha exaltado como figuras máximas de la poesía gauchesca en los tiempos de Rosas a Hilario Ascasubi y, en segundo término, a Juan Gualberto Godoy, presumible el Juan Sin Ropa de la historia tradicional de Santos Vega. Se deja de lado, de ese modo, a quien fue su principal adversario poético, el rosista «apostólico» Luis Pérez, principal destinatario de las pullas gauchipolíticas de aquéllos.
La primera publicación de Pérez se llamó «El Gaucho» (julio 1830) y la siguió menos de un mes más tarde «El Torito de los Muchachos». Cuando ésta cesó fue sustituida por «El Toro de Once», que tiró 17 números entre noviembre de 1830 y el 6 de enero del año siguiente.
Luego vendrían otros títulos periódicos, hasta completar una docena, sin contar las innumerables cartas y hojas sueltas publicadas en los escasos cuatro años en que dio cima a su producción, antes de perderse en las sombras de la historia.
El tono polémico de las «gacetas» en verso de Pérez, generalmente embistiendo contra «los de cuellito parao», es decir los unitarios, pero también contra algunos federales tibios, le valió sufrir juicios de imprenta, cárcel y persecuciones.
Póstumamente, otra injusticia se cometió con él: el ninguneo respecto a su capacidad como poeta gauchesco.
Ese desdén se basó generalmente en motivos no estrictamente poéticos, como puede verse en las críticas de Ricardo Rojas, quien descalifica por «salvajes» a los periódicos de Pérez, y en el severo juicio de Ricardo Rodríguez Molas, según el cual nuestro autor «simplemente trataba de entretener los bajos instintos del pueblo -como siempre lo han hecho demagogos y dictadores- para lograr su propio interés».
Si tenemos en cuenta que el trabajo del profesor Rodríguez Molas fue publicado originariamente en 1956, la intención extraliteraria de sus palabras se interpreta con mayor claridad.
Lo cierto es que en sus publicaciones Pérez supo satirizar a propios y extraños, adversarios declarados o subrepticios, dando vida a una galería innumerable de tipos humanos y personajes claramente reconocibles para los lectores avisados de su época.
Con gracia y a menudo con malicia de neto cuño popular, zahirió a todos ellos, dejando siempre en claro su devota admiración por «El Rubio», «El Viejo» o «El Pelado», apelativos con que se conocía popularmente a Rosas.
En muchos de sus versos la crítica política se hace social, como cuando arremete contra los unitarios: «Ellos dicen sabalaje a los que no usan relós.
Deje no más que se ofrezca, verá si piden por Dios».
«¿Quién les ha dicho a estos payos que por tener cuatro reales ande mirar con desprecio a los pobres federales?» En cuanto a la eficacia política de los versos de Pérez, dan buena cuenta estos conceptos de Manuel José García, quien lo calificó de «orador de taberna, hombre perverso, malvado, nacido para la ruina y perdición del país».
Si tomamos en consideración que García fue uno de los más funestos personajes de la política argentina del siglo XIX, la diatriba se convierte automáticamente en elogio.
Por lo demás, no debe descartarse que su intervención haya terminado con la carrera periodística de Pérez. En 1834 éste fundaría su último periódico, «El Gaucho Restaurador», al que García -a la sazón ministro del gobernador Viamonte- califica de «sedicioso», al tiempo que propicia la sanción de una norma legal que impida la utilización de la sátira en los escritos periodísticos.
A partir de ese incidente con García, de resultas del cual, Pérez termina una vez más entre rejas, los rastros de su biografía se desvanecen. Se cree, sin demasiadas pruebas testimoniales, que se dedicó al comercio y dirigió un vago «escritorio mercantil» allá por 1844. Después se lo traga el silencio. Ningún investigador ha podido hasta ahora documentar la fecha de su nacimiento ni de su muerte.