por Julio Mosle
Un grupo de mujeres argentinas, enfermeras, instrumentadoras, diplomáticas y técnicas, tanto civiles como militares, entraron en la historia nacional por su participación en la guerra de Malvinas, a pesar de que el machismo vigente en las estructuras jerárquicas y en sus superiores de aquel entonces conspiró para relegarlas al olvido.
Después de la recuperación de las islas Malvinas durante la operación Rosario en la madrugada del 2 de abril de 1982, el Ejército Argentino montó un hospital de campaña en Puerto Argentino cuyos quirófanos no disponían de instrumentadoras, tarea exclusiva de mujeres hasta 1985 cuando se aceptaron los primeros estudiantes varones de esa especialidad en Argentina.
Ninguna autoridad pareció haber reparado en ese faltante hasta el comienzo de las hostilidades con los bombardeos del 1 de mayo de 1982 cuando la falta de instrumentadoras dificultó la atención de los heridos que necesitaban cirugía.
En mayo de 1982 Silvia Barrera era una instrumentadora de 23 años que llevaba dos trabajando en el Hospital Militar Central, estaba de novia con un médico de ese centro de salud, y fue una de las 32 civiles que cumplían esa tarea en esos quirófanos y que fueron convocadas a una reunión por sus superiores.
Barrera contó que «cuando empezó la exposición estábamos 32 chicas en el salón, y en la medida en la que nos iban poniendo al tanto de cómo estaba la situación y cuáles eran los riesgos primero se empezaron a retirar las que tenían hijos, después las casadas o las que tenían a los padres a su cargo, y al final quedamos sólo cinco voluntarias; como éramos menos que las necesarias de hizo una convocatoria similar a las chicas del Hospital de Campo de Mayo y de allá se sumó una más».
«Cuando le avisé a mi novio que me iba a Malvinas me dijo que no podía ser posible que siendo yo instrumentadora, civil y mujer sea desplegada y que a él que era médico, militar y hombre no lo llamen; que yo de ninguna manera podía aceptar. En ese mismo momento y antes de armar el bolso corté la relación», recordó con risas.
Las jóvenes instrumentadoras civiles destinadas por el Ejército al hospital de Puerto Argentino despegaron de Buenos Aires rumbo a Río Gallegos con uniformes de verano y borceguíes de hombre varios talles más grandes, sin comer y sin documentación que acreditase para que viajaban; gracias a un médico militar que encontraron de casualidad pudieron comer unos sánguches en el cordón de la vereda y comunicarse para que las trasladen hasta el helicóptero que las llevó hasta el rompehielos Almirante Irízar, que prestaba servicio de hospital flotante junto al transporte polar Bahía Paraíso.
La instrumentadora señaló que «el primer encuentro con la tripulación del Irízar fue muy tenso, a ellos no le habían dicho que las instrumentadoras eran mujeres y los marineros son muy supersticiosos sobre la presencia femenina en los buques, hacía muy poquito los ingleses habían hundido el crucero General Belgrano y el jefe de cubierta del rompehielos, que era un machista recalcitrante, arrancó a los gritos de que nos iban a hundir porque estábamos nosotras a bordo».
Las seis instrumentadoras trabajaron durante toda la noche de ese 8 de junio en el armado de los quirófanos del rompehielos, tarea que no tenían asignada y les habían pedido como favor porque el plan era que ellas desembarcasen al día siguiente en Puerto Argentino, mientras estaban ahí el buque recibió una inspección de Cruz Roja y Naciones Unidas que registró formalmente su presencia allí, documento que luego les permitió certificar su condición de veteranas.
Barrera indicó que «al atardecer del 9 de junio el rompehielos llegó a Puerto Argentino pero no pudo amarrar porque los ingleses bombardeaban desde que se ponía el sol hasta el amanecer, a la mañana siguiente nosotras estábamos listas para desembarcar pero no podíamos hacerlo sin tener grado militar y como correspondía que nos den el de tenientes los médicos varones que estaban en tierra se opusieron porque íbamos a tener el mismo que ellos; se extendió el ida y vuelta mientras que había pacientes esperando en el hospital y continuaban las hostilidades y finalmente el comandante del Irízar cerró el debate anunciando que nos quedábamos embarcadas para apoyar los quirófanos del buque».
A bordo del rompehielos las instrumentadoras hicieron mucho más que asistir en las cirugías, aprendieron sobre tipos de heridas que solo se ven durante las guerras, cuando fue necesario fueron de camilleras, enfermeras, madres o hermanas; también ayudaron a sus pacientes a escribirle cartas a sus familias y anotaban números de teléfono para llevar alivio a alguna familia cuando pudiesen.
En ese sentido la instrumentadora reflexionó: «todas ocupamos un rol al que no estábamos habituadas, en la vida cotidiana al paciente lo vemos casi siempre inconsciente, pero en el rompehielos nos tocó escuchar sus llantos de dolor, sus quejidos, recibirlos conscientes pero con las heridas abiertas por el movimiento de los helicópteros que los traían, hacerles la cama y las curaciones postoperatorias. Hacia el final los traían directo del campo de batalla y teníamos que cortarles la ropa y bañarlos sin anestesia para encontrar las heridas debajo del barro».
«En general los buques hospitales navegan acompañados de un buque de combate, pero como a la Argentina no le sobraban buques el Irízar y el Bahía Paraíso iban solitos, nos empezamos a dar cuenta de cómo estaba la cosa cuando nos cruzábamos cada vez más seguido con la flota británica», agregó.
Durante el 13 de junio las fuerzas británicas intentaron un desembarco en botes semirrígidos, utilizando la silueta del rompehielos para ocultarse de los vigías en la costa, lo que desembocó en un tiroteo entre las tropas inglesas y la tripulación del buque, que nunca les contó del episodio a las instrumentadoras hasta que años después ellas se enteraron por un documental.
Barrera enfatizó que «las diferencias que podían tener con nosotras porque éramos mujeres, civiles y militares pasaron a segundo plano cuando hubo que empezar a atender heridos y se formó un gran equipo de trabajo».
Y añadió: «El 13 de junio por la noche el comandante del rompehielos anunció por los altoparlantes que al día siguiente se iba a firmar un alto al fuego pero nadie esperaba que fuese el final del conflicto. El 14, cuando nos enteramos de la rendición, fue un shock porque habíamos salido de Buenos Aires con la idea de que estábamos ganando».
El final del conflicto terminó con la atronadora sinfonía de bombas y artillería a la que se habían acostumbrado las instrumentadoras, que desde la cubierta del rompehielos podían observar con claridad cómo bajaban de los montes los soldados argentinos para ser desarmados y tomados prisioneros.
Desde el Irízar, ese grupo de jóvenes mujeres compartió la impotencia de toda la tripulación mientras veían a las fuerzas inglesas arriar la bandera argentina para enarbolar la británica, y también cómo algunos soldados argentinos eran dejados a la intemperie en ropa interior.
La instrumentadora apuntó que «hasta el 18 de junio estuvimos frente a Puerto Argentino recibiendo heridos, el apuro era rescatar a la mayor cantidad de soldados para evitar que caigan prisioneros y sacar de las islas a todo el personal civil que estaban en las islas sin grado militar y era considerado apoyo de combate como los trabajadores del Correo Argentino, los capellanes, los de Vialidad Nacional o los periodistas de Télam, ATC y revista Gente. Ese día subieron los británicos a inspeccionarnos y se llevaron los rollos de la cámara de fotos que me había regalado papá».
Numerosas ambulancias esperaron al rompehielos en el puerto de Comodoro Rivadavia desde donde trasladaron hacia distintos centros de salud a los 350 heridos y los 40 civiles evacuados que fueron asistidos por las instrumentadoras.
Silvia rememoró: «En Comodoro Rivadavia nos subieron a un avión al que le habían sacado los asientos para cargar más gente, en el viaje nadie nos llevó el apunte y aterrizamos en Buenos Aires el domingo 20 de junio, que se celebraba el Día del Padre y el Día de la Bandera. El lunes nos reincorporamos al hospital y parecía que a nadie le importaba Malvinas, todos hablaban de que habíamos perdido en el Mundial de España y de la visita de Juan Pablo II».
«Era como que cargáramos con la derrota», reflexionó.
«Después de la guerra nos hicieron notas en los medios y eso nos dio una visibilidad que ayudó a mostrar que las mujeres estuvimos en Malvinas pero también generó enconos por parte de militares que sentían que de alguna manera les robábamos protagonismo o no aceptaban que tuviésemos más condecoraciones que algunos de ellos; lo más valioso para nosotros siempre fue la aceptación de los centros de veteranos que nos integraron y también fue muy importante que en 2012 el Estado Nacional nos reconozca como veteranas a nosotras y también a las mujeres que prestaron servicio en la marina mercante y en el cuerpo diplomático», subrayó.
«Tres años después de la guerra conocí al que terminó siendo mi marido y hoy soy mamá de Gonzalo de 35, Emiliano de 33, Paloma de 26 y Miranda que tiene 20 y hoy es soldado voluntaria en el mismo hospital en el que trabajo hace 42 años, también tengo un nieto de 7; con el tiempo me fui del quirófano, estudié distintas carreras y hoy como jefa de ceremonial del hospital organizo jornadas y actividades. Las mujeres se fueron capacitando dentro de las fuerzas armadas y hoy hay muchas con grados altos que ocupan roles importantes, nuestra historia es parte de ese camino», finalizó.
Barrera junto sus compañeras Susana Maza, María Marta Leme, Norma Etel Navarro, María Cecilia Ricchieri y María Angélica Sendes fueron las primeras mujeres en ser reconocidas como veteranas de Malvinas por el Estado argentino en 1983, más tarde alcanzaron ese reconocimiento de parte del Poder Ejecutivo Mariana Florinda Soneira, Marta Beatriz Giménez, Graciela Liliana Gerónimo, Doris Reneé West, Olga Graciela Cáceres, Marcia Noemí Marchesotti, María Liliana Colino, Maureen Dolan, Silvia Storey y Cristina María Cormack.
En mayo de 2021 la enfermera de la Fuerza Aérea Argentina Alicia Reynoso que había prestado servicio durante la guerra en el hospital reubicable de Comodoro Rivadavia logró su reconocimiento como veterana por la vía judicial, reclamo que hoy también tramitan sus compañeras.
Foto/Fuente: Télam