por Milena Heinrich
El historiador Pablo Camogli se embarca en la Asamblea del Año XIII, aquel hecho revolucionario que buscó declarar la independencia y sancionar una constitución, pero que fue poco estudiado por la agenda historiográfica porque, explica su autor, «nos obliga a repensar muchas cosas que han sido contadas de otra manera».
«Constitución e independencia fueron objetivos para los que fue convocada la Asamblea y ninguno de los dos se cumplió», adelanta Camogli , aunque rápido advierte que eso no quita su importancia: «Los logros tienen más que ver con cuestiones secundarias».
La impronta de la Asamblea, recuperada por este libro es significativa -por primera vez este año se declaró feriado el 31 de enero, primera sesión del emergente poder- porque «es un programa de gobierno al que siempre volvemos. El día que nos organicemos como país nuestro horizonte va a ser muy parecido al que pensaron esos hombres, aggionardo a los tiempos actuales».
Para el periodista e historiador misionero, ese plan ideado por el naciente congreso era completamente «revolucionario» puesto que incluía a los sectores marginados, de ahí que su sigilo en la agenda historiográfica -como «efemérides», acusa- esté ligado con «la construcción de un relato histórico con una intencionalidad política, un discurso a la medida de lo que fueron las clases dominantes».
La Asamblea, en lo social, desde su génesis se propuso como «un plan que adoptó medidas de corte igualitario, libertario, de ampliación de derechos, con una fuerte intervención del Estado, como la libertad de vientre, la supresión de los tributos indígenas y la apropiación de su trabajo», ejemplifica el misionero sobre medidas impulsadas por el primer congreso de la Argentina, que «dejó un punto de partida para el futuro».
Sin embargo, pese a esta propuesta revolucionaria, en el marco económico, «la posición es más ecléctica, hay una persistente filtración inglesa en la toma de decisiones», contrarresta Camogli sobre las metas de estos precursores, que aunque transformadores cargaban con una naturalizada concepción eurocentrista de «somos los ilustrados que desarrollaremos una mejor calidad de vida».
Lo cierto es que la Asamblea dejó un proyecto de país y fundó las bases para un sentido colectivo de pertenencia, la fórmula necesaria para darle carácter independiente a la revolución.
«Lo que más se cumplió fue la creación de una simbología muy marcada que identifica a la Argentina con el himno, la moneda, el escudo, la adopción del 25 de mayo como fiesta patria».
A 200 años de la Asamblea del Año XIII, este libro analiza no sólo el ideario de la revolución que encauzaron hombres como San Martín y Alvear -así como dar cuenta del primer congreso que tuvo nuestro país- sino también para reflejar la pugna de fuerzas políticas, que incluye o excluye a los sectores marginados, y resaltar posturas federalistas o a favor del poder centralizado.
«Cuando se produce el golpe de estado de octubre de 1812 contra el Primer Triunvirato y se llama al Segundo, lo que se busca es frenar la lucha facciosa. El objetivo del congreso es terminar con el gran mal que tiene la revolución (la pelea política) para poder organizar el país, algo que se va a repetir a lo largo de la historia, entendiendo a la lucha facciosa como un elemento que limita la toma de decisiones y las transformaciones».
Ese combate ideológico, da cuenta Camogli en esta minuciosa investigación en lenguaje sencillo y cercano, se refleja en el papel de la logia Lautaro, que logró instalar una cantidad mayoritaria de diputados; un intento de federalización a través de la representación de las diferentes provincias, en una Argentina -Provincias Unidas del Río de la Plata-, cartografiada distinta.
Y así, el nudo se desata, «se va concentrado el poder cada vez en menos manos y termina en un giro absoluto de aquel inicio de enero de 1813 al de 1815 con el pedido de un monarca británico. De una intención transformadora a un giro conservador, algo que le va pasar a la revolución en su conjunto y la Asamblea es una metáfora de la revolución, es lo que llamo `la traslación de objetivos`».
Nacida del empujón del fervor popular, de la acumulación política y social, como refiere Camogli a los antecedentes que se venían gestando, el nuevo congreso trastabilla, «se encierra en su mundo institucional, pierde el contacto con la base social que le había dado su razón de ser. La Asamblea se organiza como una respuesta al pueblo y le da la espalda cuando este pide la organización federal».
En un paralelismo con el presente, para el historiador -autor de «Nueva historia del cruce de los Andes», «Batallas de Malvinas», entre otras tantas publicaciones- «estamos atrás de la utopía que tenemos desde 1810 y que nunca logramos realizar. Y eso tiene que ver con el cambio producido en 2001 de buscar qué somos y qué queremos ser los argentinos».
«La sociedad perfecta no existe», dice tajante Camogli e invita a pensarnos en esa línea dinámica que es la historia: «Tenemos que ver qué rol jugaron los sectores del pueblo en ese momento y ahí sabemos dónde tenemos que estar ubicados en el pasado o en el presente. En la historia de grandes personajes y de élites uno nunca se siente identificado».
Por eso, enfatiza este apasionado de la materia que desde pequeño lo acompaña y por la que «deja la vida», «en la medida que contemos la historia de los sectores populares, vamos a ver dónde estaría uno en el pasado y donde en este presente. ¿Con la Asignación Universal, los derechos humanos? ¿O con la sociedad rural, los monopolios?», concluye.