por Mercedes Ezquiaga
«Opera prima», la primera exposición que presenta la Casa Nacional de Bicentenario bajo la dirección de Valeria González, reúne obras nunca antes exhibidas de 51 artistas emergentes de todo el territorio argentino, un compendio versátil de soportes, lenguajes y poéticas.
La muestra es el resultado del concurso de artes visuales al que aplicaron más de 2500 artistas de todo el país, organizado por la Dirección de Gestión y Programación del Ministerio de Cultura de la Nación, con la intención de retomar iniciativas como Curriculum Cero -que organizaba la Galería Ruth Benzacar- en busca de jóvenes talentos con pocos o escasos pasos en el circuito del arte contemporáneo.
«Para la selección fuimos fieles al criterio ópera prima, que sea un artista emergente, outsider. Hay muchos recién recibidos, que están elaborando una primera propuesta en la que notamos una singularidad, que están esbozando un camino propio. Hay una idea de frescura, de inicio, de no estar todavía contaminado o acaparado por el mercado, la institución o los discursos. Artistas animados a tomar riesgos», sintetiza Valeria González, integrante del jurado junto con Andrés Duprat, Raúl Flores, Mónica Millán y Liliana Piñeiro.
El recorrido, desplegado en el primero y segundo piso de la Casa, es amplio y plural: reúne en total 60 obras entre pinturas, esculturas, fotografías, videos, cerámicas, dibujos, instalaciones, objetos y disciplinas en cruce. Si bien no incluye representantes de las 24 provincias argentinas, la exposición planta bandera para derribar más que nunca el viejo mito de que lo importante ocurre sólo a orillas del Río de la Plata.
«Es un mapa muy heterogéneo, no sólo territorialmente sino también en edades, generaciones, tipos de lenguajes, problemáticas y personalidades. Me arriesgo a decir que un interesante puñado de ellos tiene una brillante y pronta carrera por delante», asegura González sobre estos creadores de Buenos Aires, Chaco, Chubut, Corrientes, Entre Ríos, Mendoza, Neuquén, Chaco, San Juan, Tucumán, Santa Cruz y Santa Fe.
Por dar algunos ejemplos, mientras la chaqueña Valentina Mariani (1990) trabaja con textiles, el bordado y los nuevos soportes, con una preocupación sobre la memoria y la violencia de género, el sanjuanino Alfredo Dufour (1989) realiza dibujos digitales que luego interviene. Y mientras el bahiense Danilo Cicive (1992) construye relatos mediante la pintura, el cordobés Lucas Ardu (1984) combina la instalación y la fotografía con materiales de descarte recuperados.
«Hay una variedad enorme de lenguajes, soportes, materiales y procedimientos -subraya González-, y hay obras que cruzan fronteras, que combinan lenguajes o que se vuelven inclasificables. Y eso es un ADN de lo contemporáneo. Esta cuestión de separar, clasificar y dividir en géneros, soportes, es institucional, desde la enseñanza, o los discursos de la historia del arte pero las prácticas artísticas siempre tienden a la contaminación».
La directora de la CNB aclara que en una exposición basada en un premio no hay guión curatorial sino «un discurso fragmentario». Sin embargo, vislumbra cuatro temáticas dominantes que sobrevuelan los trabajos de estos jóvenes y que podrían ofrecer un panorama de lo contemporáneo: una de ellas es «una mirada ecológica, de amor por la naturaleza, como contramodelo de cierta fe acrítica en el progreso económico». El arte que piensa el modo en que vivimos. Y ejemplifica con la obra del bonaerense Carlos Ricci, de goce por la flora y la fauna.
«Otra es la tecnología transformada en máquina creativa, que dejó de ser una suerte de herramienta en la mano del hombre para pasar a una cuestión casi como de fusión entre el hombre y la máquina, lo que algunos filósofos llaman ‘subjetividad maquínica'», y que se puede ver en las pinturas del porteño Federico Barabino (1982), en las que investiga la presencia física del sonido.
La tercera cuestión tiene que ver con «el surrealismo, el interés por el inconsciente, el súbito extrañamiento de lo que nos es familiar», especifica González, y alude a las esculturas «usables» de Marcos Torino (1983). El propio artista las explica así: «Las obras tienen la intención de que el público las active, las toque, sienta su textura, temperatura y peso. Colgadas de arneses, el espectador puede descolgarlas y moverlas, o ponerlas sobre mesas bajas que sirven como soportes móviles».
La última «categoría» o temática, hablando de aquello que caracteriza a las creaciones de este conjunto de jóvenes, es «el arte que se pregunta por los límites del arte, o que retoma la tradición crítica del arte conceptual, aquel que nació con Duchamp. El humor o la ironía puesta al servicio de cuestionar el arte», se explaya la funcionaria y menciona como ejemplo a Valentín Demarco (Olavarría, 1986), quien hace dialogar discursos e imágenes pertenecientes al campo del arte con otros registros que le son ajenos, como la ruralidad y lo popular. «¿Dónde queda el campo del arte?», pregunta lúdicamente el autor.
Además de los artistas mencionados, se exhiben obras de Alejandra Alesso, Anahí Ojeda, Andrés Chouhy, Andrés Piña, Benjamín Felice, Bruno Del Giúdice, Carlos Cima, Carolina Santos, Claudia Cortínez, David López Mastrángelo, Edgardo Alba Gentile, Fabricio Tranchida, Florencia Cucci, Florencia Sadir, Gonzalo Silva, Guillermo Miconi, Hernán Aguirre García, Javier Soria Vázquez, Juan Gugger, Julia Padilla, Laura Códega, Leila Córdoba, Lucía Pellegrini, Lucila Gradín, Marcelo Saraceno, María Julia Rosetti, María Victoria Taylor, Martín Ruete, Matías Cabral, Matías Ibarra, Sofía Noble, Patricia Viel, Ricardo Oliva, Roberto Cortés, Roberto Riverti, Rocío Englender, Sabrina Merayo Nuñez, Santiago Bayugar, Santiago Gasquet, Sebastián Desalvo, Sebastián Ormeño Belzagui, Walter Álvarez y Yaya Firpo.
Una variada programación que incluye recitales, grabaciones en vivo y funciones de teatro, danza y cine acompañarán la exposición, que se podrá visitar hasta el 11 de julio en Riobamba 985, de martes a domingos y feriados de 15 a 21, con entrada libre y gratuita.