El 1 de julio de 1974, fallecía el presidente de la Nación Juan Domingo Perón.
Tres veces presidente de los argentinos, creador del movimiento peronista, luchó por establecer la justicia social, alterando la base productiva agraria y dependiente del país y promoviendo su acelerada industrialización.
Creador y nacionalizador de los instrumentos básicos de un Estado industrialista y promotor. En sólo nueve años de gobierno nacionalizó la empresa petrolífera YPF, la red de ferrocarriles, el comercio exterior y los depósitos bancarios. Creó Agua y Energía Eléctrica, Gas del Estado, Aerolíneas Argentinas, ELMA. Líneas Marítimas del Estado, la Comisión Nacional de Energía Atómica y el Centro Atómico Bariloche, haciendo particular hincapié en el desarrollo tecnológico como factor clave de la independencia económica.
Creó también el CONICET y la Universidad Obrera, estableciendo la gratuidad de toda la enseñanza pública, construyó una inusitada cantidad de escuelas y llevó a cabo una auténtica revolución sanitaria, no sólo en el aumento exponencial de las camas disponibles en el sistema de salud pública sino también en la abrupta reducción de la mortalidad infantil y el exitoso combate contra tres males endémicos: el paludismo, la tuberculosis y la sífilis.
A instancias de su esposa Eva Perón se consiguió, al fin, sancionar el voto femenino, con lo que nuestro sistema electoral fue por primera vez, realmente universal.
Tomó antiguos reclamos sindicales, anarquistas y socialistas, así como leyes que no se llevaban a la práctica, y adaptándolas a los nuevos tiempos puso en marcha y en efectiva ejecución una formidable legislación social y laboral.
Entre sus logros en este campo cabe mencionar el estatuto del peón, los derechos del trabajador, los derechos de la ancianidad, los convenios colectivos de trabajo, la ley de previsión social, la ley de accidentes de trabajo, la ley de vivienda obrera, el sueldo anual complementario, las escuelas sindicales, la ley de creación de la justicia del trabajo, los regímenes de jubilación, las reglamentaciones de las condiciones del trabajo y del descanso, las proveedurías sindicales.
También introdujo las agregadurías obreras en las delegaciones diplomáticas en el exterior.
Pero, tal vez, el mayor aporte de su obra, la reforma más trascendente de la historia argentina en el siglo XX, fue la Constitución de 1949, la primera junto a las de México y la República de Weimar en adscribir al constitucionalismo social que concibe al ser humano no sólo como un poseedor de derechos individuales sino, fundamentalmente, como acreedor de derechos sociales cuya satisfacción debe garantizar ineludiblemente el Estado.
La avanzada Constitución de 1949, que sancionaba además la estratégica nacionalización del subsuelo argentino fue absurda e ilegalmente anulada mediante un decreto presidencial de un régimen de facto ante la algarabía de una constelación de fuerzas y dirigentes políticos superados por la historia.
Las transformaciones producidas en tan sólo nueve años de gobiernos fueron tan significativas y de tal magnitud que, mientras fue principal obsesión de todos los gobiernos posteriores a 1955 anularlas y volverlas atrás, al mismo tiempo garantizaron, a pesar de las persecuciones y las campañas de silenciamiento y difamación, la vigencia tanto del movimiento peronista como de su líder, quien pudo regresar al país recién tras 17 años de exilio.
La proscripción que pesaba sobre él se prolongó un año más, y fue recién en 1973 que en las elecciones convocadas tras la renuncia a la primera magistratura de su delegado Héctor J. Cámpora, pudo presentarse a elecciones presidenciales, en las que se impuso con más del 60% de los votos.
Lamentablemente para el país, su salud se encontraba seriamente deteriorada y su edad era muy avanzada, por lo que pudo gobernar apenas unos meses.
El país igualitario, justo, pujante e industrialista que creó sólo pudo ser destruido tras 45 años de dictaduras, masacres, asesinatos y gobiernos débiles y sólo gracias a la defección de hombres de su propio partido.